Si como dice Lezama Lima, la
imagen es “la única historia posible”, según recuerda Valente, seamos lo
suficientemente buenos acuñadores de imágenes como para que de estas se deriven
relatos notorios. Otra cosa implica esta
observación lezamiana. Que la imagen es la mayor creación del hombre ante las
fluctuaciones de la filosofía o de otras disciplinas. Y el concepto de imagen
en Lezama le debe poco a la plástica. La imagen es una situación histórica
representada por el hacer literario, una culminación de relaciones, la impronta
de un devenir y el fulgor de un hecho conformado por varios hechos, la
definición visible del acontecimiento, la geometría de un itinerario en el que
quedan definidas las referencialidades de unos objetos. Un acontecer que sólo
desde la poesía se vuelve memorable y significativo y trasciende los períodos
temporales para representarlos.
Podríamos hacer otra lectura
de la obra de Grandville, distinta de la marxista que expone Walter Benjamin. Podríamos
analizar la gesticulación, el finísimo perfil de las caricaturas. Quizá
derivásemos de la obra de este dibujante una interpretación que no fuera sólo política.
La amplia significación de los pasajes y su utilización por Steve
Reich en alguna de sus obras: La cueva, Cyti Life, etc…
Estimulante lectura de Las palabras de la tribu de José Ángel Valente. Alguno
de los artículos me han servido para actualizar temáticas y conceptos. El que
dedica a la figura y obra de Rilke me ha producido cierta melancolía. La figura
del poeta como peregrino espiritual que viaja en busca de lugares sagrados o de
inspiración, zonas vírgenes en donde encontrar la musa perdida es algo que ya
no existe. La uniformación del mundo a través del insidioso acotamiento de los
medios y la existencia de internet convierten en fácilmente “hallable” cualquier punto del planeta. Rilke
que buscaba con ansia el aura de cada lugar que visitaba soñando con dar con el
misterio de la tierra y de la vida, se encontraría permanentemente descentrado
en una época como la actual en la que el concepto de misterio o es una
anacronía o pertenece al mero espacio del ocio.
Juan Eduardo Cirlot va al
cine, ve una película de género fantástico y se enamora obsesivamente de la
bella protagonista hasta el punto de dedicarle un poemario, el famoso ciclo de Bronwyn.
No digo que esto no pueda ocurrir tal cual hoy sino que los modos en que el enamoramiento se
produce y sus circunstancias posteriores han cambiado definitivamente. Antes,
tras ver una película salías a la calle estimulado o trastornado y te ibas a
casa, sin pensar en tener noticias ya ni de la película ni de los actores. Hoy,
si te ha gustado la actriz protagonista, investigas por internet y rastreas
google y Facebook en busca loca de información, de fotografías, y de datos
sobre ella, dónde y cuándo nació, en qué país o ciudad vive, qué hace ahora, etc.
En cierto sentido, la pureza del impacto de la primera impresión se ve afectada
por esta tanda de actualizaciones sobre el ser mítico que deseas. Es decir,
toda esta información no sé si hubiera ayudado a Cirlot, en caso de tenerla, o
si se hubiera convertido en mero objeto en sí mismo de interés, entorpeciendo,
retrasando, modificando o impidiendo, incluso, la escritura de sus poesías
sobre Brownyn.
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