Con pasión, placer y melancolía estoy inmerso en la lectura de todo lo que cae en mis manos de esta persona, esta mujer, esta poeta: ensayos, artículos, cuentos, poesía, diarios, correspondencia... Me atrevo a invocar con este poema su nombre, espero, desde luego, que no en vano, para recordar a los hispanohablantes la compleja figura que podemos disfrutar de nuestra literatura.
ALEJANDRA PIZARNIK.
Alejandra, qué
insolencia tu muerte
para con tus amigos,
pero qué ineludible
tras tanto ensañamiento.
Alejandra, ¿mataste con
tu muerte
lo que te mataba?
¿Conquistaste tu
inocencia,
supiste, al fin, quién
te ordenaba abandonarnos?
¿Divisas al fin el
jardín,
el encantado y
venturoso jardín
que todos nos
merecemos?
No podemos sino hacerte
preguntas
porque tantas cosas
preciosas
quedaron pendiente
sobre ti.
Pero ¿y ahora, qué
dirimes, qué haces?
¿Lo que fuiste, sigues
siéndolo?
Pensamos en ti con el mismo
gesto,
expectante y
melancólico,
con el que la figura
del Greco que hay detrás de ti
mira la inmensidad
penumbrosa,
mientras es tu poesía la
que nos contesta.
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