Es, precisamente, en las
explicaciones que da Espinosa en sus demostraciones (Ética) donde el
razonamiento llevado a su extremo produce los absurdos y paradojas lógicas que
tan atractivos resultan para las mentes patafísicas y modernas, aunque el
filósofo lo haga, evidentemente, para negar que tales absurdos puedan ser
admitidos. Para Espinosa son eso, absurdos y los expone para indicar lo falso y
lo que hay que rechazar, pero para nosotros resulta un divertido juego que pone
al razonamiento a ultranza en un delicado equilibrio, productor de
contradicciones y chistosas entelequias sin fin cuando la obstinada pretensión que
se desea realizar es la demostración de la existencia divina a través de razonamientos
de orden geométrico.
Cuando visiono durante un
rato fotos antiguas, hay un momento en que el distanciamiento temporal desaparece
o se atenúa. De pronto esa magia, ese
velo melancólico posado sobre sujetos y entornos que da la vetustez de las
imágenes, cede sin desaparecer, los rostros dejan de parecerte pintorescos,
brutales o extraños, y al detectar expresivos gestos de desinhibición en alguna
de las fotos examinadas, recupero livianamente el continuum que liga mi tiempo
actual al que ocupan en su mundo y en el que están estas figuras: ambos
enclaves temporales, el de ellos en el pasado y el mío, son el mismo. Pero esta
percepción dura un instante, me doy cuenta de que no podré nunca contactar con
estas personas del pasado, aunque haya algo en común entre ellas y yo,
finalmente: nuestra pertenecía, en distintos períodos, a la vida. Recupero aquí, a propósito de estas
observaciones aquel valor de la fotografía, señalado por Barthes, más difícil de
captar que su sentido común: generalmente la fotografía no constata sino el
paso del tiempo, pero a veces, cuando tras un examen detenido logramos superar
esa significación corriente al internarnos en el mundo al que perteneció esa
imagen con la colaboración del pensamiento y de la imaginación, la imagen se
inviste, adquiere por segundos, un carácter resurrecto.
Los escaners más avanzados
del mundo, la tecnología más sofisticada del momento analizando fragmentos de
la Sábana santa de Turín. Impresiona la puesta en escena de esta imagen tan
contrastante: lo más moderno examina lo más antiguo, lo más tecnificado
operando sobre lo más etéreo e inmaterial. Los artilugios más complejos y
precisos analizando muestras tangibles de lo más sagrado que pueda imaginarse:
el lienzo que envolvió el cuerpo de Cristo, nada menos. La expectación es total
ante el resultado de esta suerte de duelo entre lo extremamente científico y lo
perteneciente al otro mundo.
A veces creo que los poetas
descuidan potenciar o valorar nuestra lengua como lengua contundentemente
sonora y susceptible de generar términos densos. Por qué no dotar a ciertas
palabras de resonancias y alcances más elocuentes. Los franceses tienen el élan vital, invento sutil de Bergson; los
alemanes, por ejemplo, el stimung. Por qué no nos atrevemos a dotarnos de
neologismos que enriquezcan nuestra visión de las cosas cuando son las
dimensiones de la realidad las que están pidiendo definirse. No deberíamos
someternos a la presunta fatalidad, a las supuestas limitaciones que presenta el idioma en cuestión que nos toque. Toda lengua
es susceptible de producir algo nuevo, de innovar una expresión de lo múltiple
real que sucede, aunque para ello haya que contar en importante medida con sus
períodos de mayor expansión cultural y vigencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario