TAUROÉTICA. FERNANDO SAVATER
El libro salió hace unos
años, pero, por una casualidad, ha caído en mis manos y su lectura ha sido
rápida y voraz.
El libro cubre apenas las
cien páginas y Savater no pierde tiempo en exponer los atractivos o las
especificidades de la corrida: ataca directamente al bando contrario, a los
antitaurinos y califica con rotundidad qué le parece este amor mal entendido a
los animales.
La pretensión animalista de
asemejar a animales y personas, es una suerte de perversión democrática, una
barbarie, ya que los bárbaros son los que no distinguen entre personas y
animales, los que no reconocen la excepcionalidad que existe entre las personas
en el ámbito de la libertad ante las necesidades y los instintos. La filosofía
que justifica la prohibición de las corridas y el amor delirante a los animales
es para Savater: “un conductismo zoófilo espiritualizado con pinceladas de
budismo al baño maría” y por lo tanto poco respetable como opción sustituidora
de la común ubicación diferenciadora de animales y personas.
Los animales se merecen
nuestro cariño y nuestro buen trato, no ser absurdos destinatarios hiperbólicamente
legalizados de derechos ya que tampoco tienen ni deberes ni intereses. Entiende
que haya personas a las que ni les interese ni le guste, incluso les asqueé las
corridas, pero la idea de prohibirlas la juzga no sólo de insólita arrogancia
sino de evidentemente injusta y totalitaria, ya que no tienen derecho de
prohibírselas a personas que sí les guste este espectáculo.
La escasa convivencia real
con los animales, perder de vista la simbiosis establecida entre los que nos
son útiles y nosotros, tiende a crear estas idealizaciones del animal en las
que la especificidad ética existente entre las personas se diluye, asemejando
sin más animales y personas en un mismo flujo considerativo. Pareciera, pues,
en este contexto, que para los animalistas los animales son tan humanos como
los hombres animales, y esta imagen, precisamente, es la que para la reflexión define
el cerrilismo animalista, la que produce
la aberrante asimilación típica sin más entre ambos. Los animalistas parecen
ser intelectualmente poco exquisitos cuando, al son de estos detalles, olvidan
cualquiera que establezca la cuerda distinción entre las personas y los animales.
Savater también tiene unas
palabras para el Parlament catalán, a quien critica su “intervencionismo
maníaco en los aspectos triviales o privados de los ciudadanos”, y cuyo inquisitorial
liderazgo en la prohibición de las corridas es muy improbable de deslindar de
la motivación política pura y dura.
LA CASA Y EL CEREBRO. Edward Bulwer-Lytton
Las reseñas que citan este
relato como uno de los mejores, o, sin más, como el mejor relato de fantasmas
nunca escrito, creo que exageran un pelín.
Yo dividiría La casa y el
cerebro en dos partes narrativas claramente distintas, aunque, obviamente
convergentes en cuanto a la efectividad y concatenación ficcionales: la
primera, la que se dedica a narrar los sucesos fantásticos en sí, dentro de la
casa y las reacciones del protagonista; la segunda la que “explica” los hechos
extraordinarios a través de las poderosas vivencias de un personaje
extraordinario, trasunto más o menos explícito del conde de Saint Germain. La primera
parte es la más puramente terrorífica, la que se dedica a narrar lo que ve y le
ocurre al personaje protagonista dentro de la casa encantada. Se lee con
atención y emoción. La segunda es menos
narrativa y sólo se adensa cuando se especifica que todas las fantasmagorías
experimentadas en la casa son resultado de la acción mesmérica de un extraño
personaje que ha vencido al tiempo y vive a través de generaciones. Concebir que
los hechos extraños producidos en la casa son como la representación de lo que
se produce en el cerebro de este personaje, digamos que desde el punto de vista
de la teoría, resulta impactante, pero narrativamente yo noto el cambio de
clima con respecto a lo que he llamado la primera parte y hasta incluso me
parece que en esta segunda parte, desciende.
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