Creo que uno de los
experimentos más fascinantes en el mundo de las artes plásticas fue el que
realizó Marx Ernst ilustrando los textos de Paul Eluard, titulados Una
semana de bondad y La mujer de 1000
cabezas. La técnica del collage, exquisitamente realizada, se convierte aquí en una palanca que
transvasa y mezcla mundos, creando, o más bien, descubriendo otro, más
ignorado, caótico e indelimitable: el inconsciente del cosmos visto por los
grabadores e ilustradores anónimos del XIX.
Porque la extrañeza de estas
imágenes no sólo radica en la coexistencia imposible de objetos, sujetos y
paisajes sino en el carácter netamente figurativo y objetivo de las
ilustraciones originales, pertenecientes al positivismo romántico de finales
del XIX.
Con ello, Marx Ernst
descubrió lo que me he atrevido a llamar paradójicamente un inconsciente
colectivo específico, el de ese onirista siglo XIX, del mismo modo que podríamos
hablar de distintos tipos de infinito: un infinito cristiano o budista, otro producido por la especulación científica,
un infinito romántico, un infinito cuántico, etc…
El artista alemán logra con
estas obras de mixtura trazar las viñetas de un cómic alucinógeno: realiza en
el siglo XX una obra con material gráfico del siglo anterior. Una semana de bondad y La mujer de 1000 cabezas constituyen una
suerte de continuum de lo extraordinario, una novela de imágenes cuyo argumento
es el que imprime el ritmo de las asociaciones.
Este continuum metamórfico
me hace recordar cierta teoría suntuosa de la transversalidad de los mundos
gracias a la pulsión creadora de la imagen.
Lezama Lima habla de eras imaginarias, dotando a la metáfora
que nace en una época concreta de la
historia, con el poder de fecundar mundos posibles a lo largo de décadas e
incluso milenios.
Contemplando, analizando
estas imágenes, el factor tiempo se traduce en emisor de unas determinadas
imágenes y de un contexto social para esas imágenes; por otro lado, estas
imágenes, hijas de su tiempo, al contemplarse desde el sueño, borran la
especificad cultural y se metamorfosean
en arqueología de universos perdidos e inverosímiles. Gracias a la audacia del
collage que conjunta fragmentos según un orden libre el depósito de imágenes
decimonónicas se convierte en un paisaje atemporal y fantástico. El lenguaje
surrealista de los sueños sume las imágenes en la plasticidad pura y nos indica
que a través, precisamente, del mundo soñado es como toda la invención humana
podría convertirse en una sola y vertiginosa Era Imaginaria.
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