En este, su último libro de
poesía, Santiago Montobbio confirma lo que ya sabíamos: que su concepto de
poesía no es un experimento. Inopinadamente, la escritura de Montobbio parte
del punto en que el tiempo también parte de sí y comienza a ser vía de sucesos
en la consciencia. Tiempo que comienza a
fluir y consciencia de tal cosa en el sentir propio, coinciden. El testimonio
de ello es el escribir imparable. Escribir cualquier cosa en este movimiento
que se ha iniciado comporta la constatación vital de esa cosa y la continuidad
de la escritura. Una poesía de este tipo es
la afirmación literal del instante, es más, un habitarlo en tanto que al
comenzar a ser y fluir, está significando, constituyendo relato probable. Si todo concurrir puede ser poesía y las cosas
no cesan de producirse y darse, todo ello puede ser materia de un poema siempre
que este se atreva a asumir su no delimitación. Los confines del monólogo
interior, incluso los del flujo de conciencia, y los términos de este tipo de poética integral del tiempo
vivido, son, finalmente, muy semejantes.
Los riesgos, las
implicaciones de diluir tanto la forma como, en consecuencia, el contenido, son evitar lo memorable, sumir lo específico en la masa
englobante de la escritura. Para Montobbio lo que sucede desborda todo
continente de modo natural y continuo, todo es digno de registrarse como
significativo en tanto lo percibe la conciencia y se verifica como imagen. De ahí
el adjetivo de líquido, no tanto por el riesgo de dispersión como de convertirse
en flujo, ya que la realidad es ese fluir sin fin que muta sus imágenes por
otras. Poesía es todo lo que es y nos rodea. Sólo cuando lo percibimos el ritmo nos lleva y creemos haber ingresado
en la transformación, en el canto.
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