Cuando he escuchado esta
tarde, por la radio, la noticia de la
obtención de la imagen del agujero negro, me han molestado las palabras con las
que la locutora denominaba el suceso, aun cuando puedan suponerse como no muy estrambóticas:
“el gran misterio de la ciencia”. La noticia me parecía interesantísima, pero
ese detalle de propiedad cognoscitiva establecía una frontera entre nosotros, los
pobres profanos, ajenos a los soberbios entresijos técnicos que han logrado
colectivamente la imagen, y la casta sacerdotal de los científicos, dueños del
desciframiento de los misterios de la naturaleza. Está claro que, con respecto
a los trabajadores de los distintos observatorios, existe una competencia
puramente técnica, la que consiste en la aplicación de medidas y cálculos astrofísicos de diversa índole que sumados en una operación conjunta han
logrado localizar presencia tan insólita en nuestro cosmos. Pero un agujero
negro no es propiedad exclusiva de ningún conocimiento: se trata de un fenómeno
de características extraordinarias, de un auténtico fenómeno paranormal
detectado en la piel del cosmos, que sólo abstraído en cifras y cómputos, se
convierte en asunto específico de eso que los medios llaman con temor sagrado
la ciencia. El agujero negro es asunto de todos, objeto de mi asombro, acicate
del preguntar filosófico, estímulo galáctico de mi contemplación poética. En cuanto
una disciplina sistematiza un conocimiento sobre algo natural pero no conocido
del todo, y lo hace ingresar en su lista de verificaciones y cálculos, lo hace
suyo, asunto indiscutiblemente suyo, como si entre el fenómeno y los
científicos existiera una suerte de complicidad y un rechazo expreso de todos
los demás. El conocimiento estudia o investiga algo precisamente para
universalizar el conocer, para ilustrar acerca de dónde estamos y sobre el
devenir del conocer mismo, para hacer exotérico lo que antes era esotérico. El que
algo tan insólito como un agujero negro exista realmente, afecta a mi
imaginación, a las dimensiones de la racionalidad que pretendo ejecutar como
sujeto naturalmente curioso e inquisitivo en una sociedad de otros sujetos
también interesados en los límites de nuestro universo. Anoto este detalle
porque en cuanto me hablan de un agujero negro o similares y atiborran la
información con un espeso conjunto de datos, me sustraen su realidad numinosa que
es lo que a mí me fascina, y que no tiene nada que ver con lo anterior. Este
movimiento de sustracción- objeto real por su conversión en datos
físico-matemáticos – tan típica del afán sintetizador de los medios, parece que
no pretenda sino sustraernos, a la vez, nuestra aspiración a soñar, es decir, a
contemplar un agujero negro como existencia real, al recordarnos nuestra
condición de meros aficionados, de profanos merodeadores del Gran Conocimiento
en poder, sólo, de los sumos oficiantes, de los científicos recluidos en sus
inmaculados laboratorios.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
DIARIO FILIFORME
Le tengo pánico a las fiestas que se avecinan. La nochevieja de hace un par de años fue indescriptiblemente aniquilante. Mi alma supu...
-
IDENTIDADES NÓMADAS: LOS DIARIOS DE ISABELLE EBERHARDT Borges nos hablaba en uno de sus cuentos de aquella inglesa que, capturada por unos ...
-
A cada autor, escritor o filósofo lo solemos asociar no tan sólo con un determinado registro lingüístico, sino con una imagen. S...
-
Es loable que siempre que ha podido, Jordi Doce haya orientado las preguntas a sus entrevistados hacia la poesía. En algunos caso...
No hay comentarios:
Publicar un comentario