viernes, 14 de junio de 2019

INCISIONES EN PAPEL CEBOLLA





Observo unos autocromos, fotografías a color de principios del siglo XX. Me sorprende el buenísimo ojo que los fotógrafos desplegaron para seleccionar y colocar sus motivos: una dama a la orilla florida de un estanque, semejando ser una ninfa griega; una señora leyendo en su habitación por la que entra un sol espléndido; la madre y el hijo que ama tan tiernamente a su madre, de pie junto a ella,  en un interior burgués, con un gran espejo,  mirando los dos la luz de afuera que entra por un generoso ventanal; la sirvienta que regresa del trabajo bajando una calle que corta la escena en dos partes simétricas siendo la figura de la muchacha el centro de la imagen y de la mirada… Espléndidas imágenes, delicias visuales apenas el color había tentado con materializarse en la fotografía del momento. Y teniendo en cuenta que ese color es hoy verdoso y amarillento, tiñendo los contundentes rayos de sol con  el velo de la melancolía.  


Esta promiscuidad de mi extrema soledad, de estar dentro de mí, conmigo…


No, la memoria no tiene por qué ser melancólica. La memoria guarda el impacto de nuestras hazañas, el fulgor de nuestra acción liberadora y creativa. Si resucita nuestras gestas es que nos vinculamos de inmediato a nosotros mismos. No hemos sido genios en el pasado: porque hemos sido bellos y audaces es que lo somos ahora también.




La memoria no se entra exclusivamente en el recuento penoso de lo que fue o sucedió. La memoria no es ninguna estadística ni una mera lista. La memoria tiene como misión guardar, preservar en un recinto visitable y actual lo que se ha realizado en el universo, cuántos de estos universos se han articulado por operación de nuestra imaginación y pensamiento.


Actualmente todo debate es político y lo que no lo es, en apariencia, se presenta en su grado máximo de polémica, al límite: el aborto, la eutanasia, etc... Tanto en prensa impresa como en la  televisión, el debate es de índole política. Y sólo, quizás, en las redes es posible plantear perspectivas distintas sobre las cosas.  Recuerdo en los ochenta aquellos artículos en la prensa de Savater o Lledó sobre temas más comúnmente filosóficos. ¿Qué ha sido de la postmodernidad? Hoy parece una fruslería lo que produjo tanto libro de filosofía débil. Pero, de todas maneras hemos perdido exquisitez conceptual, se han reprimido zonas del lenguaje y del pensar que todavía no se han resuelto. La prioridad de lo económico y lo político se han impuesto a través de los medios, encarnan, casi, la integridad de lo real. Pero hay cuestiones graves que exigen un tratamiento específico y que el discurso mediático, aunque lo jalee, no contribuye, precisamente, a su solución: todo lo relativo a la ética y a las normas morales y sociales, por ejemplo. Y si bien hay pocos que se arriesguen por senderos más espesos, y la metafísica haya sido despejada de los problemas habituales de la filosofía, ahí está, al cabo del pasillo,  doña muerte borrando inmisericorde todo rastro de nuestro ruidoso paso por la tierra. Por ello es que la memoria y los confines de la realidad también precisen de  planteamientos que esperan cuestionarse con solidez y desarrollarse. Si la tónica de los tiempos no cambia, habrá que esperar a la actuación de personalidades geniales.




El desolado juego de ecos en ese breve texto de Joan Maragall en el que evoca el recuerdo de una tarde de agosto, lejana en el tiempo, cuando vio una representación teatral al aire libre, se puso a llover y todo el mundo, actores y público, echó a correr. Si el escritor no hubiera anotado lo que ocurrió, quién se acordaría de aquella melancólica función frustrada bajo nubarrones y viento húmedo. Inmaterialidades del recuerdo.

Densas obviedades. La condición para alcanzar la inmortalidad es que, primero, hay que morirse. Pero, ¿hay que morir simbólicamente o físicamente?      






En las sucursales del vacío crepita un cuerpo posible.


En Baudelaire la visión de la mujer se corresponde con la imagen diabólica de la mujer de la Biblia: encarnación de la lujuria y la locura, fuente de todo pecado y perversión, maldición del varón, etc.,,,


Interesante este estado. Ya no me sorprenden los libros de los demás, estamos a la misma altura. Pero me interesa lo que escriben  y me estimula el hecho de que publiquen.


La invocación poética nos hace dignos de nuevo, nos propone atravesar una intensidad distinta, nos devuelve al origen luminoso.



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