Observo unos autocromos,
fotografías a color de principios del siglo XX. Me sorprende el buenísimo ojo
que los fotógrafos desplegaron para seleccionar y colocar sus motivos: una dama
a la orilla florida de un estanque, semejando ser una ninfa griega; una señora
leyendo en su habitación por la que entra un sol espléndido; la madre y el hijo
que ama tan tiernamente a su madre, de pie junto a ella, en un interior burgués, con un gran espejo, mirando los dos la luz de afuera que entra
por un generoso ventanal; la sirvienta que regresa del trabajo bajando una
calle que corta la escena en dos partes simétricas siendo la figura de la
muchacha el centro de la imagen y de la mirada… Espléndidas imágenes, delicias
visuales apenas el color había tentado con materializarse en la fotografía del
momento. Y teniendo en cuenta que ese color es hoy verdoso y amarillento,
tiñendo los contundentes rayos de sol con
el velo de la melancolía.
Esta promiscuidad de mi
extrema soledad, de estar dentro de mí, conmigo…
No, la memoria no tiene por
qué ser melancólica. La memoria guarda el impacto de nuestras hazañas, el
fulgor de nuestra acción liberadora y creativa. Si resucita nuestras gestas es
que nos vinculamos de inmediato a nosotros mismos. No hemos sido genios en el
pasado: porque hemos sido bellos y audaces es que lo somos ahora también.
La memoria no se entra
exclusivamente en el recuento penoso de lo que fue o sucedió. La memoria no es
ninguna estadística ni una mera lista. La memoria tiene como misión guardar,
preservar en un recinto visitable y actual lo que se ha realizado en el
universo, cuántos de estos universos se han articulado por operación de nuestra
imaginación y pensamiento.
Actualmente todo debate es
político y lo que no lo es, en apariencia, se presenta en su grado máximo de
polémica, al límite: el aborto, la eutanasia, etc... Tanto en prensa impresa
como en la televisión, el debate es de
índole política. Y sólo, quizás, en las redes es posible plantear perspectivas
distintas sobre las cosas. Recuerdo en
los ochenta aquellos artículos en la prensa de Savater o Lledó sobre temas más
comúnmente filosóficos. ¿Qué ha sido de la postmodernidad? Hoy parece una
fruslería lo que produjo tanto libro de filosofía débil. Pero, de todas maneras
hemos perdido exquisitez conceptual, se han reprimido zonas del lenguaje y del
pensar que todavía no se han resuelto. La prioridad de lo económico y lo
político se han impuesto a través de los medios, encarnan, casi, la integridad
de lo real. Pero hay cuestiones graves que exigen un tratamiento específico y
que el discurso mediático, aunque lo jalee, no contribuye, precisamente, a su
solución: todo lo relativo a la ética y a las normas morales y sociales, por
ejemplo. Y si bien hay pocos que se arriesguen por senderos más espesos, y la
metafísica haya sido despejada de los problemas habituales de la filosofía, ahí
está, al cabo del pasillo, doña muerte
borrando inmisericorde todo rastro de nuestro ruidoso paso por la tierra. Por ello
es que la memoria y los confines de la realidad también precisen de planteamientos que esperan cuestionarse con
solidez y desarrollarse. Si la tónica de los tiempos no cambia, habrá que
esperar a la actuación de personalidades geniales.
El desolado juego de ecos en
ese breve texto de Joan Maragall en el que evoca el recuerdo de una tarde de
agosto, lejana en el tiempo, cuando vio una representación teatral al aire
libre, se puso a llover y todo el mundo, actores y público, echó a correr. Si
el escritor no hubiera anotado lo que ocurrió, quién se acordaría de aquella
melancólica función frustrada bajo nubarrones y viento húmedo. Inmaterialidades
del recuerdo.
Densas obviedades. La
condición para alcanzar la inmortalidad es que, primero, hay que morirse. Pero,
¿hay que morir simbólicamente o físicamente?
En las sucursales del vacío
crepita un cuerpo posible.
En Baudelaire la visión de
la mujer se corresponde con la imagen diabólica de la mujer de la Biblia:
encarnación de la lujuria y la locura, fuente de todo pecado y perversión, maldición
del varón, etc.,,,
Interesante este estado. Ya no
me sorprenden los libros de los demás, estamos a la misma altura. Pero me
interesa lo que escriben y me estimula
el hecho de que publiquen.
La invocación poética nos hace
dignos de nuevo, nos propone atravesar una intensidad distinta, nos devuelve al
origen luminoso.
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