Hasta
hace dos días creía que el nombre de
Nino Oxilia era un apócrifo. Sorpresivamente, gracias a un gif, esa suerte de
anillo de Moebius de la imagen, hallado
en una página de tumblr, y en el que se podía visionar a una misteriosa dama aderezando
su cabellera con un velo, identifiqué tanto la filmación de la que procedía la imagen como
a su autor.
Nino
Oxilia fue uno más de esos prometedores escritores y artistas que la primera
guerra mundial se llevó por delante antes de que apenas hubieran empezado su
carrera. Escribió obras dramáticas para teatro y logró filmar alguno de sus
proyectos, entre estos, la pieza que se considera la más notable, su Rapsodia
Satánica, versión del fausto goethiano aplicando, en esta ocasión, la maldición
provocada por el pacto diabólico, a la figura de una mujer, una condesa que,
tras vivir cómodamente, advierte con amargura y fatalidad que se ha hecho mayor
y ha perdido la belleza.
Esta
condesa está interpretada por la gran actriz del cine mudo italiana, Lydia
Borelli.
Ya conocemos
las limitaciones y singularidades estéticas del cine mudo: gestualidad teatralizante,
poetización de los ambientes por la compresión narrativa, y la existencia
sintética de la palabra en forma de subtítulos, etc…
A estos
efectos, la película de Oxilia, que apenas dura algo más de una media hora, no
supone una excepción, pero tal encarnación formal y representacional obtiene como producto fílmico un poema cinematográfico
muy en consonancia con las tendencias literarias y plásticas del momento. Incluso
la música que compuso Mascagni para la película y que las copias recuperadas han incluido en
sus versiones actuales, exhala ese ineludible aire decadentista que se suma a
la plástica del film.
La obra
no es ninguna obra maestra desconocida, pero resulta redonda en lo que cuenta,
tanto con respecto a su duración temporal como a la limpieza y belleza del
registro. La presencia velada y espectral de la condesa en los luminosos
jardines de su palazzo, la rotundidad
de las fuentes y la numinosidad de lo vegetal y el agua, constituyen,
ambientalmente, lo más sustancioso del
simbolismo de la película.
La cinta
toda depende de la figura de la condesa que recupera la juventud: a pesar de
las desmesuras dramáticas en la interpretación, típicas de la época, la
condesa, Lydia Borelli, no resulta ridícula, y se convierte en el eje cenital que
articula la obra, siendo tanto, espíritu encarnado que busca la felicidad como repentino
fantasma de sí misma.
El mito
de Fausto posee una moraleja: si decido
cambiar o alterar el curso natural de las cosas recurriendo a tratos con el
Diablo, el nuevo curso obtenido acabará fatalmente para mí. La condesa recupera
la juventud perdida tras su encuentro con el diablo, pero la nueva condesa que
saldrá de ese contrato diabólico, será tan frívola y egoísta que dejará que un
joven que la ama, se suicide ante su indiferencia. Cuando reacciona es ya
tarde, y creyendo que el espectro del joven
vuelve a por ella, se entrega al Diablo que le devuelve su vejez y por lo
tanto, a la muerte, en cuanto la condesa sea consciente de su terrible vuelta a
la realidad que no tuvo que alterar.
Las
películas mudas son como sueños. Los personajes no son de carne y hueso:
pertenecen al linaje de las marionetas o los espectros. La atmósfera de esta
Rapsodia Satánica, ubica personajes y espacios en la asunción de un simbolismo onírico
a lo Hofmansthal o lo D’Annunzio.
Lo que, personalmente, me pregunto es cuánto le costó a Nino Oxilia crear este ambiente o si fue, más, legado de su época y el trabajo se limitó a disponer el atrezzo correspondiente. Es decir: si lo que visionamos en la pantalla hoy supuso, entonces, para el director y su público, artificialidad o inmediatez reconocible. ¿La gente de la calle, en la Europa de alrededor de 1915, veía naturales estos ambientes misticoides, o les resultaban extraordinarios, raros, suntuosos? Es una reflexión que siempre me hago y que alude, en definitiva, al misterio del tiempo y de su recepción en el medio artístico.
Lo que, personalmente, me pregunto es cuánto le costó a Nino Oxilia crear este ambiente o si fue, más, legado de su época y el trabajo se limitó a disponer el atrezzo correspondiente. Es decir: si lo que visionamos en la pantalla hoy supuso, entonces, para el director y su público, artificialidad o inmediatez reconocible. ¿La gente de la calle, en la Europa de alrededor de 1915, veía naturales estos ambientes misticoides, o les resultaban extraordinarios, raros, suntuosos? Es una reflexión que siempre me hago y que alude, en definitiva, al misterio del tiempo y de su recepción en el medio artístico.
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