¿Por
qué la recepción artística de los prerrafaelistas me parece más intensa, más
inmediatamente perceptible que la de las grandes obras de los pintores
renacentistas, por ejemplo? Creo que se trata de una cuestión de
articulación espacio-temporal. Los
artistas italianos se me pierden en sus grandes talleres, trabajando frescos en
iglesias. Ese mundo de mecenazgo sacro, ese mundo de príncipes, cardenales y
papas no me resulta cómodo ni íntimo. En cambio, los prerrafaelistas, pertenecen
a una época que me resulta más inteligible, más próxima, más secreta. Fueron
estudiantes de Bellas Artes que viajaron por su país y por Italia y luego
regresaron a su casa donde tras procurarse una clientela, supongo que burguesa,
se dedicaron a pintar. El aire mágico que percibo en sus cuadros, esa capacidad
de reproducir ámbitos antiguos, la razono como una facultad del subjetivante y
romántico siglo XIX para soñar, desde los confines de los modestos talleres o
desde las casas, ambientes y paisajes remotos y mitológicos. Casi veo más
mérito – entiéndase la proporción - en las obras de algunos artistas del XIX
que en las de los clásicos, al ser la época más modesta, más limitada, más
doméstica, menos épica. La posibilidad de crear una línea, un estilo que
evocase o fuese versión romántica de lo clásico, me hace soñar con fuerza
embriagadora. En los clásicos la musa era menos misteriosa y más fruto de esa
capacidad artesanal que produjo lo sublime e irrepetible como el continente que
respondía a las formalidades y habilidades del momento. Los prerrafaelistas y
compañía, tienen un catálogo de motivos más limitados en la realidad si se
exceptuaban los de la tradición anterior. Al recrear los motivos de tal
tradición, proyectan una vena onírica sublimada a través de sus creaciones:
esos ojos de musas y personajes griegos, esos perfiles, esos estanques, ese mar
mediterráneo perfilando el horizonte de delicados encuentros en el templo …
Claro
que esta vida no tiene sentido. El sentido viene después de esta vida. Y si no
lo hay, no pasa nada. Es suficiente y es bueno que lo hayamos imaginado o
creído intuir. Lo que importa es lo que soñamos, a lo que aspiramos o
quisiéramos aspirar.
Somos
mensajeros de los dioses sin saberlo apenas. Escribamos, pintemos, compongamos.
Nuestra obra, lo queramos o no, se hace depositaria viva de todo
lo que hemos soñado, sospechado, temido, ansiado.
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