Reivindicación
idiota. Echo un vistazo a una película que están poniendo en la tele. La acción transcurre en el
medievo. Unos hombres con ademán hosco rodean a un sujeto. A este sujeto le
interpela un personaje vestido de obispo, lleva la mitra. Al parecer, los
hombres son vikingos convertidos al cristianismo. El individuo al que
rodean es otro vikingo que se resiste a la conversión a la nueva religión. El obispo,
personaje ostensible y calculadamente grotesco, le grita: ¿Abominas de Odín y
de tus dioses? El vikingo, heroicamente, persiste en su negativa. El tendencioso
mensaje que transmite la escena es obvio: la intolerancia del cristianismo y la
conducta elogiosa del personaje que
persevera en los valores originales de su cultura. Ahora me entero de que los
supuestos valores de un vikingo son
preferibles a los del cristianismo, que venció culturalmente a los
bárbaros. La escenita reivindica lo étnico, lo local frente a la imposición o
el imperialismo, postura típicamente izquierdosa que a la hora de interpretar
períodos históricos ha desbarrado en su análisis. A la larga se hace preferible
la unidad cultural, legal o lingüística que conceden las grandes civilizaciones.
La coincidencia histórica de nacionalismo y romanticismo en la Europa del XIX es
algo que precisa de un mayor examen, aunque Bertrand Russell denominaba al nazismo “revolución romántica”.
Voces penosas: la aflautada del presidente Sánchez, que contrasta con su porte varonil. La endeble del rey Felipe VI, la redicha de chulito madrileño de Pablo Iglesias. La ininteligible y entre dientes del ministro Illa. Encima de que están en el poder, parece que sea exigirles mucho que tengan voces claras y contundentes.
Se supone que el arco iris que figura en la bandera representativa de los colectivos homosexuales y trans ha sido elegido porque en su muestrario de colores encarna el abanico de tendencias sexuales existente. Lo que no entiendo es por qué no está ahí representada la tendencia heterosexual, ya que es la tendencia más diversa en la relación de los géneros. Lo homosexual, en definitiva, es lo mismo con lo mismo…
La fascinación de ambientes y lugares específicos. Recuerdo
el encanto que tenía la naturaleza que se ve en la película El
planeta de los simios, la primera, la de finales de los sesenta. Nada
que ver con otras selvas o bosques vistos en tantas otras películas. En la de
“los simios”, la naturaleza era particularmente arcaica, desolada. La
naturaleza de otro planeta.
Recuerdo que durante alguno de los viajes cortos que hicimos por Rumanía en taxi, cruzando Bucarest, hablé de la estupenda música del país con quienes nos acompañaban: periodistas y escritores rumanos. Creo que fue el mismo taxista quien, tras unas palabras mías, matizó, exponiendo un pero a mis elogios: ¿Pero es algo oriental, no?, dijo con cierto deje fatalista, como si tal esta característica se convirtiera en un obstáculo a la hora de disfrutar de la música. Más tarde pensé: Si ser oriental es un hándicap para los oídos occidentales, supongamos, menos mal que no me ha preguntado por el flamenco, porque el flamenco sí que es oriental, peor o mejor aún: doblemente oriental: en su origen, música árabe versionada por gitanos.
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