Los
últimos acuerdos con la formación política EHBILDU, en la gestión de los presupuestos
generales del estado, con el sorpresivo rosetón final de contar con Arnaldo
Otegui en el aprovechamiento y dirección futura de los mismos, además de otros
“detalles” como la supresión del castellano como lengua vehicular del estado, me han hecho “visionar” con cruda claridad en
qué consiste la estrategia de la izquierda.
Efectivamente,
con estos últimos movimientos, el gobierno hace meridiano el destino
espacio-temporal de una tendencia política que pretende vincular entidades a las que permite huir de todo control por
parte del centro del que parten, es decir, el estado. La izquierda genera un
movimiento centrífugo y sueña con que las partes que huyen del centro se
mantengan en ese estado de tensión, lejos del centro. Para la izquierda estas
partes que componen en definitiva al estado, disfrutan de este modo de la
libertad suficiente para encarnar sus identidades y gestionar una economía
propia.
Lo
sintetizaríamos más si hiciésemos un poco de abstracción, esquematizando, del siguiente modo, la
estrategia elemental y profunda de la izquierda.
Imaginemos
un cuerpo. Ese cuerpo está hecho de partes o de miembros. La idea de la
izquierda es que las partes de ese cuerpo, si así lo manifiestan, se
independicen de un control central que es el que permite al cuerpo serlo, ser
un cuerpo. La izquierda piensa que esas partes que poseen historia y entidad
propia, pueden existir manteniendo una relativa autonomía con respecto a ese
centro. La izquierda, pues, sueña con que el cuerpo-estado exista como relación
democrática de sus partes pero sin que ello lo fragmente del todo o lo
destruya. La cuestión es que tendiendo como tiende a conceder más y más
presunta libertad a tales partes, la tensión con respecto a la tendencia
unificadora y centralizadora está servida.
Naturalmente,
cualquier control ejercido por el centro sobre esas partes es interpretada por
la izquierda como movimiento autoritario o impositivo. (Tengamos en cuenta que
para la izquierda todo puede ser impositivo: la identidad cultural, el
mismísimo nombre del país…)
La
izquierda cree que las partes pueden ser casi prácticamente autónomas y que
pueden mantenerse en ese estado de tensión relativa con el centro-estado sin
romper una cohesión final.
Esto
puede entenderse todavía mejor si traducimos estos “tira y afloja” en términos
de “lo uno”, “la unidad” y “lo diverso”. La izquierda critica o desprecia la
unidad porque ejerce una presión sobre lo diverso, es decir, tiende a anular
las diferencias que se dan en el estado para unificar todas las fuerzas en una
sola.
La
izquierda privilegia lo diverso como entidad suficiente, lucha por la presunta
libertad de la tendencia que huye del centro unificador. El pensamiento de la
izquierda puede resumirse en este dibujo cinético: el estado debe ser una
confederación o liga de fuerzas autónomas y acéfalas. Cada fuerza es el centro,
la unidad del grupo radica en cada una de ellas. Que lo diverso coexista en el
límite topográfico en que tal conjunto de fuerzas se dé, sin que tal liga o
federación llegue a romperse. El reto está, y en ello consiste el debate actual
en la política española, en hasta dónde puede resistir la liga tal situación de
fuga del centro, hasta qué punto puede resistir la tendencia centrífuga de las
fuerzas que dan existencia a la liga o relación de fuerzas como tal. La
cuestión es que el sueño de la izquierda, un no-estado, una relación cuasi
azarosa de las partes de un todo que no se quiere como tal todo, implica una
contradicción obvia en la proyección teórica y en la praxis.
El continuo juego del gobierno actual con los independentistas y nacionalistas, está poniendo, explícitamente, sobre el tapete la dinámica de la izquierda en su literalidad. Tal juego pertenece a las posibilidades de la inventiva democrática, pero teniendo en cuenta el actual estado de exasperación del debate político, y cuál es la intención de las fuerzas separatistas, expresadas por ellas mismas sin ambages, todo ello lleva a plantear dónde está el límite del supuesto progresismo del gobierno en el caso de que continúe dando “libertad” a las partes que conforman el estado.
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