No me he acercado a este
autor por tener un conocimiento previo de su obra sino por la vinculación del personaje a una
extraordinaria eclosión cultural y social
que marcó y determinó la gran
aventura que para Estados Unidos supusieron las décadas de los sesenta, setenta
y parte de los ochenta.
Mi poesía favorita
siempre ha sido la española y la francesa, a la que añado, en los últimos años,
la escrita en lengua inglesa. Al estar acostumbrado a una poesía más formal,
notablemente metafórica y de registros densos, los poetas de la generación beat
o los norteamericanos, como Bukowsky,
Allen Ginsberg, Kerouack y otros, siempre me parecieron
insustanciales, desmañados, incluso
malos poetas. Ciertamente el coloquialismo, la aproximación a las hablas
populares y jergas, la huida de la artificialidad manifiesta, ser más canción
que meramente texto, el parentesco con el panfleto, son aspectos que definen la
poesía emergida en Norteamérica en los sesenta, y que aleja estas producciones
de tendencias digamos más netamente literarias o elitistas.
Es por ello que la
comunión de estos poetas con el contexto político del momento resulta crucial. Es
más, no es que estos poetas se interesaran por tal contexto sino que fueron
productos del mismo. Se escribe según se
vive, y al revés resulta incluso más revelador: se vive según se escribe. Hay
más el deseo de comunicar con el flujo de la vida que la idea prioritaria de concebir
una obra literaria formalmente impecable.
Entre los poetas de la época
beatnik o hipi, Ferlinguethi era
para mí el más elusivo y por ello mismo, el más interesante y raro.
Haber sido vagabundo y casi
mendigo, participado en la Segunda Guerra mundial, y viajado por todo el mundo,
con las profesiones encima, además, de marinero,
periodista, pintor, editor, poeta y librero, irrigan de amenidad una vida que
alcanzó la guinda del pastel de ser centenaria. Apenas cumplidos los cien años,
poco después de haber redactado sus cundidas memorias, Ferlinguethi cruzó la
laguna Estigia, dejándonos un doble testimonio: uno, escrito de su obra
literaria para los lectores y otro vivido de su propia existencia para los biógrafos.
El chico es el
sucinto epígrafe con que Ferlinguethi titula sus memorias. Resulta curioso cómo
las empieza. Tras una docena de páginas de tono regular y redacción lineal,
exponiendo con rigor cronológico el orden de los hechos, de pronto y sin previo
aviso, nuestro buen amigo Ferlinguethi da un brusco giro narrativo y a través
de la conocida figura retórica del flujo
de conciencia, se sumerge de un
chapuzón en el grueso caótico de sus recuerdos y hace converger pasado, futuro y
presente en una misma e impetuosa ola cuajada de imágenes y matices. El
chico se convierte de golpe y porrazo en un convulso poema en prosa a
cuyo ritmo pronto nos acomodamos, disfrutando del verbo ferlingethiano que remoza
su memoria con la instantaneidad de la
imagen y el recurso poético.
Yo, lo que creo es que Ferlinguethi
inició sus memorias con la intención de concebir un testimonio más o menos
formal de sus experiencias. Cuando vio que llevar a cabo un rastreo exhaustivo
de tantos años le iba a suponer un trabajo insoportable y aburrido para el que
no tenía ni ganas ni tiempo, optó por el método del flujo conciencial, en el
que el diseño del tiempo y sus hechos no pasan por la servidumbre del orden en
que tales hechos sucedieron. Literalmente, con este método de escritura, la sucesión del tiempo estaba en sus manos.
Y la verdad es que ahora se agradece, no por los esfuerzos que la lectura
tuviera que realizar sino porque expresiva y rítmicamente, el texto muestra una
gran viveza y sus pasajes resultan más…memorables.
Los comentarios y
reseñas han exagerado un tanto el alcance conceptual de estas memorias,
definiéndolo como poema cosmológico del sujeto Ferlinguethi, inmersión en los
abismos intemporales de lo que fue engendrado y experimentado en el tiempo. Bueno,
no es tanto lo que llega a decir Ferlinguethi sino cómo lo dice y durante
cuantas páginas lo hace.
Unas memorias al uso no
hubieran sido tan emotivas, desde luego, ni tan deleitables en la lectura.
Ferlinguethi habla de
todo en este vibrante discurso multidereccional y es más que notable el alcance
cuantitativo de los hechos y períodos históricos de los que habla: desde las
aventuras de un norteamericano en el París de los cincuenta y sesenta, hasta
las redes sociales e internet, desde Bob Dylan hasta los registros electrónicos
en música, desde las peculiaridades melancólicas y algo salvajes de su infancia
y preadolescencia hasta las revoluciones hipis y beatnik.
Por su larga vida, Ferlinguethi
logra captar en su poético registro una llamativa multitud de circunstancias y
realidades que no dejan de ser sino los reflejos definitorios del convulso
siglo XX, invocando finalmente, en medio del desorden, una conciencia común,
una cuarta persona verbal del singular
capaz de dilucidar lo que fraternalmente nos une. Este vaivén místico de Ferlinguethi
casi diría que se hace inevitable en un texto que intenta reflejar la totalidad
de una vida, la suya, imbricada con otras a lo
largo de tanto tiempo y a través de tantas multiplicidades espaciales. Y
ello a pesar de que el autor no se desasosiega por ser literaria o
filosóficamente ambicioso. Es el propio tono de lo poético el que supone
percepciones unitivas y devenires harmonizantes en medio de lo multitudinario y disforme.
El chico
contiene, en definitiva, la vida de Ferlinguethi vivida como una aventura y
ello no podía expresarse sino a través de un gran poema.
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