Cuando los lunes,
iniciando la jornada de “trabajo”, me coloco ante el ordenador y busco en mi
imaginación, en el repertorio infinito de imágenes de la red, cualquier tipo de
estímulo con el que dar la señal de salida a la escritura, me asalta una viscosa
mezcla de melancolía y frustración, un querer hacer y un darme cuenta de que ya
es tarde para emprender determinados asuntos, una percepción de las cosas que han sucedido
en los últimos años que viene a convertirse en confirmación: el tiempo de la vida ha pasado.
Cierto es que apenas
echo un vistazo a la actualidad, al debate social, al estado de la política, al
número de protestas que ha habido a lo largo del día en la mayoría de las
ciudades españolas, me encuentro con que la gente lucha, con que a pesar del
viciado discurso a que asistimos, la información continúa significando libertad
y democracia, que la vida sigue.
Pero, a pesar de ello,
abro el ordenador a la tarde después de comprobar la vitalidad de la movida
general, y como una hoja del árbol autumnal de la vida, se desprende lentamente
ante mis ojos.
Compruebo que aquella
gran actriz que tanto me encandilaba a ms veinte años, falleció hace unos
meses, que no existen señores de la palabra en el ámbito creativo poético,
que los grandes creadores literarios o
los filósofos destacados, o se reducen a un par de nombres ya rutinarios o no
se han renovado. Que las tertulias exquisitas han cambiado tanto de partícipes
como de temáticas, que no hay exquisitez intelectual en ningún ámbito, que la
polémica ya sólo puede ser de índole económica o política.
Sí, conozco perfectamente la razón generacional de esta melancolía. Los jóvenes que se van instalando en los puestos y enclaves que antes ocupaban los míos, lo hacen con un vocabulario menos selecto y más restringido, a mi modo de ver, con distinta gracia y soberanía, y a través de otras temáticas, invirtiendo las prioridades que nosotros despachábamos con humor y creatividad intelectual, sin el aura de las humanidades esplendiendo sobre sus motivaciones ya que han elegido otros duendes con los que llevar a cabo sus andaduras.
La realidad es un depósito de fenómenos ignotos a punto de
estallar cada día. No sabemos lo que la neurociencia, los estudios arqueológicos
e históricos, otras investigaciones de la medicina o de la física estelar pueden
revelarnos en los tiempos venideros. Esto es lo que me da esperanza.
Este es el gran
misterio: la gente, las personas que conocemos y amamos van desapareciendo, van
muriendo, pero al mismo tiempo, este presente que habitamos es una rampa de
lanzamiento continuo de realidad y de realidades que hay que interpretar y
gestionar. La muerte se produce, increíble y tristemente, pero el tiempo,
simultáneamente, no se cancela. Sigue habiendo otras existencias, asuntos que
el devenir hace refluir ante todos,
objetos complejos de la cultura que nos retan a tantas otras lecturas,
horizontes de mundos que no cesan de perfilarse y que requieren de nuestra
entrega e implicación para ser comprendidos y definidos.
Por ello digo que: el conjunto de las cosas que ocurre, me emociona, me impacta, que el mundo actual me intriga y fascina, pero que no voy a reflejar los aspectos de la realidad que los periodistas hayan elegido previamente como imperativos ni perder el cualitativo don del lenguaje desde el que dejar de definir mi puesto en la suma de las circunstancias.

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