A veces, el poder de evocación de una fotografía resulta más específico que el de la pintura. Esta imagen de Lucien Clergue, tomada en Estados Unidos en 1980, suscita en mí una fuerte ensoñación, recurrente durante aquella década, cuando creía que mi futuro era el de ser pintor o fotógrafo. La ensoñación, es quizá previsible. Yo soy un destacado fotógrafo, reconocido por mis contemporáneos. Se me encarga hacer una serie de reportajes urbanos de la ciudad de New York y allí me dirijo con mi equipo. En la dinámica cosmópolis, conozco en un restaurante a una modelo que además estudia Bellas Artes. Nos enamoramos locamente y la voy llevando a los hoteles y rascacielos más imponentes del lugar en donde le hago un montón de fotos. Esta en particular, la correspondiente al fotógrafo francés, es una clara puesta en escena de tales fantasías. Hemos viajado a Houston, alquilo el ático del rascacielos más espectacular de la ciudad, y le hago una foto un tanto vertiginosa, pues la modelo se pega a la ancha ventana desde la que se divisa el parking del edificio. Que la imagen sea de un lejano, casi remoto año 1980, ratifica el caracter iluso de mi ensoñación, confirma que toda feliz evolución erótica quedó varada en el pasado, pues actualmente no encuentro confín o lugar que me provoque las mismas ensoñaciones.
empireuma :: micropoësie
martes, 25 de noviembre de 2025
EL FUEGO SEMEJANTE
En el orden de la representación estética, ¿qué diferencia
existe entre una jirafa en llamas y una tuba ardiendo? Nos referimos a la
jirafa daliniana (Salvador Dalí) y a la tuba margriteña (René
Magritte), valga el neologismo que más bien parece un gentilicio
surrealista: así se llaman los que son del país de Magritte.
Ambos artistas pertenecían al movimiento surrealista, cuyo onirismo programático les dictó tales fantasías. Teniendo en cuenta la plurimetaforización de lo surreal, demasiado hubiera sido que los dos artistas hubiesen elegido el mismo motivo para sumirlo en indoloras llamas. Pues aquí el fuego es absolutamente simbólico, es decir, sacraliza al objeto que incendia sin destruirlo. Una de las claves tanto del surrealismo como de las obras de Dalí y Magritte, es la poesía. Nos movemos aquí en explicaciones tautológicas, pero no nos excederíamos si indicamos que el resorte metafórico de toda poetización es el mensaje central de la libertad creativa surrealista. La pulsión conceptual de la poesía a través de un repertorio virtualmente infinito de imágenes es lo que relaciona la obra de ambos pintores. La repetición de una representación es sólo una coincidencia en la convergencia creativa. ¿Qué tiene que ver una jirafa con una tuba? Pues lo mismo que un paraguas con una mesa de operaciones: la lúdica asociación de todo lo cuantificablemente relacionable y existente.
martes, 18 de noviembre de 2025
EL TIEMPO ESTÁ PASANDO Y NOSOTROS SOMOS SUS RELATORES
Cuando los lunes,
iniciando la jornada de “trabajo”, me coloco ante el ordenador y busco en mi
imaginación, en el repertorio infinito de imágenes de la red, cualquier tipo de
estímulo con el que dar la señal de salida a la escritura, me asalta una viscosa
mezcla de melancolía y frustración, un querer hacer y un darme cuenta de que ya
es tarde para emprender determinados asuntos, una percepción de las cosas que han sucedido
en los últimos años que viene a convertirse en confirmación: el tiempo de la vida ha pasado.
Cierto es que apenas
echo un vistazo a la actualidad, al debate social, al estado de la política, al
número de protestas que ha habido a lo largo del día en la mayoría de las
ciudades españolas, me encuentro con que la gente lucha, con que a pesar del
viciado discurso a que asistimos, la información continúa significando libertad
y democracia, que la vida sigue.
Pero, a pesar de ello,
abro el ordenador a la tarde después de comprobar la vitalidad de la movida
general, y como una hoja del árbol autumnal de la vida, se desprende lentamente
ante mis ojos.
Compruebo que aquella
gran actriz que tanto me encandilaba a ms veinte años, falleció hace unos
meses, que no existen señores de la palabra en el ámbito creativo poético,
que los grandes creadores literarios o
los filósofos destacados, o se reducen a un par de nombres ya rutinarios o no
se han renovado. Que las tertulias exquisitas han cambiado tanto de partícipes
como de temáticas, que no hay exquisitez intelectual en ningún ámbito, que la
polémica ya sólo puede ser de índole económica o política.
Sí, conozco perfectamente la razón generacional de esta melancolía. Los jóvenes que se van instalando en los puestos y enclaves que antes ocupaban los míos, lo hacen con un vocabulario menos selecto y más restringido, a mi modo de ver, con distinta gracia y soberanía, y a través de otras temáticas, invirtiendo las prioridades que nosotros despachábamos con humor y creatividad intelectual, sin el aura de las humanidades esplendiendo sobre sus motivaciones ya que han elegido otros duendes con los que llevar a cabo sus andaduras.
La realidad es un depósito de fenómenos ignotos a punto de
estallar cada día. No sabemos lo que la neurociencia, los estudios arqueológicos
e históricos, otras investigaciones de la medicina o de la física estelar pueden
revelarnos en los tiempos venideros. Esto es lo que me da esperanza.
Este es el gran
misterio: la gente, las personas que conocemos y amamos van desapareciendo, van
muriendo, pero al mismo tiempo, este presente que habitamos es una rampa de
lanzamiento continuo de realidad y de realidades que hay que interpretar y
gestionar. La muerte se produce, increíble y tristemente, pero el tiempo,
simultáneamente, no se cancela. Sigue habiendo otras existencias, asuntos que
el devenir hace refluir ante todos,
objetos complejos de la cultura que nos retan a tantas otras lecturas,
horizontes de mundos que no cesan de perfilarse y que requieren de nuestra
entrega e implicación para ser comprendidos y definidos.
Por ello digo que: el conjunto de las cosas que ocurre, me emociona, me impacta, que el mundo actual me intriga y fascina, pero que no voy a reflejar los aspectos de la realidad que los periodistas hayan elegido previamente como imperativos ni perder el cualitativo don del lenguaje desde el que dejar de definir mi puesto en la suma de las circunstancias.
martes, 4 de noviembre de 2025
DERIVAS FÍLMICAS Estados Unidos y el resto
Se trata de algo muy personal y relativo a
gustos estéticos, pero he de confesar
que últimamente experimento un auténtico hartazgo del patrón cultural
norteamericano, y sobre todo, claro
está, a través de la mayor herramienta de propaganda de este país: su cine. Aunque
se trate de un cine magistralmente realizado desde el punto de vista formal, surtido de una efectividad anímica notable,
y haya alcanzado una altura gracias a la
cual ha sido clasificado desde el punto de vista de la semiótica como Modo de Representación Institucional,
nada menos, no dejamos de notar que, pese a todo, el cine norteamericano sigue
cometiendo los mismos pecados de ignorancia y desprecio con respecto a determinadas
culturas que hace décadas y mantiene unos cuantos estereotipos que quizás los
europeos hayamos superado.
Siempre me ha asaltado esta duda: ¿Por qué los norteamericanos son tan obstinadamente ignorantes del mundo sudamericano, interesándoles únicamente explotar el mito del narcotraficante, e igualmente extraños a la historia de la misma España, teniendo en cuenta la vinculación de nuestro país con el orbe americano? ¿Qué hubiera sido del western sin los caballos, traídos por los españoles al Nuevo Continente? Incluso el tipo del vaquero tiene grandes semejanzas con el vaquero español de hace 300 años, según observaba De la Cierva, un pariente del gran inventor. Nevada, Colorado, Florida, Las Vegas, San Francisco, El Paso, etc… Lugares descubiertos y bautizados hace siglos no precisamente por los checos… Este verano pasado vi por fin Apocalipsis Now y aunque el sonido del film es extraordinario y la deriva del mismo, admirable y su fama indiscutible, la película me supo a otro producto narcisista más aunque, en este caso, de calidad. Los vietnamitas no tienen un protagonismo específico encarnado en algún personaje o sujeto concreto, son nadie, un grupo animado de fondo ante el endiosamiento malditista de los personajes principales convertidos en monstruos sagrados y, lo que faltaba, adorados por los nativos. Lo dicho, vueltas de tuerca en la autofascinación narcisista. Los vietnamitas como los mexicanos en tantas lamentables ocasiones, son un solo personaje colectivo secundario. En vez de haber un cineasta oriental que retratase la animalidad de los norteamericanos, son estos los que se atreven a autorepresentarse, aunque supuestamente sea con el toque exquisito de Coppola quien pretendía llevar a cabo una crítica antibelicista. La verdad es que el cine norteamericano es lo que retrata mejor que nada la ignorancia, precisamente, de los norteamericanos de prácticamente, el resto del planeta, y no sé si esto es un efecto involuntario de los directores o una probable protesta del propio lenguaje del cine. Una ignorancia que es tanto como jactarse de no saber nada de la historia y cultura de determinadas naciones, no teniéndolos en cuenta aunque la acción narrativa transcurra en tales países. De esto último hay múltiples ejemplos. Personajes protagonistas norteamericanos que se mueven por México, Francia, España o Italia, como si lo hicieran por el patio trasero de su granja. Los norteamericanos, como en Bienvenido Mr. Marshall, siempre a lo suyo.
Cada vez que me acuerdo
de aquellas películas de catástrofes de los setenta, las de terremotos,
maremotos, incendios y demás, las veo encantadoramente ridículas, y más tontas
si cabe al sospechar el mensaje que todas ellas llevaban implícito. Se trata de
filmes claramente parareligiosos. Que los norteamericanos creen ser, como los
judíos, un pueblo escogido, lo
verificamos sobre todo en su historia colonial, en su manía por fundar sectas y
movimientos religiosos y en su preferencia por el Antiguo Testamento antes,
incluso, que por el Nuevo, que nunca han sabido abordar con racionalidad, salvo
en alguno de los mejores fílms de temática bíblica de la época clásica. Los
colonos del siglo XIX eran los nuevos profetas y América, la Tierra prometida…..
No es extraño de esta manera que se crean los destinatarios del Apocalipsis a
través de todas esas películas que menciono: El coloso en llamas,
Terremoto,
El
día de la independencia, Aeropuerto, La aventura del Poseidón,
etc… Ah, y Titanic, para no ir más lejos. La gran pedantería de los
norteamericanos radica en esta apropiación descarada de la trascendencia.
Ahora, eso sí, se trata de un tipo de trascendencia social, grupal, y no
subjetiva o personal. Los norteamericanos son religiosos, no místicos. Saben que son incapaces de producir un Tarkovsky, un Pasolini o
un Bergman, Y esto, con toda seguridad,
les humilla un poquillo. El cine verdaderamente serio es el europeo.
El otro día, pos
casualidad, zapeando, visioné un pasaje de la película Grupo salvaje. Un grupo
de pistoleros, al parecer, llega a una zona de México donde se alía con el
ejército opresor. En una fiesta donde se les acoge para realizar fechorías, el
par de individuos norteamericanos más salvajes del grupo no sólo quiere vino y
una buena cena para celebrarlo sino también mujeres. Se les suministran unas
cuantas chicas muy bonitas mexicanas con las que se bañan en un gran barreño
lleno de vino y montan una buena juerga. Confieso que me dio náuseas y mucha vergüenza
ajena. Estas escenas me las imaginé pero dándoles la vuelta: un conjunto de
forajidos mexicanos revolcándose con mujeres norteamericanas rubias y de ojos
azules. Imposible. ¿Hay alguna película donde esto haya ocurrido? Recuerdo la venganza que al respecto ejecutó Alex de la Iglesia en su película Perdita
Durango.
En esta misma película, como en tantas otras, se vuelve a hacer escarnio aunque brevemente, de los modos de culto católico de las feligresas mexicanas. Como siempre, personas muy mayores, rezando y portando cruces en actitudes supersticiosas. Los norteamericanos siempre han hecho esta caricatura de una religión que parece extraña o bárbara, cuando resulta que se trata de cristianos, como si los norteamericanos no lo fueran. Aunque de esto tengo serias dudas. Los norteamericanos son más bien satánicos, como puede comprobarse en su cine, en Halloween, en su lamentable historia criminológica, en el heavy metal, etc..
Al consumir cine
norteamericano también consumimos sus obsesiones y paranoias. Y estamos,
además, a un punto de asumirlas, lo que significaría que abandonamos la luz y
la racionalidad del catolicismo para convertirnos gradualmente al
protestantismo, es decir, a la nada oscura y sombría cuya única temática es, ya
sabemos: los muertos vivientes, los
asesinos en serie, la fascinación por la sangre y la muerte, y otras
encantadoras maravillas.
Aunque también es cierto que ha sido un país protestante como Estados Unidos quien ha creado un sitio como Disneylandia. La clave también está, creo yo, en la religión protestante. Al ser liberados del sacramento de la confesión, los norteamericanos protestantes, han creado un paraíso originario y cursi como Disneylandia - que no está basado sino en los cuentos y tradiciones de Europa- del mismo modo que han tirado la bomba atómica: porque a diferencia de los católicos ellos no tienen escrúpulos. Parten siempre de cero, de la virginidad moral. Mientras nosotros arrastramos una pendejada como la leyenda negra, ellos, creadores de las reservas indias, del racismo contra los negros, de los horrores de Hirosima y Nagasaki, no tienen conciencia de culpabilidad. El protestantismo al deshacerse de toda autoridad y de casi todos los sacramentos, funciona como un sistema de lavado automático de la conciencia ética. Uno no responde sino ante sí mismo. Todo compromiso moral se resuelve en los circuitos ignotos de la mente de cada cual. Ya decía el mismísimo Schopenhauer que dudaba de que el protestantismo, comparado con el catolicismo, fuera una religión.

viernes, 31 de octubre de 2025
LEVE REIVINDICACIÓN DE LA ARBORESCENCIA COMO IMAGEN DEL SABER Y DE LA REALIDAD
Me encuentro leyendo el último libro de Miguel
Morey, Últimas doctrinas de la
soledad - y el artículo que dedica a repasar la historia reciente del
famoso concepto filosófico de rizoma
que el rumboso tándem Deleuze
-Guattari pusieron en movimiento en los años setenta, me ha llevado a
reaccionar, reivindicando no tanto la tradicional figura del árbol como imagen
ilustrativa del despliegue jerárquico de la realidad como el de arborescencia,
que creo útil todavía.
Podríamos fijarnos en aspectos colindantes
desprendidos del hecho de definir el itinerario de las cosas a través de la
forma del árbol y que en suma, pertenecen a una tradición conocida - ya
sabemos: árbol genealógico, árbol de disciplinas artísticas, árbol místico de
los estados para alcanzar la sabiduría y la felicidad, etc. - Pero el principal hándicap que se le atribuye
a la figura simbólica del árbol es que constituye o determina jerarquías en el
saber que, finalmente, podrían considerase como imposiciones autoritarias.
Ahora bien, imaginar un orden probable en la
distribución de los saberes, ¿implica necesariamente, una determinación técnica
o cualitativa de los mismos?
Si se examina incluso con tranquila superficialidad,
creo, finalmente, que esta imagen ordenada y gradual del árbol simbólico, sí
implica la ineludibilidad de una consecución cualitativa y por ello podría
considerarse que esta brillante imagen de los itinerarios del conocimiento o
del ser que los antiguos diseñaron no evita una destinación del movimiento de
las cosas y por ello, una imposición que pertenecería no a la imaginación de
los que utilizaron esta forma, este diagrama, sino a los educadores que la
utilizaron posteriormente.
Pero si el
árbol señala un nacimiento desde las raíces al tronco y de este a las distintas
ramificaciones, creo que es en los tramos diversos y no obligatoriamente
ascendentes de las ramas donde podríamos adivinar, incluso, formaciones
rizomáticas, eventualmente, horizontales.
Cierto es que el concepto rizomático de la vida
es brillantemente elocuente: desarticula la linealidad del tiempo, destaca los
acontecimientos como flujos de estados independientes, sitúa el orden de las
cosas en una coexistencia espacial quizá convergente o no, libera de la grávida
consecución que los conceptos de causa-efecto imponen en la descripción de los
hechos.
Personalmente, prefiero el enriquecimiento de la realidad que supone la utilización del concepto de rizoma antes que su tan elogiado efecto liberador. ¿Hasta qué punto podríamos prescindir de todo vínculo en nombre de la libertad, ignorando el ser ético de las cosas? Aquí hay, sin duda, cierta caricatura del concepto, pero tampoco me parece muy elogiable aborrecer un orden en el universo si este produce efectividad y habitabilidad en el mismo. Recordemos aquellas palabras de Borges definiendo la íntimas compensaciones de un Valery en su trato intelectual con la palabra y el pensamiento: las aventuras del orden…
Parece algo paradójico pues el orden de algo
parece invocar cierta forma que previamente disponíamos en la trayectoria
configurativa de la realidad.
Sería fascinante imaginar desenlaces insólitos
dentro de unos itinerarios forzosamente conectados entre sí y que por su propia
naturaleza hubieran dado finalmente los
resultados que han dado. Quizá sea esto filosofía-ficción.
Pero ¿y si el orden no fuera una finalidad ya prevista
sino el resultado último de una óptima relación de cosas? Aquí el azar también
ha podido participar, entre el resto de conformaciones y propósitos, aunque en
dosis no absolutamente invasoras.
El orden como destinación de la vida, como
recompensa del paraíso a las almas, como indicador manifiesto de un sentido.
Pero también seríamos capaces de imaginar en
tramos ocasionalmente horizontales de una arborescencia elementos dispersos en
devenir que posteriormente habrían funcionado como soldadores de una
esfericidad de las cosas, como facilitadores fragmentarios de ese sentido que
al final corona al orden o viceversa….
En definitiva una arborescencia arborícola se
asemeja mucho a la naturaleza reticular de un texto.- Para los
impugnadores de todo sistema, representación o mero diagrama del movimiento del
mundo ¿no es el texto el soporte tipográfico, por excelencia, del conocimiento en
sus fases más complejas y duraderas?
En definitiva: si el motivo del árbol no hace sino remitirnos a espacios anacrónicos del ordenamiento de los saberes, sí podríamos utilizar la imagen de una ramificación como pasaje especulativo, como episodio puntual de los itinerarios del conocer.
lunes, 27 de octubre de 2025
LA ACTUALIDAD DE LA IMAGEN
Es un lugar común manifestar cierto interés morboso ante el poder evocador de las fotografías porque se trata de un poder evocador melancólico. En la mayoría de las ocasiones, cuando revisamos las imágenes fotográficas no hacemos sino constatar una cosa: el pasado. Las fotografías nos muestran a las personas como inevitables víctimas del tiempo. Sin embargo, confieso que en los últimos años,- me coloco como ejemplo de esta singularidad - he ido experimentando un cambio con respecto a estas sensaciones que provocan las fotografías. Mi percepción de las fotografías de hace algún tiempo ya no resulta tan última o determinada. Ha ido creciendo en mí, a veces, repentinamente, una recepción del tiempo que no se estanca en el pasado sino que contempla niveles de tiempo restituidos a su presente, como si lo que fue experimentase una regresión hacia delante que lo devolviera, en parte, al presente. Las personas no fueron retratadas en el pasado sino en el presente que habitaban. Es cierto que ese presente es con respecto al nuestro un pasado. La red del tiempo se teje así: todo depende desde dónde contemplemos la ubicación del otro. Pero, como digo, al descubrir determinadas fotografías y analizarlas desde el presente concreto en el que se efectuó esa imagen, veo que esta reclama con naturalidad un puesto que trasciende la sucesión temporal.
Es decir, que lo que la fotografía representa
para mí en este momento no es esa fatalidad de la muerte: experimento grados de
realidad que no están destinados automáticamente a la finitud. Percibo que lo
que veo tan claramente ocupa un grado de realidad que persiste y que, me
atrevería a decirlo, permanece en otro lugar distinto a la realidad actual o
cotidiana.
Quizá aquí se confunda realidad con simbología o con representación. Lo que intento insinuar es que lo que veo en la
foto y que ya no está con nosotros permanece en un lugar y tempo soberanos que,
en definitiva, casi son los mismos que los que ocupaba la persona desaparecida
cuando vivía junto a nosotros. Seremos lo
que fuimos.
Todas estas observaciones han vuelto a mi pensamiento al encontrarme con esta vívida foto de Bob Marley en la red. No la conocía, pero me ha sorprendido esa nitidez - ignoro si está retocada, pero daría igual - que borra la cantidad de años que hace que el cantante falleció. De pronto veo a Marley más vivo que nunca, actuando tranquilamente ante mi vista, de nuevo.
Contemplo, examino esta imagen de mi adorado Bob Marley de la adolescencia torrevejense y me es imposible sumirme en ningún lamento, no hay motivo para funerales ningunos. Hace más de cuarenta años que Marley desapareció. Este tiempo transcurrido me parece una enormidad, un fardo que oprime la mente al querer remontarlo o evitarlo. Pero al mirar de nuevo la imagen tal montón de años me resultan una fantasmada. Marley está ahí, no aniquilado por un batallón de décadas. No hace acuse de semejante construcción, de semejante artificio.
Decía Roland Barthes en su estudio semiótico sobre
la imagen fotográfica que a veces esta se asemejaba al lienzo de Turín:
la persona retratada en la fotografía podía emerger del pasado, resucitar ante nuestra entregada y minuciosa apreciación.
Las personas que se han ido están donde estaban
pero no ya en nuestro conciso y maltrecho aquí: este sólo ha servido de
trampolín, de estancia para lo inmanente.
sábado, 18 de octubre de 2025
MI EXPERIENCIA COMO MENDIGO OCASIONAL
Escribir es el único remedio con el que cuento para conjurar sombras y miserias. De todos modos, escribir en este blog sobre tensiones extremas sé que produce rechazos en cualquier posible lector. Es más, me atrevo a escribir aquí porque tengo casi la seguridad de que nadie de mi entorno va a leerme, salvo quizá algún viajero lejano en este piélago de confines remotos y flotantes que es internet.
Vivo la semana prodigiosa, como diría aquel. Dispongo sólo de veinte euros en la cuenta bancaria. Es la primera vez en mi vida que me veo en semejante circunstancia. Se supone que al cabo de una semana y pico, mi situación se revertirá en casi la contraria, pero hasta entonces, tal tiempo se me antoja infinito y se abre ante mí una larga agonía. ¿Cómo voy a quedarme sin café, sin papel de cocina, sin detergente para la ropa, sin.....? Los primeros días intentando sobrevivir con veinte euros son penosos. Y aún así, ahora la cifra de veinte euros se me antoja una pequeña fortuna. Salir a hacer la compra sin la más mínima alegría, me hunde en la miseria moral. Me refugio en la imaginación, en la ironía, en la reacción pura del pensamiento para seguir adelante, pues sólo en el ámbito intelectivo me siento rico y bien.
Esto de ser, repentinamente pobre resulta bastante amargo pero revelador. Lo que experimentas de inmediato es la escisión entre tu realidad y la vida de los otros. Contemplas a los demás habitando ese discreto paraíso que es la normalidad, paseando por la calle, tranquilamente, mientras que sientes cómo tú, con una cantidad exigua en el bolsillo, vas perdiendo realidad, vas desapareciendo, atomizándote. Es precisamente esa tranquildad en la que se mueven los otros, lo que marca un abismo entre sus vidas y tu situación. Una persona que pase a medio metro delante de tí se encuentra a años luz... La ansiedad palpita en ti como un animal que te habitara. Menos mal que por el momento poseo la suficiente plasticidad anímica como para hacer que tal bestia quepa en mi interior por mucho que crezca. Si esto revirtiera al exterior y tuviera que actuar para defender mi cuerpo y tuviera que salir a la calle a pedir limosna, sería el fin.
La triste prueba de fuego con los conocidos. Me encuentro con un amigo por la calle. Tiene la imprudencia de preguntarme cómo estoy y voy y se lo digo, pero sin drama, casi de broma aunque diciéndole la verdad. Empiezo a sentir repelús de mí mismo a través de la reacción de mi amigo y del leve rictus de su cara. Naturamente, ni voy a suplicarle una ayuda ni este hombre va a tener la luminosa genialidad de prestarme algo. Ya la poeta Blanca Andreu, intentó ayudarme en otra ocasión de aprieto económico, consultando con el grupo de amigos comunes y comprobó la decepcionante reacción de tales supuestos amigos. Hago memoria. Yo sí que he prestado dinero a amigos y familiares sin esperar ninguna vuelta, dando el dinero sin más. Cómo me he acercado al cajero y he sacado dinero para un conocido, cómo no he dudado en hacerlo. Será porque soy poeta y no valoro el dinero. El amigo con el que me he encontrado, después de un par de comentarios más o menos jocosos, escapa de mí, aliviado de que no le haya pedido un duro. Y yo compruebo que apenas sometidos a una pequeña prueba los llamados amigos se esfuman como por arte de magia. Ya lo dijo Agustín García Calvo. No hay otro dios que el dinero. Y mejor no molestar a los demás con el lamentable tostón de suplicas o llantos.
YO ERA UN FOTÓGRAFO FAMOSO Y UN DÍA....
A veces, el poder de evocación de una fotografía resulta más específico que el de la pintura. Esta imagen de Lucien Clergue , tomada en Esta...
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IDENTIDADES NÓMADAS: LOS DIARIOS DE ISABELLE EBERHARDT Borges nos hablaba en uno de sus cuentos de aquella inglesa que, capturada por unos ...
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Llevo años pensando en ese país tan extraño, como decía Borges , que es Estados Unidos . Pensando en su cine ante la especificidad europea...
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Si hace décadas se cantaba aquello de malos tiempos para la lírica, no digamos ya para la épica, a no ser que algún súbito acontecimiento ...







