En una ocasión Borges manifestó estar de acuerdo con no sé quién en definir el desierto como el mayor de los laberintos. Cuando escuché aquello - se trataba de una emisión radiofónica - me pareció una comparación sorprendente.
El desierto es el mayor laberinto porque es imposible encontrar un término concreto, una línea de salida. No hay caminos ni linderos. Esto es aplicable a cualquier extensión vacía y sin límites visibles, es decir, un espacio liso o sin líneas, o bien con líneas pero caóticamente dispuestas, trazos, brechas y no direcciones.
Curiosamente, leyendo el libro que el marino noruego Fridjotf Nansen escribió sobre sus exploraciones árticas de 1893, encuentro que se refiere al desierto polar como "laberinto uniforme de color blanco grisáceo". Resulta muy interesante que tanto Nansen como Borges empleen el mismo concepto aunque aplicado a geografías climáticamente opuestas. En realidad se trata de una idea de carácter fantástico. Precisamente, al estar desprovisto de sendas practicables o de corredores que indiquen destinos, el espacio desértico es el más tortuoso de surcar.
Hay que imaginar corredores, por muy pululantes que sean, flancos, por muy engañosamente interconectados que estén, para que al menos, sirvan de guías probables en un espacio tan envolvente, huérfano de referencias geográficas concretas, un espacio de sinuosidades sin fin, imposibles de acotar...
Nada que estimule más la imaginación, que tiente la aparición de cualquier cosa, que un desierto. Ahí reside el carácter paradójico de su capacidad alucinatoria. La ausencia de todo estímulo, de todo movimiento, hace que poblemos la extensión desértica de desplazamientos o figuras imaginarias. Al no haber nada, es en el desierto donde uno espera con más ansiedad a que aparezca algo insólito, fuera de lo común. El desierto es la sugestión absoluta. Esto lo supo y lo sufrió bien San Antonio....
El desierto no es la repetición de una serie de elementos diferenciados, sino la repetición de un solo y único espacio. De ahí la angustia de no poder calcularlo, de no poder escapar de él.
El desierto es el mayor laberinto porque es imposible encontrar un término concreto, una línea de salida. No hay caminos ni linderos. Esto es aplicable a cualquier extensión vacía y sin límites visibles, es decir, un espacio liso o sin líneas, o bien con líneas pero caóticamente dispuestas, trazos, brechas y no direcciones.
Curiosamente, leyendo el libro que el marino noruego Fridjotf Nansen escribió sobre sus exploraciones árticas de 1893, encuentro que se refiere al desierto polar como "laberinto uniforme de color blanco grisáceo". Resulta muy interesante que tanto Nansen como Borges empleen el mismo concepto aunque aplicado a geografías climáticamente opuestas. En realidad se trata de una idea de carácter fantástico. Precisamente, al estar desprovisto de sendas practicables o de corredores que indiquen destinos, el espacio desértico es el más tortuoso de surcar.
Hay que imaginar corredores, por muy pululantes que sean, flancos, por muy engañosamente interconectados que estén, para que al menos, sirvan de guías probables en un espacio tan envolvente, huérfano de referencias geográficas concretas, un espacio de sinuosidades sin fin, imposibles de acotar...
Nada que estimule más la imaginación, que tiente la aparición de cualquier cosa, que un desierto. Ahí reside el carácter paradójico de su capacidad alucinatoria. La ausencia de todo estímulo, de todo movimiento, hace que poblemos la extensión desértica de desplazamientos o figuras imaginarias. Al no haber nada, es en el desierto donde uno espera con más ansiedad a que aparezca algo insólito, fuera de lo común. El desierto es la sugestión absoluta. Esto lo supo y lo sufrió bien San Antonio....
El desierto no es la repetición de una serie de elementos diferenciados, sino la repetición de un solo y único espacio. De ahí la angustia de no poder calcularlo, de no poder escapar de él.
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