Habitamos un fulgor lento que nos desteje,
allá,
en los confines de seda y luz rosa.
La música nos vivifica y nos dispersa,
nos multiplica y nos aniquila,
nos hace encarnar un ahora sin geometrías,
o nos lanza a los sumos linderos
donde nos mimetizamos con la muerte,
donde arde voluptuosa
la memoria de todo y de nadie.
Hay músicas que suenan en el pasado.
La certeza del cuerpo se desvanece
durante este velo que nos diluye
en líneas y espacios posibles,
cuando somos un reflejo de la luz
anterior al sol.
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