martes, 15 de abril de 2008

LA ARENA DEL RELOJ VII


La unidad es dinámica (los conjuntos de moléculas que componen la unidad)


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Todo libro es una especie de aleph.


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Algo tan multitudinario como una estación (algo que está estacionado, es decir, parado) y sin embargo, convertido en constante punto de tránsito, de movimiento. Ese dinamismo le confiere, paradójicamente, una naturaleza acogedora, estática. Siendo algo estático, se convierte tanto en punto de partida como de llegada, asume la bidireccionalidad, el ser contacto de la siguiente estación o de la anterior. Y tanto a la estación anterior como a la siguiente les ocurre lo mismo, respectivamente, y así hasta el fin de todas las estaciones.


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Después de la muerte no hay nada, y después de la nada hay sorpresa, dijo un loco.


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Lo desmesurado, lo fantástico del aleph borgiano no es tanto su concepto como su concreción en un objeto: constreñir en un punto espacios y acontecimientos incalculables. El aleph es, pues, un objeto imposible en el que divisamos la multiplicidad de los mundos que han sido, el fin y el comienzo del universo. Ese carácter contradictorio que constituye su naturaleza fantástica - la convergencia de opuestos, la simultaneidad del principio y del fin - hace recordar la definición patafísico-geométrica que da Jarry de Dios: "Dios es el punto tangente del cero y del infinito". Es decir, Dios es tanto la suma virtualidad como la suma de todo lo imaginable. Aunque lo patafísico en Borges no sea tanto su venerable invención sino dónde lo pone: en las húmedas escaleras de un sótano. Esto podría significar también, siguiendo con lo contradictorio, que lo insólito puede producirse en los ámbitos más prosaicos y cotidianos.


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La cuestión no es tanto escribir o leer poesía como defenderla, pero escribir y leer poesía es ya defenderla.


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En el estereotipo la imagen coincide con su representación.


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Escribir es una acción porque no obvia el mundo sino que define- y por tanto defiende- un territorio.

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