jueves, 29 de mayo de 2008

VICTOR HUGO. EL PROMONTORIO DEL SUEÑO


Lo que resulta fascinante de un texto como este de Hugo es que siendo casi puramente divagatorio, una pieza mínima en el conjunto de su obra, no resulte en absoluto baladí, sino incluso particularmente significativo en el orbe misticoide del romanticismo y en la emergencia de las ideas inaugurales de la modernidad literaria.

El Promontorio del Sueño es una suerte de mixtura literaria, una evocación del Todo y de la Nada, de la universalidad y de la inconsistencia , a la vez, del sueño que como evasión esperanza o locura, nos constituye, y sin ser, lo repetimos, una obra importante en la producción del autor, es inopinadamente sintomática de un cambio en las mentalidades, en la mecánica de las simbolizaciones: el escritor no hace otra cosa que dejar hablar libremente a las palabras, permitir la eclosión de las asociaciones.

Técnicamente podríamos decir que es casi flujo de conciencia lo que Hugo utiliza, un flujo, en todo caso, de citas literarias clásicas entremezcladas con referencias a una realidad cotidiana que no es sino una parte más de la metamorfosis cósmica del hombre y del mundo.

La Antigüedad, la Edad Media y la actualidad son megafases del Sueño Universal interconectadas subterráneamente:"El politeísmo es el sueño despierto persiguiendo al hombre".

Encontramos en esta obra algo típicamente moderno, la utilización del mito como expersión de las dimensiones caricaturescas, monstruosas, desmesuradas de la realidad y su hibridación de tiempos históricos.A propósito de esto algunos pasajes son netamente surrealistas: ".... los matamoros hablan patois..." "A la quimera antigua sucede la quimera gótica. Silbato del maquinista invisible...." "El agente de cambio no sospecha que es un contable de sueños. Su libreta llena de cifras es un registro de fantasmagorías. Prima-finiquito-saldo es un galimatías como el etteilla. El gran Albert podría se agente de bolsa y las mujeres que juegan a la bolsa son las mismas que echan las cartas". (Aclaremos que etteilla es el nombre anagramático de una forma de tirar las cartas y que el "gran Albert" hace alusión a un tratado de magia).

La situación emotiva que provoca el texto resulta curiosa: el escritor se encuentra en el exilio y rememora un hecho acaecido treinta años antes, cuando visitó el Observatorio de París en el que trabajaba su amigo Arago. A través del telescopio escruta la superficie de la luna por primera vez.

Es interesante la descripción que Hugo da de su visionamiento astral. Leyéndola, como me ocurrió leyendo los artículos de Flammarion sobre sus viajes en globo, pensé en lo insensible que nosotros, los cibernautas, nos hemos vuelto a la magia, a la poesía de los descubrimientos originarios, al estar acostumbrados a la velocidad, al bombardeo continuo de estímulos, a la informatización de todo.

La luna es el gran objeto, material y mágico, que sirve a Hugo como referencia de una experiencia concreta que ahora se metaforiza al tiempo que utiliza como motivo universal, como eje de de su invocación del Sueño que habita en todo hombre.

En efecto: la situación de exilio es semejante no ya a la de estar en la luna, sino a la de encontrarse incomunicado en un espacio vacío, excluido del contacto vivo con la sociedad. Pues ¿por qué Victor Hugo se acuerda de su antigua visita al Observatorio?Este estado de melancolía, de abandono y de extravío anímico es el que hace que el escritor hurgue en la conciencia y se encuentre con el recuerdo de aquella visita que le sirve de instrumental real, de pretexto para rescatarse a sí mismo, de su pérdida en el piélago de la nada que es el exilio.

En la anécdota hay implícita una sugerencia espacial especificada por la fecha que Hugo da: "Recuerdo que una noche de verano, hace ya mucho tiempo de esto, en 1834, me dirigía al Observatorio".

Me basta la lectura de esta línea para que me vengan a la cabeza las callejas y las farolas de gas, la escasa gente que transitaría a esa hora, la extrañeza de imaginarme a Victor Hugo andando tranquilamente a esa hora, yendo a un lugar igualmente fantástico, un observatorio.

Y pienso con fascinación: esto sucedía en 1834, antes de que se inventara la fotografía, como si ello le diera una "pureza" singular a la historia, a las imágenes. (Claro está que me resulta imposible afirmar la objetividad de esa sensación, de ese impacto en cualquier otro lector, pero la presencia, la impronta de la fecha en el texto es como una suerte de martillazo mítico-espacial que me ubica de golpe en el imaginario decimonónico-romántico, un imaginario ratificado y basado en grabados, fotografías, en toda esa iconografía sombría del XIX) .

André Breton decía que Hugo parecía surrealista cuando no era tonto, es decir, cuando la retórica y la solemnidad no ahogaban su verbo. Hugo escribe: "Siento en mí el átomo inmenso". Hipérbole o paradoja, desde el promontorio lunar Hugo divisa la heterogeneidad vertiginosa de la historia y de la naturaleza - ésta también sueña - y esa multiplicidad en devenir , a pesar del proteísmo fútil con el que se ha acusado a su romanticismo, sólo puede ser soberbia, onírica, multiplicidad que el siglo que vendría después confirmaría con creces.


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