Un amigo me comentaba, lamentándose, que la figura del intelectual ya dejó de existir, que el intelectual, sea éste escritor o filósofo, ya no ocupa un papel social importante o reconocido en la actualidad. Mi amigo evocaba melancólicamente autores como Sartre , Camus y compañía, y lo que me molestaba de esa evocación no era el lugar común de su consideración sino la resignación que conllevaba , el conformismo que escondía.
A penas uno "se mueva" o busque, se dará cuenta de que lo afirmado por mi amigo no es cierto, de que lo que ha ocurrido es que el protagonismo estelar de un par de figuras concretas ha sido sustituído por la actividad de una vanguardia que se expande molecularmente, y de que hay colectivos, escritores e "intelectuales" sorpresivamente interesantes llevando a cabo una labor, casi secretamente heroica, a contracorriente.
Contando además con el quintacolumnismo internauta - el incisivo y coherente, no el esperpéntico o meranente destructivo - quejarnos de la orfandad crítico-creativa no supone sino no querer admitir opciones al señuelo con el que el poder uniforma y estrecha el escenario mediático.
Un Fernando Savater o un José Antonio Marina, se me ocurre así, de pronto, no monopolizan nada, en realidad. Autores como ellos pueden emitir sus discursos y vender, de paso, sus libros; otros hay menos secuestrados por la fama o los periódicos que llevan a cabo, desde otros foros, un trabajo tan sólido o más agudo, en el análisis de la realidad. Hoy en día, ésta es tan compleja y maleable, tan laberíntica y compartimentada, a pesar de todas las globalizaciones, que, como decía Baudrillard, ya no hay teoría capaz de abarcarla.
Podemos elegir no enterarnos del prodigio que está sucediendo a dos pasos de nosotros y quejarnos de la pobreza de la vida. Con toda seguridad niega el debate quien no participa en el mismo (ni desea entersarse de que se produce). Lametablemente vivimos en una sociedad nauseabundamente mediatizada que ha aceptado la regla tácita de que lo que no sale por la televisión y otros medios de comunicación, no existe. Si el mundo es "ancho y ajeno", como reza el epígrafe de la novela de Ciro Alegría, eso mismo debiera confirmar que siempre es demasiado pronto para clausurar definiciones de realidad y emitir veredictos, porque sí hay "otros" medios de comunicación y "otras" cabezas pensantes y sintientes que con su sana reacción, equilibran y erosionan la imagen impuesta por el régimen, como diría Agustín García Calvo.
Esos otros medios pueden ser una revista, por ejemplo. Y esa revista llamarse Salamandra.
La particularidad que llama la atención de una publicación como Salamandra es su adscripción surrealista. ¡Surrealismos a estas alturas!, podría decir alguien. Precisamente, replicaría otro, quizás menos ingenuo que el primero: porque quien haya frecuentado las páginas de Salamandra (y admita que las metamorfosis de la realidad no son prescribibles) percibirá que no estamos ante una mera suerte de chocante reposición temática, sino ante una sintonía real, que revela vigorosa y sorpresivamente no ya la permeabilidad o eficacia teórica de unos presupuestos, sino cómo pueden estos, sorteando las fatalidades del tiempo y los etiquetados estéticos, justificarse y vivirse en el momento presente. No se trata de adaptarse a una letra escrita, sino de demostrar cómo en la espiral de la realidad se muestran activos valores poéticos que el prurito histórico se apresura a momificar en nuestros pedagógicos y nutridos museos.
Podríamos decir que todos somos culturalmente un poco surrealistas. Y con toda seguridad, todo artista actual , en tanto que defienda la libertad, la propia creatividad, la poesía, o crea que con el producto de su imaginación, con la acciones que esta potencie, pueda modificar la realidad e intensificarla, participa, lo sepa o no le interese, del espíritu surrealista; además, el mundo que produjo el surrealismo forma parte tanto de la historia del arte como de nuestro imaginario. Desde este punto de vista, hay que admitir que resulta curioso que un grupo se autodenomine específicamente como surrealista.
Ahora bien, el surrealismo no es sólo una herencia de clichés e imágenes estrambóticas; si se redujera a eso, no saldríamos de la mera discusión estilística. La parte de surrealismo que es imposible asumir sin comprometerse es la que identifica al ser mismo del movimiento: las consecuencias - políticas, sociales, estéticas, vitales - de una práctica real (valga la tautología) de la poesía. Y en esto los de Salamandra también se muestran en perfecto acorde con las ideas del movimiento originario.
La poesía es concebida como algo real, inmediato, comunicable, y por o tanto, comunitario y no elitista; realizable, además, a través de cualquier medio o lenguaje. Lo que se reivindica es el hecho poético antes que la obra, es decir, no hay tanto un interés en hacer literatura como en expandir una práctica y organizar un clima de liberación de cualquier referente extrapoético en la acción y búsquedas artísticas. Ahora bien, estaremos de acuerdo - y esto es lo que los críticos objetan a la utopía surrealista - en que si lo importante es subrayar el hecho creativo,- la experiencia liberadora que supone el hacer poesía -, esto incide negativamente en el valor del producto surrealista en sí. Pero poco importa eso desde el momento en que uno admite la articulación de la poesía como la reacción de un lenguaje propio, ajeno a los intereses institucionales, gremiales o publicitarios de lo que comúnmente entendemos como literatura.
Está claro que desde el momento en que la inquietud del surrealimo es la de defender la poesía en la calle y encontrarla allí, es decir, la de llevar los efectos liberadores de la poesía al espacio abierto de la calle, y por tanto, de las sociedad, existe ya un compromiso y una imposibilidad de rehuir ese compromiso. La militancia política es consecuencia de la militancia surrealista.
Y es en este campo del compromiso que el grupo Salamandra muestra un espíritu tan programático como agudo. Manifestaciones, charlas, encuentros, publicaciones, exponen el lado social y comunicativo y algo que pareciera un tanto démodé como las encuestas al modo en que las hacían los surrealistas de los años 20 y 30, demuestran en las página de Salamandra que hasta ese grado la coherencia es satisfactoria.
El último número de Salamandra que ha llegado a mis manos es doble, 17-18. Y como en los otros números que de la revista conozco, se ofrece diversidad temática, rigor y pasión crítica. A quien le choque que hoy en día exista un grupo de artistas y de escritores que se tilden de surrealistas, podría comprobar, leyendo sus trabajos, que eso es lo de menos, pues es la misma realidad y los procesos que la amenazan, la potencian o la trastornan, los que exigen el despliegue de una estrategia - de análisis, de emprendimiento - surrealista. Cuanto más se aliene el mundo más audaces nos volveremos nosotros a a la hora de descodificarlo.
A grosso modo, podríamos dividir la revista, independientemente de su notable presencia gráfica, en tres apartados que se entrecruzan: los ensayos de fondo sobre el análisis crítico de la realidad en sus más diversos aspectos; los textos netamente literarios, y los artículos de índole autobiográfica - aunque muchos de los trabajos críticos tambiém impliquen la experiencia personal como motivación o ejemplos prácticos de lo que exponen los mismos - y que identificaríamos en el apartado "Más realidad".
En este denso número doble, entre otras cosas, (no se puede ser muy exhaustivo en este formato blog) se habla de crear una nueva filosofía que sea capaz de enfrentarse a los efectos desatrosos del último capitalismo, intengrando el deseo como el mayor espoleador revolucionario; se comenta la funcionalidad mágica con que la sociedad actual usa e interpreta la técnica y se reivindica "la distancia", esta sí, mágica, del aura benjaminiana; se critican los modos equívocos de reacción, indicando el peligroso mimetismo en que la protesta anticapitalista o antifascista puede sumirse, indiferenciándose de sus contrarios ("la guerra de todos contra todos por la nada"); hay una llamada a escapar de la geometrización alienante de la arquitectura reciente, expresión de la paranoia controladora del poder (las viviendas alternativas son para los millonarios, en todo caso); se llama a un dominio posible del dormir, no dependiente de ninguna regla esotérica, sino de la libertad del durmiente, que incida sobre el carácter y la frecuencia de los sueños; y, finalmente, nos encontramos con numerosos y siempre fascinantes ejemplos de azar objetivo, vividos por las personas que firman el artículo, y que vienen a demostrar que esa madeja imprevisible que llamamos realidad, a veces, conecta sorpresivamente sus hilos a través de un azar misteriosamente sincronizado.
Cuando Umberto Eco a finales de los sesenta decía que o bien se era un apocalíptico o un integrado, no decía aquello meramente movido por el ambiente contestatario del momento o reduciendo perpetuamente el debate a un antagonismo irreductible de posturas.
Mientras el mumdo esté vivo, hay conflicto y hay deseo.
Recordemos lo que un Walter Benjamin decía de los surrealistas: la opción más inteligente del momento. Y Benjamin decía aquello movido más por la comprensión del instante que por el elogio.
Ubicándonos en nuestro ahora y practicando, bajo la enseña de la poesía y de lo poético, una incisión superficial sobre ese ahora para observar sus entrañas convulsas, es grato comprobar la compacidad crítica y pasional de Salamandra, el apoyo que supone una publicación como esta. Leerla es un estímulo para los que desamos ver y disfrutar una realidad más rica y real. Enriquecida de realidad. Superreal, viva.
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