Al principio dudé en comprarme el libro. El estado anímico en que me encontraba, no aconsejaba leer a un personaje donjuanesco y morfinómano que acabó matando a su mujer y coronando la hazaña suicidándose después, con tan sólo 32 años.
Mirando la foto de la portada del libro y pensando en cómo terminó, el tal Géza no me pareció un tipo, precisamente, muy recomendable. Pero la novedad de escenario y de ambientes - Géza Csath ejerció como médico psiquiatra en varios balnearios de Hungría entre finales del XIX y principios del XX - unido, debo confesarlo, al morbo que desprendía el panorama de su vida, derrotaron la resistencia y acabé adquiriendo el libro, publicado por la editorial valenciana El Nadir De Paso.
Interpretamos el período del decadentismo finisecular como una época hiperestésica, enferma de esteticismo, de languidez y de sombría voluptuosidad. Esto es tanto un estereotipo como una realidad: véase si no el simbolismo, el modernismo, etcétera, tanto en artes plásticas, como en literatura y música.
Lo que impacta en este diario es su estilo directo y puntual, en cierto sentido, desmitificador al mismo tiempo que dramático ratificador de lo dicho sobre el sentir de la época. No hay voluptuosidad ni juego moroso en su escritura. La voluptuosidad está en lo que hace y experimenta, no en cómo lo describe. En el diario de Géza no hay tiempo para la digresión o las frondosidades intelectuales. Prima el placer, el instinto.
A la hora de hablar de las intimidades, el registro es el mismo: recuento del número y calidad de los encuentros sexuales, de la serie de mujeres que acosa y conquista -una tras otra-, del aspecto y regularidad de las defecaciones, de la cantidad precisa de droga que se inyecta, dónde lo hace (en los aseos de los restaurantes, imagen sórdida y que se nos antoja familiar, gracias a las películas), o cómo percibe el desastre final que se avecina ante su incapacidad para desasirse del irresistible veneno...
Géza reprime poco sus fantasías: el atrevido beso en las espaldas desnudas de sus pacientes, o ese arrebato erótico que le producen los bonitos labios de una anciana jorobada.
Todo lo que el diario de Géza registra son intensidades puras, hechos. Por eso es escueto y natural. Y el sabor que queda tras su lectura es una mezcla de crudeza y ebriedad. La vida.
Un diario que se me antoja en las antípodas del de Géza es el de Amiel: todo lleno de pensamiento y suntuosidades meditativas, emanadas de un yo solitario, lentitud, inexistencia de acción. Amiel se esconde tras el profuso ropaje de sus reflexiones, casi se ahoga con tanta confesión. Géza dice su cuerpo. Directamente. Y en ese desnudamiento reside el valor de su diario.
Misteriosamente, anota un 26 de octubre de 1913: "Por la tarde. Domingo. Me siento en el balcón. Me fascinan los colores emocionantes del otoño, de los jardines vecinos me llega hasta los oídos los delicados acordes armonizados de la muerte.."
1 comentario:
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