viernes, 27 de noviembre de 2009


MEA CULPA


La manía por la corrección política y los pruritos despertados por la ley de memoria histórica están produciendo expresiones tan singularmente pintorescas como hasta incluso francamente patéticas. Esta semana al diputado socialista José Antonio Pérez Tapias se le ha ocurrido proponer la efectuación de algún tipo de compensación a los descendientes de los últimos moriscos expulsados de España hacia el siglo XVII. La propuesta viene adornada con una pretendida justificación contextualizante, en la que se tacha la medida de expulsión de antaño como reaccionaria, intolerante, racista, etcétera. En fin, confusión de confusiones y forma arbitraria de interpretar una época con los baremos de otra.

Esta propuesta llegaría a ser emocionante si no se confundiera con una excentricidad, si no se desprendiera con tan notable evidencia de ese discurso estereotipado en que se ha convertido la coyuntura autopunitiva del postbelicismo y postcolonialismo que vive la sociedad europea, discurso del que el gobierno actual, se muestra, ocasionalmente, como exponente ejemplar. Ejemplar hasta dar grima y provocar las consecuentes reacciones contrarias.

¿Delira este diputado de amor hacia los moriscos o lo que se le ha ocurrido hay que entenderlo como un tic militante que debe satisfacer, aunque la causa de su motivación se encuentre a 400 años de distancia?

La clave cultural de todo esto me la daba el otro día una lectura que hacía de un ensayo de Barthes. El texto trataba sobre el escuchar ("escuchar es el verbo evangélico por excelencia", nos dice el elegante semiólogo). Escuchar es interiorizar conceptos, asumir preceptos o normas éticas, amoldarse íntimamente. Escuchamos las enseñanzas bíblicas, las voces interiores que nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Somos, pues, una cultura de la Culpa, frente a otras que lo son de la Vergüenza. Occidente se halla inmerso en un obsesivo complejo de culpa por su pasado colonialista e imperialista. De esta disposición interior a escuchar surgen los famosos remordimientos, que, desvirtuados y manipulados, se convierten en el origen de la justificación teórica de medias legislativas y propuestas de las que surge, tal petardos de una mascletá, el festival absurdo de las "compensaciones".

Habría que recordarle a este diputado y a todo el partido socialista, que si compensamos - con bombones, con cajitas de sándalo, o castos besos por telepatía - a los descendientes de los moriscos, no es porque seamos progresistas, sino, paradójica y fundamentalmente, por ser cristianos.

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