LA MUERTE EN VIDA
André Breton decía conocer la deseperación "a grandes rasgos". Desesperarse: gesto noble del poeta. Yo conozco en finos y pululantes rasgos la neurosis, la acción erosionante y aniquilante de la depresión. La depresión es envejecer un año en una tarde, asistir vivo a tu propia putrefacción. El infierno no es la soledad, que puede ser placentera, voluntariamente buscada, y creativamente fructífera, sino el aislamiento. En la soledad puedo encontrarme bien y trabajar; en el aislamiento, como dice Gadamer, ya no disfruto de la soledad sino que la padezco. Ya no es la casa del verbo o retiro, sino agonía, destierro de la vida.
Escribo esto porque después de unos días de fiesta en los que creo no haber existido mucho, se acercan las temidas Navidades, la cámara de tortura de los solitarios forzosos y los errabundos, y ya se respira ese ambientecillo tan encantador como irritante para quienes tienen que pasar tales fiestas en soledad estricta.
Decía Wittgenstein en uno de los aforismos de su Tractatus que el mundo de los felices y el de los infelices, son dos mundos diferentes. Esto, que podemos verlo como una grosera obviedad, es mucho más denso de lo que parece y quien conozca el pensamiento de Wittgenstein lo comprenderá. Yo lo he experimentado montones de veces cuando la depresión, después de haberme asesinado lentamente y en silencio, se ha ido desvaneciendo gracias a alguna reacción químico-milagrosa del cerebro que ha acudido en mi ayuda para que pudiera sobrevivir. Y hasta tal punto se percibe la diferencia que cuando he buscado el sol, la presencia animada de gente, o me ha motivado alguna actividad, me he visto renacer y aterrizar, literalmente en otro mundo. No se trata de una cuestión de percibir las cosas de modo distinto, sino de que cuando estás mal, esas cosas se tiñen de tu estado de ánimo, estás en otro universo, en un universo degradado. Y ahí tu vulnerabilidad puede ser tan absoluta que uno llegue a desear la desaparición, la muerte. La enfermedad, la depresión es la muerte en vida.
Decía Deleuze que no se escribe con la neurosis, que ésta no es sino un retraso en el proceso de la escritura. Esto parece contradecir ese tópico según el cual es típico de escritores o de artistas poseer un aire de excintricidad o de locura como glamuroso distintivo de su persona. Pero una cosa es ser un excéntrico y otra caer en las lodosas simas de la depresión, circunstancia que, precisamente, borra la gracia de la excintricidad, expresión de una dinamicidad singular. Cuando la locura es productiva, no hay enfermedad sino desatamiento de las fuerzas eróticas, liberación de límites, plenitud. La neurosis, per se, no estimula las energías creativas, todo lo contrario, las ralentiza, las momifica o en su grado más morboso, las impide. La neurosis no actúa sino metafóricamente, como reflejo de una visión crítica d un mundo roto y alienado. Sobra decir que el ejemplo literario más notable de esto es el de Kafka. ¿Era Kafka un neurótico, lo era el mundo en el que él vivió, o ambas cosas, ineludiblemente, a la vez?
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