miércoles, 21 de abril de 2010


RELATOS SOMBRÍOS. HISTORIAS MÁGICAS
REMY DE GOURMONT

No deja de resultar curioso que últimamente estén apareciendo en el mercado editorial obras de un autor tan "remoto" como Gourmont. Precisamente, quizá sea esta característica lo que explique su atractivo hoy para el lector que no desee sino refugiarse en el hervor de una literatura preñada de esteticismo y que busque, intencionadamente, cierta ingenuidad y anacronismo sosegadores. De Gourmont hay una imagen casi tautológica: recorriendo, solitariamente, los puestos de libros de viejo establecidos a lo largo de la orilla del Sena - viejo y solitario él mismo, amante de libros raros - en la breve semblanza que escribió Apollinaire.
Un retrato mucho más rico y patético fue el que nos legó Ramón Gómez de la Serna en sus espléndidos Retratos Contemporáneos. Y es que Gourmont tiene eso: por su vida retirada y conventual en el santuario de la literatura, aquejado de una enfermedad que le deformó el rostro y le distanció tanto del mundo como de su agitado objeto del deseo - la mujer - , Gourmont es un personaje sintomático de una época y de un sentir exacerbado. Podríamos decir que esa enfermedad vino a ser el coroloario metafórico del decadentismo literario que practicó o que le rodeaba. Incluso su noble apellido ya suena como un murmullo oscuro y crepuscular. Obispo profano o sacrílego, lo llamó Ramón, si no recuerdo mal.
La obra de Gourmont está enferma de morbidez y erotismo, un erotismo típicamente finisecular sublimado a través de una golosa espuma verbal, derivada de las aplicaciones más sensoriales del simbolismo literario. Efectivamente. En Gourmont el simbolismo se estereotipa en productos aparentemente banales y exquisitos: la explotación temática de las famosas correspondencias baudelerianas, la poetización primando sobre el argumento, la elección de escenarios exóticos o motivos escabrosos, la hiperestetización, en definitiva, de mundo, personajes y objetos. Su producción narrativo-poética es un eco alargado, difuso y diluido, de un simbolismo saturado de su propias estilizaciones. Este condicionamiento lo percibimos, por ejemplo, en la imagen que nos da de la mujer: inalcanzable, fascinadora, tan irrresistiblemente tentadora como virginal, "la mujer niña" que posteriormente los surrealistas recogerían y reivindicarían como uno de sus motivos más especiales.
El libro que nos presenta la editorial El Nadir es una selección de su numerosa obra literaria, procedente, en su mayor parte, de uno de sus libros, El peregrino del silencio, título, a su vez, de un cuento de inspiración orientalista dedicado a Mallarmé. Los textos son claramente tributarios de una tendencia, de un estilo y de una época, pero este confinamiento constituye la invitación a la lectura de un espacio literario específico. Hay cuentos curiosos, como El fonógrafo, que Gourmont dedica a Edison, o Una casa en las dunas, cuya mínima extensión acrecienta la fascinación que produce.

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