AZOTES DISCIPLINARIOS
El otro día, por casualidad, en la tele por la madrugada, vi el fragmento de una emisión de levantamientos de pesos femenino. Observé cómo las hermosas forzudas, tras unos breves ejercicios de calentamiento, recibían contundentes azotes en las nalgas por parte de sus entrenadores, poco antes de saltar fuera y enfrentarse a los armatostes metálicos. El hecho me excitó curiosamente, ya que la mayoría de los entrenadores - ucranianos, rusos, españoles - eran casi más que sesentones y sus pupilas, perfectas amazonas que con un solo soplo los hubieran estampado contra la pared del vestuario. Para hacer honor a la verdad, hay que decir que las entrenadoras alemanas también azuzaron a las gimnastas de su mismo sexo en el mismo y tentador sitio. ¿Qué significación darle a esos sonoros azotes: forman parte, exclusivamente, del preparamiento físico, actúan como relajantes circulatorios y musculares, o es una interpretación morbosilla la que ve en esto cierta implicación sexual, una suerte de singular sumisión? ¿Hasta qué punto el contacto diario entre deportista y entrenador, elude una puntual excitación carnal? Un azote en el trasero o gusta (al que lo recibe), o humilla o enrrabieta. ¿Es de este último modo como lo perciben las deportistas de halterofilia, obligadas, por tanto, a descargar su furia contra los discos metálicos que tienen que levantar? Visto de este modo, quizá sea una estrategia de los entrenadores en su deseo por batir récords, porque se entiende una estimulación fisiológica en caderas, piernas, cuellos, u hombros, pero ¿en el trasero?
La fotografía corresponde a la levantadora de pesos Lidia Valentín, la más atractiva de las participantes en el último campeonato europeo, medalla de bronce y que, como todas las demás, recibió sus correspondientes azotes en ambas y prietas nalgas.
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