jueves, 20 de octubre de 2011


ES DECIR
Recientemente se reunieron los actores que hace treinta años, si no recuerdo mal, protagonizaron la serie Verano Azul. Pensando en lo extraordinario que ha podido sucedernos en momentos concretos de nuestra vida, en la plenitud que hemos vivido, quizá, inconscientemente, aunque parezca una paradoja, en tiempos pasados, a uno se le antoja que el espíritu pareciera estar formado por épocas relativas a nuestra edad, a nuestra inocencia, a nuestra plasticidad psíquica, al atrevimiento de nuestra pasión, a nuestro grado de conocimiento y vitalidad. Viendo un reportaje sobre las personas que participaron en aquella serie, me acordé, ligándolo a esta reflexión, de las niñas de Garabandal que a finales de los cincuenta, vieron a la Virgen. ¿Cómo es posible seguir viviendo, seguir viviendo en la normalidad, digo, después de haber tenido un encuentro con la Virgen? Es impensable. Volver de lo trascendente a lo inmanente, es una involución desconcertante, imposible. Recuerdo haber escuchado, a penas unos segundos, el fragmento de una entrevista realizada en Estados Unidos, donde residía, a una de las niñas. La entrevista, probablemente, estaría grabada a principios o mediados de los setenta. La niña tendría entonces apenas treinta años, hablaba rápido, con un delicado tono de voz y se refería a lo ocurrido como a algo remoto, como si le hubiera ocurrido a otra persona. La cuestión se reduce a que "lo extraordinario" sucedido a alguien, pertenece a la memoria de esa persona, pero, al mismo tiempo, esa persona, con el tiempo y la edad, ya es otra, no es la misma, entonces ¿a dónde ha ido a parar aquello que le sucedió, y sobre todo algo que me parece fundamental, volvería a repetirse con la misma intensidad, con el mismo carácter de novedad? Los chicos de Verano Azul participaron de la magia de la fama, de la que ahora depende el recuerdo que tenemos de ellos; las niñas de Garabandal se esfumaron de la vida corriente, o se integraron a ella, como si nada hubiera ocurrido, después de haber creado en torno a ellas una populosa expectación y habiendo disfrutado unos instantes de la beatitud. Son dos historias distintas pero que presentan una tesitura semejante: la temporalidad de la fama y la temporalidad, ni más ni menos, del éxtasis.
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Los muertos no pueden suicidarse y El infinito no se cansa de serlo, (se me ocurrieron el otro día) son frases que, en principio pueden parecer ingeniosas, pero que en realidad, pertenecen a ese tipo de inventiva mecánica y previsible que juega con la paradoja fácil. Borges y Bioy Casares, se cansaron de escribir relatos policíacos juntos cuando la técnica se impuso a creatividad. Y de un modo incisivo y alarmante, a un tiempo, Umberto Eco, examinando los aforismos famosos con que Oscar Wilde divertía a sus contemporáneos, descubrió semióticamente, la maquinaria, relativamente trivial y manipulable, con que los engendraba.
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La poesía todavía puede hablar del mundo, sencillamente, porque es el lenguaje de la transformación continua. Incluso ese "todavía" es un condicionante patético absolutamente prescindible y retórico, pues la fuente de la poesía no sirve a ningún discurso: su autenticidad se define por la realidad multidimensional de la experiencia.

1 comentario:

Perlita dijo...

Pues sí. Pasaba por aquí y me ha chocado que traiga a estudio -casi estudio- dónde va a parar lo que fue noticia fantástica, los acontecimientos que llamaron a la puerta de nuestro interés y que luego...humo.
¿Cómo perpetuarse en unos acontecimientos? Nada,amigo. Todo pasa...Si no fuera así todavía no podríamos cerrar los ojos ante lo que fue la llegada a la luna...O al descubrimiento de América...Claro que lo de las niñas de Garabandal, no sé como estarán ahora de "marcadas" Bien. El olvido para bien o para mal, es absolutamente necesario ¿no? aunque ello nos diga que el paso del tiempo ha tenido mucho que ver en "la normalización" de nuestras vidas y que cada vez somos más viejos. Eso es lo peor, que no malo.
Filosofía pura.
Carmen Sabater.

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