"Hay más tiempo que vida". Escuchado, por casualidad, de un culebrón de la tele.
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Paseando por la calle, veo a un gitano tocando el violín. Cuando paso al lado de él, me mira y me pide, por favor, que le ayude. Yo, saturado e impotente, continúo adelante. Pero tras andar unos cuantos metros, recuerdo los ratos estupendos que la música rumana y la interpretada por gitanos, en particular, me ha hecho disfrutar, pienso en los discos de música rumana que tengo y en mi viaje a ese país, y me vuelvo para darle algo. Empezamos a hablar. Efectivamemte, el hombre proviene de Rumanía y se llama Manea, como el novelista de Suceava, candidato a premio Nobel. Me cuenta que en los días de la caída de Causescu, en un tiroteo, cayeron heridos varios familiares suyos. Lo cuenta sin énfasis, casi lánguidamente. Su mirada es clara. Es todavía joven y lleva el típico bigote identitario. Yo intento ser comprensivo, enpatizar con él. Le hablo del gran músico rumano George Zamfir, a quien no parece conocer. Le digo que he estado en Rumanía, en Bucarest, en Suceava, por unos minutos, en Sibiu. Él se queda algo sorprendido. Le digo que Rumanía es un país con una estupenda música. Esto último sí parece haberlo entendido, y noto un cambio agradable, amistoso en su semblante. Me despido, y entonces pienso si será verdad lo que me ha contado, o si se tratará de una estratagema picaresca para dar pena y obtener más limosna. Pero tengo la sospecha de que algo de lo que me ha dicho, quizá sea verdad. Recuerdo, hace años, una noticia en la prensa, acerca de la violenta revuelta de unos mineros rumanos, que arrasaron varias poblaciones. Los gitanos que vivían por los alrededores, tuvieron que huir con todas sus familias.
Pienso que lo contado sin adornos patéticos, casi anodinamente, por la víctima del suceso, suele ser cierto. La víctima está demasiado arrasada moralmente como para intentar persuadir a un tercero acerca de su tragedia con alaracas literarias.
Al despedirme de este hombre, que me agradece una y otra vez los pocos euros que le he dado, reflexiono sobre el duro y cruel destino de este grupo étnico, y me vuelvo a repetir lo mismo: los esclavos negros de Estados Unidos han necesitado 200 años para alcanzar la igualdad de derechos, hasta el punto de que, actualmente, un descendiente de ellos, se ha convertido en presidente del país. Los gitanos están en Europa casi 600 años, y su situación social, apenas ha cambiado sustancialmente. Algo hemos hecho mal para que esto sea así.
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La estrepitosa súbita armonía
que oculta en un reló de pronto hallado.
El Diablo Mundo, de José de Espronceda.
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Barthes detestaba que la gente admitiera el carácter natural del estereotipo. Hoy nos convertimos en maquinitas de repetición. Y cuanto más nos vemos dominados por los medios de comunicación, más extraño y hermético nos parece el sacro recinto de las Humanidades y su inmenso legado semántico. Ha bastado que el atrabiliario Bloom, utilizara la cultista palabra "canon" para que, a través de los profanos mass media, aparezca por todos sitios, cuando era un término que nadie utilizaba, casi anacrónico, por el riguroso formalismo que implicaba. O que Marc Augé se inventara el famoso término no-lugar, refiriéndose a la naturaleza de los centros comerciales y sitios semejantes, para que fascinados como palurdillos por semejante palabro, se utilice alegremente y se cuele en cualquier discurso, sin que sepamos lo que su concepto originario significa. Y prefiero obviar referencias a la manida de-construcción, que ha pasado, en España, de ser una teoría del texto literario a un tipo de escuchimizados platos gastronómicos, (siendo, además, un flagrante e irritante galicismo: desconstrucción, no deconstrucción). La tranquila audacia de Bloom, ha residido en utilizar una palabra que no sólo estaba en desuso y que nadie utilizaba, incluso en medios académicos, sino que sonaba adversa a la libertad creativa y estética de la literatura y del arte de los últimos 150 años, reubicándola en un grado de lúcida autoridad, hasta el punto de que hemos admitido el término y redescubierto lo que su concepto, contemporáneamente, pretende decir. Y, de sobra está decirlo, al salvar del naufragio de los cultismos, una sola palabra y "restituir" su competencia, ha esclarecido pedagógicamente un horizonte literario de siglos.
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