La repetición, curiosamente, no gasta la imagen ("el acto es virgen, aunque se repita", decía René Char) sino que crea un efecto de textura infinita, de compacidades indeterminadamente plásticas. La repetición hipnotiza. La unidad, formulada continuamente, genera una prolongación de ecos, crea un ritmo. La imagen acumulativa fascina por su quietud generadora. Parafresando domésticamente la famosa autodefinición divina: "yo soy yo", parecen decirnos la chimenea, el ventilador o el cojín aquí fotografiados. Ver 16 veces al mismo tiempo una cosa. Y sin ninguna perspectiva exclusiva. La imagen de lo mismo como homocentro de todas sus posibles generaciones. No hay extensión invasora, sino emanación, dilatación fascinadora, porque lo que veo una y otra vez es un solo objeto que no delimita más espacio que el que, estrictamente, ocupa. La identidad de la representación, la significación de la imagen es lo que se va haciendo opaco, aturdidor. Yo soy yo, es decir, yo soy un continuum de mí mismo. La alucinación de la repetición confirma lo inextricable de esta tautología.
miércoles, 4 de abril de 2012
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