Escribir es el único remedio con el que cuento para conjurar sombras y miserias. De todos modos, escribir en este blog sobre tensiones extremas sé que produce rechazos en cualquier posible lector. Es más, me atrevo a escribir aquí porque tengo casi la seguridad de que nadie de mi entorno va a leerme, salvo quizá algún viajero lejano en este piélago de confines remotos y flotantes que es internet.
Vivo la semana prodigiosa, como diría aquel. Dispongo sólo de veinte euros en la cuenta bancaria. Es la primera vez en mi vida que me veo en semejante circunstancia. Se supone que al cabo de una semana y pico, mi situación se revertirá en casi la contraria, pero hasta entonces, tal tiempo se me antoja infinito y se abre ante mí una larga agonía. ¿Cómo voy a quedarme sin café, sin papel de cocina, sin detergente para la ropa, sin.....? Los primeros días intentando sobrevivir con veinte euros son penosos. Y aún así, ahora la cifra de veinte euros se me antoja una pequeña fortuna. Salir a hacer la compra sin la más mínima alegría, me hunde en la miseria moral. Me refugio en la imaginación, en la ironía, en la reacción pura del pensamiento para seguir adelante, pues sólo en el ámbito intelectivo me siento rico y bien.
Esto de ser, repentinamente pobre resulta bastante amargo pero revelador. Lo que experimentas de inmediato es la escisión entre tu realidad y la vida de los otros. Contemplas a los demás habitando ese discreto paraíso que es la normalidad, paseando por la calle, tranquilamente, mientras que sientes cómo tú, con una cantidad exigua en el bolsillo, vas perdiendo realidad, vas desapareciendo, atomizándote. Es precisamente esa tranquildad en la que se mueven los otros, lo que marca un abismo entre sus vidas y tu situación. Una persona que pase a medio metro delante de tí se encuentra a años luz... La ansiedad palpita en ti como un animal que te habitara. Menos mal que por el momento poseo la suficiente plasticidad anímica como para hacer que tal bestia quepa en mi interior por mucho que crezca. Si esto revirtiera al exterior y tuviera que actuar para defender mi cuerpo y tuviera que salir a la calle a pedir limosna, sería el fin.
La triste prueba de fuego con los conocidos. Me encuentro con un amigo por la calle. Tiene la imprudencia de preguntarme cómo estoy y voy y se lo digo, pero sin drama, casi de broma aunque diciéndole la verdad. Empiezo a sentir repelús de mí mismo a través de la reacción de mi amigo y del leve rictus de su cara. Naturamente, ni voy a suplicarle una ayuda ni este hombre va a tener la luminosa genialidad de prestarme algo. Ya la poeta Blanca Andreu, intentó ayudarme en otra ocasión de aprieto económico, consultando con el grupo de amigos comunes y comprobó la decepcionante reacción de tales supuestos amigos. Hago memoria. Yo sí que he prestado dinero a amigos y familiares sin esperar ninguna vuelta, dando el dinero sin más. Cómo me he acercado al cajero y he sacado dinero para un conocido, cómo no he dudado en hacerlo. Será porque soy poeta y no valoro el dinero. El amigo con el que me he encontrado, después de un par de comentarios más o menos jocosos, escapa de mí, aliviado de que no le haya pedido un duro. Y yo compruebo que apenas sometidos a una pequeña prueba los llamados amigos se esfuman como por arte de magia. Ya lo dijo Agustín García Calvo. No hay otro dios que el dinero. Y mejor no molestar a los demás con el lamentable tostón de suplicas o llantos.
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