martes, 17 de abril de 2012

MIMETISMO ESTEREOSCÓPICO





Walter Benjamin escribía que el surrealismo, como teoría, era un producto moderno, pero que como práctica podría rastrearse su presencia en épocas muy pretéritas. El paso del tiempo entibia entusiasmos y mezcla los confines de las cosas: principio y fin parecen confundir sus extremos. Pero la desmitificación que trae consigo el ir cumpliendo años viene a implicar un sorpresivo redescubrimiento de lo insondable que es el mundo. Digo esto porque, acordándome del complicado y humorístico cuadro de Dalí, El hombre invisible, más concretamente, de la técnica de la que se sirve para representar a tal personaje - la ilusión óptica -  y a propósito de la cita benjaminiana, uno vuelve a corroborar aquello de que "no hay nada nuevo bajo el sol", versículo bíblico que hace un tiempo juzgaba como torpe y groseramente erróneo, y cuya naturaleza profunda se revela  - con el tiempo, siempre con el tiempo - desconcertantemente precisa y acertada.
El otro día, en un puesto de la feria del libro de ocasión de Alicante, adquiría una copia facsímil de una baraja de cartas alemana de 1806. La cajetilla lleva el revelador título de "Baraja de Transformación". La baraja reproduce sus habituales conjuntos de ases, rombos y tréboles, pero camuflando las figuras en estampas de carácter fantástico o costumbrista. El método que Dalí emplea en su cuadro para hacernos ver la figura de un personaje articulada entre las ubicaciones de unas formas insertas en un paisaje onírico, es el mismo que utiliza el laborioso y anónimo artista de las cartas, y que no es otro que el que explotó Archimboldo en su famosas pinturas de  personificaciones de las estaciones y conjuntos gastronómicos reversibles.





Desconozo si antes del Renacimiento ya se conocía esta técnica, o si los artistas, atentos a las enseñanzas súbitas de la naturaleza, la copiaron de los animales que adaptan su aspecto y su pelaje a las características del entorno en el que viven. Habría que remontarse entonces a los griegos para, asumiendo las doctrinas de  la mímesis aristotélica,  extraer del mimetismo animal, una técnica artística delirante. No nos encontramos, exactamente, en el reino de la analogía, aunque el engastamiento infinito de unas imágenes en otras sugiere la idea originaria de un flujo universal cuyos elementos vivientes son lúdicamente intercambiables. Flujo cuya constante interna sería la metamorfosis potencialmente indeterminada de sus componentes: mi codo es la nariz de mi vecino, la hoja del árbol es el perfil de un botijo, pero, simultáneamente, el botijo es el perfil de una hoja y la nariz del prójimo se halla atada a mi codo, dándole forma.




Reversibilidad, bidireccionalidad de la representación


Sugiero, para nuevas investigaciones, aplicar el mimetismo en áreas diversas del saber, trasladar la ilusión óptica del ámbito de lo plástico al campo del pensamiento o las ciencias matemáticas.
    

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