Goethe, con una casaca azul y pantalón rojo, cabalga solo por un paraje del bosque. De pronto, aturdido, recuerda que 20 años antes, se encontraba cabalgando por el mismo lugar, solo y con ropa idéntica.
La prima de Auguste Strindberg se encontraba tocando el piano, sola en su casa. De pronto, alza la cabeza y ve a Strindberg, apoyado en el piano mirándola. La imagen dura décimas de segundo. Strindberg se encontraba en la otra punta de la ciudad. El autor sueco cita el hecho en Inferno.
Schopenhauer se encuentra escribiendo en su despacho. En un descuido derrama el tintero sobre la mesa. Con la campanilla llama a la sirvienta para que limpie las manchas del pequeño desaguisado. La sirvienta al llegar, se echa a reír. Ante la extrañeza del filósofo, la sirvienta le dice que la noche anterior había soñado lo que acababa de ocurrir, que derramaba el tintero sobre la mesa. Schopenhauer se muestra escéptico. Entonces la mujer recuerda que al despertar se lo contó a la otra sirvienta de la casa junto con la que dormía en la misma habitación. . Schopenhauer hace llamar a la otra sirvienta. Ésta le confirma el hecho. Schopenhauer cita este caso personal como ejemplo de la existencia del “órgano de los sueños”, que permite comunicarnos con otras mentes y percibir manifestaciones fantasmáticas, expuesto en su Ensayo sobre la visión de los espíritus y lo que con ello se relaciona.
El pintor Oscar Kokoschka, tras el exitoso estreno de su obra teatral “Asesino, esperanza de las mujeres”, musicada por Paul Hindemith, marcha contento, de noche, con los amigos, para celebrarlo. Hay un instante en que sus compañeros se adelantan unos metros y él camina solo. Entonces nota cómo sale de su cuerpo, se eleva por los aires flotando y se ve a sí mismo andando, el entorno urbano y a sus amigos. La experiencia dura segundos. No dirá nada a nadie pero cita lo sucedido en sus Memorias.
En términos parecidos, aunque sustituyendo la experiencia extracorpórea por una visión, Munch camina con unos amigos por un puente al crepúsculo de la tarde. Los amigos, hablando entre sí, se adelantan mientras que Munch se apoya en la barandilla del puente y la imagen del fulgor rojizo de la tarde reflejándose en el agua y extendiéndose por el cielo le parece una marea de sangre empañando la tierra. De tal impresión surgirá su obra El grito.
Zorrilla se inventa un doble – una suerte de heterónimo- protagonista de un volumen de cuentos. En un período de insomnio, penuria económica y tensión nerviosa, llega a verse a sí mismo, y no en un espejo, una tormentosa noche, tal y como refiere en sus memorias, Recuerdos del tiempo viejo.
En 1845 llegan a París un grupo de jefes indios de la tribu de los iowa. Son presentados al rey y muestran sus danzas al público. La escritora George Sand, deseando escribir algo sobre tan exótica visita, logra comunicarse con ellos y se muestra interesada por la mujer de uno de los jefes que estaba enferma. Al acercarse a la mujer, recostada en un camastro, Sand lleva consigo, por un azar, flores de pamporcino. La enferma se recupera por instantes y logra levantarse, gratamente estimulada, al reconocer el aroma de la flor, que en su tierra natal es muy común y frondosa. La mujer india le dice a Sand que ya no está triste porque el oler aquellas flores le transporta a su tierra. Sand, extrañada, recuerda que el primer contacto con el intenso aroma de esta flor lo tuvo un día de abril, cuando en las montañas del Tirol, se encontró con unos brotes entre las rocas. El efecto fue tan embriagador, que se recostó entre las flores y se durmió. Entonces soñó que se encontraba en una región en la que crecían por todas partes, numerosas y de gran tamaño, tal y como la nativa iowa le refería que se encontraban en su tierra.
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