martes, 18 de septiembre de 2012

 
 

                                                                     EXPOSYFY. 
                  MOSTRUOS DE SILICONA Y BOLÍGRAFOS HECHOS EN LA INDIA
Supongo que los más jóvenes disfrutarán sin más esta exposición. Yo, al visitarla, animado por un familiar que deseaba verla, no pude evitar fijarme críticamente en un par de cosas al tiempo que me sentía algo frívolo dando vueltas en torno a las herméticas cabinas que guardaban singulares escopetas de juguete, máscaras, sombreros, garras metálicas, chalecos, grumos de objetos oscuros, e incluso hasta una espectacular moto. Todo esto y más, se había utilizado en películas como Blade Runner, Alien, La Guerra de las Galaxias, Scream o Yo Robot. Como ya he señalado en una nota anterior, enseguida surgió el debate conjuntamente con cierta decepción, al comprobar que la mayoría de las muestras colocadas allí eran réplicas y no originales. Ante las réplicas, ya sea del guante de skaywolker, de la Última Cena de Da Vinci o del cráneo de un neandertal, uno se siente algo timado. La copia no tiene el glamour, casi me atrevería a decir, la numinosidad del original. La copia se limita a crear un efecto, intenta crear la impresión que nos produciría la contemplación del original, pero con la estafa de que no es la protagonista real de lo que representa y por lo tanto, no hay acción, no hay tiempo depositado en ella. Ese carácter inmaculado es lo que la define como impostora.
Por otro lado, viendo aquellos objetos allí, pensé en la intensidad y en el carácter espectral que tiene el cine, en el vehículo extraordinario de emociones que es y en la quincalla a que se ve reducido todo el instrumental de que se sirve para crear sus ilusorios escenarios. El cine es también una enorme fábrica de objetos de desecho, que sólo cumplen su función en los breves instantes en que tales objetos aparecen en pantalla. No olvidemos que el cine apareció como un invento más en la era de las reproductibilidades mecánicas que inició la fotografía; un invento que se convirtió en un nuevo modo de narrar, el más global y popular. Teniendo en cuenta el número de personas que trabajan en la producción de una película, resulta aniquilante pensar en lo que ocurriría si desaparecieran todas las copias de un film: tal trabajo se vería reducido a pura fantasmidad. Pensar en una película de la que no quede ni rastro es como reparar en un mundo que existió pleno y fulgurante pero que se hubiera desintegrado para toda la eternidad. Y hablando de reducciones vertiginosas y de lo expuesto en Exposyfy… Fuera del orbe mítico-narrativo del film, los objetos, desgajados del flujo del que forman parte como integrantes compositivos de la articulación de la ficción, caen inercialmente en su carácter de ser, de nuevo, meros objetos, revelan su carácter de mera manufactura, y muchos de ellos podrían pasar inadvertidos mezclados entre las chucherías y monstruillos de goma que se exponen en un chino o en las lejas de alguna tienda esotérica. Pensé en la crueldad que todo esto lleva implícito, en todo lo que se emplea y se quema para la obtención de una obra estética. Y bromeé con la idea de que en aquellas cabinas podía estar expuesto algo más importante que un mero elemento de attrezzo: el actor de color, de cuyo nombre no consigo acordarme , que trabajó en la película Alien, la de 1979 que iniciaba la serie, y que anda por ahí, errabundo, con varios tornillos menos, deambulando desde hace años por La Zenia, en Orihuela Costa, convertido él mismo en un alienígena, en un soliloquio andante.

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