Recuerdo que estaba haciendo 6º de EGB. Estaba en el patio del colegio de Santo Domingo durante el recreo, y me embargaba un estado de dulce y entusiasmada embriaguez interior. Aquel estado de fruición, se debía a las vueltas que le estaba dando a un cuento de apenas catorce líneas que había escrito sobre una invasión extraterrestre y que había pasado a limpio en una libreta. Pero lo que tanto me divertía no eran las incidencias del relato como el mero hecho de haber ordenado una serie de sintagmas, de haber condensando un conjunto de frases, es decir, de haber producido un texto. Recordemos que "poesía" viene de poiesis, que quiere decir “producción”, en este caso, de signos lingüísticos, de signos verbales. Había pasado a limpio el cuentecillo de tal manera que lo centré en la página, dejando amplios márgenes en blanco, tanto arriba y abajo como a ambos lados de modo que el texto parecía que estaba enmarcado. Más o menos, podríamos decir que aquel rectángulo vertical hecho de palabras, aquel paquete de signos, el breve relatillo, abstraído de sí mismo y convertido, plásticamente ahora, en una imagen, se convertía, sorpresivamente, en el modelo platónico del relato que había escrito, tal y como el demiurgo observaba las ideas eternas como modelo para configurar la materia informe del mundo todavía inexistente e inarticulado.
La sala de presentación del libro antes y después del acto |
Aquel bloque de signos flotaba en mi cabeza, fascinándome, como si no lo hubiera escrito yo, del mismo modo que el pasado día 15 de marzo, tenía delante de mí el libro que iba a presentar y a comentar y de quien yo era el autor y que estaba ahí, salido de no sé dónde.
Y si con algún motivo recurrente he soñado – literalmente – exceptuando los pantanos y los alusivos a tormentos sexuales no confesables aquí, ha sido con los libros.
Yo y el Vicerrector de la Universidad de Alicante |
Hace un año y medio, más o menos, soñé que me encontraba en mi biblioteca con un volumen totalmente desconocido escrito por Wittgenstein. Se trataba de un libro de tamaño grande y estrecho, con portadas en color crema, ligeramente ajado por el paso del tiempo y descosido en algún que otro punto. Su título era Lo Algo. Mi desencanto fue aniquilante cuando al abrirlo y divisar, apenas, unos párrafos, sin poder leerlos, me desperté.
Los cuatro jinetes no apocalípticos de la mesa: yo, el Vicerrector, Gregorio Canales y José Luis Zerón |
Hay una relación evidente entre mi regodeo infantil con el cuentecillo que había escrito y mi fascinación onírica con los libros. En el primer caso, se produce como una temprana fetichización del texto, es decir, una fascinación por el conjunto de los significantes, contemplándolos como si de un monolito de jeroglíficos se tratara, y dejando aparte el mensaje que porta : lo visual, la forma se impone al contenido; en el segundo caso, la fascinación por el libro "aparecido" en sueños equivale a la fascinación por los mundos que sus páginas guardan y que serán por siemmpre ignotos.
Yo en plena dicción poético-demiúrgica |
Si el texto es la formalización del sentido a través de la lógica sintáctica y cuya representación puede adquirir el aspecto de un misterioso enjambre gráfico, el libro es la materialización de textos potencialmente infinitos, el objeto mágico por excelencia, ya que un libro nunca se agota: lecturas sucesivas nos vuelven a hacer disfrutar de su contenido o multiplican su interpretaciones, no hacen fungible la galaxia de signos que contiene.
Libros imaginarios y libros soñados vienen a ser lo mismo. Los imaginarios son los que nos hubiera gustado que existieran, - podríamos incluso, constituir un tipo de género literario con ello-; los soñados parecen indicarnos trastornadoramente que están escritos o están siendo escritos en algún punto indeterminado del espacio y del tiempo, en ése otro lado, por algún clarividente espectro, quizá, de nombre famoso y que nos dejan conocer su existencia, aunque sea límbica, sin mostrarnos jamás su contenido….
Libros imaginarios y libros soñados vienen a ser lo mismo. Los imaginarios son los que nos hubiera gustado que existieran, - podríamos incluso, constituir un tipo de género literario con ello-; los soñados parecen indicarnos trastornadoramente que están escritos o están siendo escritos en algún punto indeterminado del espacio y del tiempo, en ése otro lado, por algún clarividente espectro, quizá, de nombre famoso y que nos dejan conocer su existencia, aunque sea límbica, sin mostrarnos jamás su contenido….
Las tres personas del Verbo, quizá.... |
Algo de todo esto es lo que me hubiera gustado exponer el pasado viernes, cuando “mi” poemario Profano Demiurgo se presentó en Santo Domingo. Los nervios, la falta de rodamiento, el haber aparecido en público sólo tres veces en los últimos siete años, hicieron que lo olvidara todo y me pusiera, casi directamente, a leer los poemas, explicándolos brevemente. En fin.
Creo que sólo la poesía es posible. La vida está llena de belleza esperanzadora. Para Lezama Lima, el poeta era un posibliter, es decir, un generador de imágenes, a fin de cuentas, un pequeño demiurgo, y para un Deleuze, confirmando la idea del cubano, “un poblador de territorios”.
El poeta firmando compulsivamente junto a un auténtico Demiutgo |
Al escribir libros ¿escribimos el libro? Mallarmé lo intentó y el resultado que consiguió fue el de una virginal nada que, a su vez, se convirtió en un signo-interrogante para nosotros, los lectores del futuro. Como dice el novelista, el mundo es ancho y ajeno. Por lo tanto sigamos escribiendo y creando. Posibilitemos lo posible, porque en lo posible también emerge lo luminoso y la palabra que creíamos haber dicho y consumado.
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