Al llegar a Murcia esta tarde: sensación de renacimiento, de volver a la vida, movimiento. Reverberación interior de sensaciones, aturdimiento por las impresiones luminosas y el gentío. Al cruzar una calle, pasan ante mí unas parejas. Pantalón blanco, gafas de sol, cabelleras abundantes tanto de ellas como de ellos. Extraña sensación de retorno. Es lo mismo que en la Torrevieja de finales de los setenta. ¿Esta es la indumentaria del 2013?
Admirable verso de Blake, citado por Octavio Paz: la eternidad está enamorada de las obras del tiempo. Comentar este verso daría para el más suculento de los ensayos sobre la naturaleza final del tiempo: el tiempo vivido.
Vivimos en el paraíso y no nos enteramos, o bien, nos damos cuenta cuando salimos ilesos de algún accidente o atravesamos alguna enfermedad grave.
Llega un momento en que ante las gravedades filosóficas y los juicios finales, uno tiende a adoptar una actitud distante, irónica o meramente estética. En definitiva lo que se te ofrece es una serie de discursos y depende de cada uno el implicarse o no, creérselos o dedicarse a discutirlos.
La muerte es una quimera ante la luz de todos los días, pero también es lo que avanza secretamente, lo que late en cada erosión personal del tiempo.
Ir descubriendo las energías de la naturaleza y producir vida simbólica: la operación doble del hombre.
Toda la historia del hombre como un vertiginoso instante.
Hay una ley que irremediablemente se cumple. Cuando un día veo o me encuentro con muchas personas o la jornada se presenta con una actividad notable, el día siguiente resulta ser un auténtico erial de acontecimientos y jamás veo a las personas a las que he visto el día anterior. El viernes pasado por la mañana, Bernardino Roca de Togores me enseñó su casa-museo, y por la tarde me encontré y estuve hablando con los siguientes amigos: Javier Catalán, Guillermo, Blanca Andreu, Pepe Rayos, su mujer, Vicente Hernández, Vicente Pina, Alberto, Carmen, Aitor, Paco, Balaguer, Torres, etcétera… El día siguiente fue un desierto absoluto de personas y de hechos mínimamente destacables, y por supuesto, no vi a ninguna de las personas con las que estuve el día anterior.
Para una investigación arqueológica de la experiencia de la velocidad. Tanto de Quincey, en su Coche correo Inglés, como Gustavo Adolfo Bécquer, en sus Cartas desde mi celda, como Balzac, en una obrita suya sobre gastronomía y los efectos del café, describen los estados de embriaguez producidos al viajar en diligencias y trenes, la mezcla de incomodidad y vértigo experimentados cuando el coche tirado por caballos o el monstruo de hierro impulsado por el vapor, se lanzan a una loca carrera campo a través. De Quincey habla de la gloria del movimiento. Bécquer describe con precisión y comicidad el trasiego de los cuerpos dando saltos dentro de un ómnibus, Balzac ve incrementada sus deliciosas sensaciones durante el galope de su berlina por haberse tomado antes unas cuantas tazas de café bien cargadas.
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