En esta serie finita, torturantemente finita, de fotogramas, vemos a Vampira asistiendo a la siniestra velada que se va a celebrar en el interior de una sofisticada sala. Lo que comprobamos enseguida es que nos encontramos en el ámbito de lo fantástico, pero si nos fijamos en la indumentaria de ambas damas, detectaremos que cada una pertenece a distintos momentos de lo fantástico. Efectivamente, la mujer que acciona el dispositivo que abre la puerta, lleva un traje, aparentemente, espacial, aunque el peinado la ubique en la moda de mediados de los cincuenta del siglo XX. Pertenece, presuntamente, al futuro. El superestilizado personaje plantado en el umbral de la puerta, es, como ya hemos dicho, Vampira, que, aunque creada también en la década a la que pertenece el peinado de la astronauta, toma prestada su iconografía de una interpretación decadente del vampiro romántico.
El responsable de que ciencia-ficción y terror clásico se den tan absurda cita es, cómo no, el hórrido Ed Wood, quien en su film Plan 9 from outer space logra dar la vuelta de tuerca al bodrio de referencia en las películas de serie B.
Para Umberto Eco el mal gusto de lo kitsch se define por la "prefabricación e imposición del efecto". El mundo de las películas de serie B es incapaz de ir más allá de la recreación más o menos digna, de los efectos y los ambientes. Por ello es que este tipo de mercado resulte tan encantador como tranquilizador: ya sabemos a qué atenernos al buscar cualquiera de sus productos.
Si lo kitsch es la locura del efecto, también lo es del pastiche: intriga policial, invasiones extraterrestres, asesinos, zombis, vampiros y monstruos se amontonan sin ton ni son en las ¿películas? de Ed Wood, como en el cobertizo de un trapero. Ahora bien, en lo kitsch hay todavía cierta pretensión que sucumbe, inevitablemente, en el esteticismo y la impostura. No sé hasta qué punto Ed Wood creía estar haciendo algo medianamente artístico. Quizá para él no era prioritario sino lo que el público demandaba, más o menos en secreto, es decir, en la reducción de todo impacto "estético" al cúmulo de los efectos. Por ello es que este tipo de cine resulte una de las expresiones más esperpénticamente genuinas de la cultura de masas.
Observando la imagen de arriba y analizando su redundancia - la ciencia ficción y lo terrorífico mezclados exóticamente, en una misma narración-, me he acordado de otra curiosa "mixtura".
En su tesis doctoral, Psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos, Carl Gustav Jung, estudia los pormenores de una serie de sesiones espiritistas a las que asistió. La médium a la que interroga e investiga, S. W. y que resulta ser su prima, en una de sus comunicaciones con el más allá, informa a los presentes sobre la vida de los espíritus.
Los espíritus viven en el planeta Marte. Allí nadie marcha por tierra, sino en máquinas volantes que se deslizan por los famosos canales marcianos. Hay espíritus en otros astros. No existen guerras ni conflictos. Los espíritus pueden viajar a la Tierra, pero deben mantenerse a 25 metros de la superficie. De lo contrario son absorbidos por nuestro planeta, adquieren un cuerpo terrestre y no vuelven a su planeta hasta que mueren de muerte natural.
Resulta curioso este tratamiento tan material, tan común, de los espíritus. ¿Será porque son espíritus y no almas, y por lo tanto ser espíritu queda demasiado cerca de los flujos y de las energías? ¿Se escoge como morada de los espíritus el espacio galáctico por su prestigio literario, por su carácter metafórico, o la médium nos está hablando, directamente, de un Marte espiritual? ¿Cómo es que los espíritus mueren y transmigran a un nuevo espíritu?
En definitiva, si hay westerns del espacio, si podemos mezclar vaqueros y naves espaciales, eximida toda lucubración teológica, no veo impedimento en que las jerarquías y hábitats de los espíritus dependan de la imaginación de la época. De este modo se exhibe, en toda su fascinación, el imaginario colectivo a través de la historia y de sus posibles y pintorescos entrecruzamientos.
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