Tres libros sobre la mesa y tres autores bien distintos – Ángel Gabilondo, Rafael Barrett y Karmelo Iribarren - lanzando sus agudos dardos desde la misma lengua.
El
más singular de los tres aforistas es Rafael Barrett, autor que los lectores y
el mundo editorial español acaban de
descubrir, como quien dice, pero que murió, ni más ni menos, que en 1910.
Barrett, es uno de esos ejemplos de intelectuales que obligan a plantearnos – de
nuevo – quiénes son los protagonistas de nuestra historia cultural reciente y que confirman
que la requisitoria de personajes brillantes, marginados por las circunstancias, no ha
cerrado todavía sus sorpresivas listas.
El
pensamiento de Barrett es agudo, atrevido, políticamente comprometido, valiente
como la vida que llevó, y atravesado de eléctricos ramalazos de un anarquismo
soberano. En
Barrett el saber no es meramente ilustración sino que supone un grado de
asunción moral. Vinculado a la aristocracia, la metamorfosis interior que se
produce en Barrett se cifra en su interés por las desigualdades
sociales y en su crítica abierta a la violencia que ejerce el estado. La figura, la
historia y la obra de Barrett sorprenden y es un feliz término que se vaya
recuperando su obra.
Un poeta ha de ocultar sus miserias
civiles
Napoleón amaba la guerra sin odiar a
nadie
Lo violento es estéril
En
su diario aforístico, Karmelo Iribarren sabe muy bien explotar la imagen de sí mismo
como errante personaje urbano, visitador melancólico de parques y bares, amante
de los viajes en tren y de los encendidos atardeceres playeros.
Sus
aforismos acordonan un campo semántico muy
concreto, en el que convive la observación estética y la crítica social.
Una
atmósfera existencialista se desprende de sus anotaciones ( esa K del título sugiere la clave kafkiana en la lectura de los días).
Son los aforismos de un poeta que hace balance del tiempo que pasa y sus armas
contra ello son la agudeza y el humor. Aunque el aforismo puede cultivarse como
un género literario más, aquí funciona también como la acida confesión de un hombre maduro.
En las memorias de los escritores las ausencias suelen ser venganzas.
Los muy feos tienen algo de héroes
Entre lo posible y lo probable a veces está lo mejor de la vida
En las memorias de los escritores las ausencias suelen ser venganzas.
Los muy feos tienen algo de héroes
Entre lo posible y lo probable a veces está lo mejor de la vida
Ángel
Gabilondo, que fue uno de nuestros ministros de cultura más imperceptibles, es el autor de los aforismos recogidos bajo el
nombre de Por si acaso. Máximas y mínimas. Sus aforismos son auténticas mínimas,
como explicita el subtítulo de la selección, a lo sumo son dos líneas o línea y
media. Este tamaño le basta a Gabilondo para sorprendernos constantemente con
reveladoras apreciaciones de esos nudos invisibles que se forman en las
relaciones humanas y en nuestra común
cotidianidad. Como suele ocurrir, en lo más llano se encuentra lo más abrupto,
del mismo modo que, por inercia o por común acuerdo, lo supuestamente evidente es lo que más trabajo nos cuesta detectar o denunciar.
A veces nos asusta coincidir
Si nunca reímos juntos, más vale sacar
conclusiones
No es frecuente reconocer a quienes se
conoce demasiado
Una
de sus mínimas máximas justifica el arte del aforismo:
Decir
puede ser una forma irremplazable de pensar
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