Al
inicio del verano me apetecía, debido esos ciclos que van sucediéndose
íntimamente en la memoria, leer algo
escrito a principios de los años sesenta. “Al punto”, como diría un roman medieval, me encontré en un
periódico con una reseña del libro Viajes
con Charley en busca de Estados
Unidos, de John Steinbeck, obra publicada, precisamente, en 1960. Justo la
época y el ambiente que deseaba explorar
– el Estados Unidos de la guerra fría – a
través de un escritor de primera línea que, hasta el momento, había evitado
prejuiciosamente al adscribirlo maniáticamente al realismo literario. Supuse
que tal adscripción estilística no funcionaría en los apuntes de un cuaderno de
viajes sino en mi favor, suministrando el tipo de datos y anécdotas de los que quería disfrutar.
Según
Gustav Jung, soñar con viajes sugiere cambios drásticos en la vida, incluso la premonición
de la muerte. Lo cierto es que Steinbek decide recorrer solo Estados Unidos,
acompañado únicamente de su pequinés azul metálico, Charley, empujado por
el resorte de una obligación moral.
La
ventaja de los países grandes es que se hacen explorables por sus habitantes,
se convierten en rosarios probables de geografías e idiosincrasias. La impresión
que uno tiene leyendo a Steinbeck es la de una transmisión fluyente e imparcial
de la realidad. Steinbeck es tan típicamente verídico que muchas de las escenas
que describe, las hemos visto nítidamente representadas en el cine. Esta
analogía, que no mera simetría, nos revela el arte y la franqueza de Steinbeck.
Lo extraordinario de este periplo por
los distintos estados, es el hecho de viajar mismo, es decir, el de atravesar
la tierra mítica, la tierra natal. Para nuestro placer de lectores, Steinbeck viaja por su país casi como un
extranjero. Su “condición” de escritor es, precisamente, lo que le hace parecer
así, un forastero neoyorquino que se interesa
por las peculiaridades locales, que se sorprende y desconcierta ante las diferencias
raciales entre el norte y el sur, convirtiéndose en exacto notificador tanto de los detritus
que el avance de las ciudades producen en sus márgenes como de la variedad de
las bellezas paisajísticas. Resultan interesantes las conversaciones sobre los rusos, que recoge
de las personas con las que va encontrándose. Ninguna especial
enemistad, sí un temor difuso y algunos sorpresivos gestos de ironía. Como dijo
la reseña que en su día apareciera en el país del autor de Las uvas de la ira, el
presente texto es “una delicia”.
Otro
libro de viajes, pero este escrito un siglo atrás. A través de los trabajos de
Walter Benjamin sobre París como capital cultural, por antonomasia, del siglo XIX
y la obra de Baudelaire, todos conocemos la genealogía de la figura del flanêur : personaje anónimo de las
ciudades que vaga de aquí a allá, como sordo testigo de la decadencia, de los
márgenes huecos de la historia. Lo que no sabíamos es que un escritor alejado,
en principio, de Baudelaire, aunque
quizá no tanto, como fue Dickens, se dedicaba a publicar sus crónicas secretas
de paseante solitario por el Londres brumoso de la época, o como viajante incógnito en tierras francesas, para acaso,
confundirse con un flanêur más. Bajo el explícito título de El viajero sin propósito, se reúnen, por
primera vez en español una selección de estas crónicas.
Un
conocido, maliciosamente, me había avisado de que la poesía de Eloy Sánchez Rosillo
es gris y que el propio Sánchez Rosillo es gris, también. Entonces, en estos
términos, ¿lo contrario, en Murcia, de un Eloy Sánchez Rosillo sería un Soren
Peñalver, por ejemplo?
Me
he leído El sueño del origen, y me ha
gustado. Cada uno define su territorio al trote que lo hace. A estas alturas,
lo que nos interesa es que los poetas que tenemos a nuestro alrededor escriban,
hagan obra. Que nos den señales de que siguen ahí. Que cierta complicidad no se
haya disuelto. La veracidad de un poeta reside en la franqueza de su escritura.
Con la poesía de Rosillo se levanta un debate interesante, para quien lo quiera
ver así, entre expresividad y autenticidad. Quizá, leyendo a Rosillo uno no vaya a tener una experiencia psicodélica
arrebatadora, ¿pero quién me asegura que no, otro tipo de experiencia más
venerable?
RBA
editó hace pocos años un conjunto de textos autobiográficos de Augusto
Monterroso. La letra E, inicia este volumen, al que le siguen otros que,
indistintamente, podrían habérsele sumado sin título que los especificara: Pájaros de Hispanoamérica, y Literatura y vida. Como para hacer mucho
caso a los títulos que Monterroso pone a sus deslizantes obras. Un fino humor como bajo continuo, aderezado de amistosa agudeza, constituyen
el motor de la escritura monterrosiana.
Sus memorias son las de alguien que ha concebido la literatura como un juego
sutil, pero huyendo con pánico, de cometer el pecado de la pedantería.
El
maestro de la brevedad y del equívoco, evoca en breves retratos a figuras como
Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Luiz Cardoza, Horacio Quiroga…, o nos habla de
sus encuentros con otros escritores por Europa,
su fobia a las conferencias y las anécdotas con los editores.
La
obra de Monterroso merodea los márgenes de lo literariamente centrífugo y lo
aforístico. En estas páginas menciona a Stanislaw Jerzy Lec, autor que poco
antes de adquirir el volumen de Monterroso, descubrí en una librería, a través
de una edición reciente en Pre –textos.
La
obra que hace famoso a Jerzy Lec y que es a la que Monterroso alude, es su
vitriólica colección de aforismos Pensamientos
Despeinados. Cuando empecé a leer el librillo, desestimé la idea de anotar
o subrayar, porque tendría que enfurruñar el volumen entero al no haber, apenas, una
línea olvidable. El polaco Jerzy Lec es el autor de alguno de los aforismos más
lancinantes y memorables de los que tenemos noticia en este género. Maestro de
la agudeza y del desamparo, Lec hace suyo aquello de que un pesimista es un
optimista bien informado.
Las rosas huelen profesionalmente.
No seas snob. No mientas nunca si la
verdad es más rentable.
Nos queda poco tiempo. La eternidad nos
sigue amenazando.
Lo que nace sin vida tarda mucho en
morir.
Los muertos callan…hasta que el tiempo
hable en su favor.
La fe ciega mira de reojo.
El hecho de que estuviera muerto no
probaba que hubiera vivido.
Estoy a punto de reprivatizar la vida
interior.
Lo más difícil es pegarle fuego al
infierno.
El
aforismo que parece tener algo de frívolo, que parece un lujo del pensamiento,
desmiente en Lec lo meramente lúdico. Lec
pasó por la guerra y sufrió los totalitarismos de ambos bandos: el de los nazis
y el de los comunistas. De
ahí que su trabajo se revista de valentía y su palabra, debidamente
contextualizada, nos haga valorar sus incisivas fulguraciones aforísticas como
una ácida reacción ante un mundo en decadencia.
2 comentarios:
Gracias por la información y por dar a conocer libros que no sabía ni que existían .
Diferentes maneras de ver lugares del mundo a través de la lectura , según la manera de ver y describir de varios escritores .
Si mi economía me lo permite algún día , me compraré Pensamientos Despeinados .
Saludos
Gracias Elena.
El libro de aforismos del polaco es francamente bueno.
Yo tampoco estoy en muy buenas condiciones económicas. Cometo la locura de gastarme en libros el poco dinero del que dispongo. Ya veremos lo que pasará en un futuro inmediato.
Publicar un comentario