jueves, 6 de noviembre de 2014

LIBROS / LECTURAS


Al inicio del verano me apetecía, debido esos ciclos que van sucediéndose íntimamente en la memoria, leer  algo escrito a principios de los años sesenta. “Al punto”, como diría un roman medieval, me encontré en un periódico con una reseña del libro Viajes con Charley en busca de Estados Unidos, de John Steinbeck, obra publicada, precisamente, en 1960. Justo la época y el ambiente  que deseaba explorar – el Estados Unidos de la guerra fría – a través de un escritor de primera línea que, hasta el momento, había evitado prejuiciosamente al adscribirlo maniáticamente al realismo literario. Supuse que tal adscripción estilística no funcionaría en los apuntes de un cuaderno de viajes sino en mi favor, suministrando el tipo de datos y anécdotas de los que quería disfrutar.
 
 
 
Según Gustav Jung, soñar con viajes sugiere cambios drásticos en la vida, incluso la premonición de la muerte. Lo cierto es que Steinbek decide recorrer solo Estados Unidos, acompañado únicamente de su pequinés azul metálico, Charley, empujado  por el resorte de una obligación moral.
La ventaja de los países grandes es que se hacen explorables por sus habitantes, se convierten en rosarios probables de geografías e idiosincrasias. La impresión que uno tiene leyendo a Steinbeck es la de una transmisión fluyente e imparcial de la realidad. Steinbeck es tan típicamente verídico que muchas de las escenas que describe, las hemos visto nítidamente representadas en el cine. Esta analogía, que no mera simetría, nos revela el arte y la franqueza de Steinbeck.  Lo extraordinario de este periplo por los distintos estados, es el hecho de viajar mismo, es decir, el de atravesar la tierra mítica, la tierra natal. Para nuestro placer  de lectores,  Steinbeck viaja por su país casi como un extranjero. Su “condición” de escritor es, precisamente, lo que le hace parecer así,  un forastero neoyorquino que se interesa por las peculiaridades locales, que se sorprende y desconcierta ante las diferencias raciales entre el norte y el sur, convirtiéndose en exacto notificador tanto de los detritus que el avance de las ciudades producen en sus márgenes como de la variedad de las bellezas paisajísticas. Resultan interesantes las conversaciones sobre los rusos, que recoge de las personas con las que va encontrándose. Ninguna especial enemistad, sí un temor difuso y algunos sorpresivos gestos de ironía. Como dijo la reseña que en su día apareciera en el país del autor de Las uvas de la ira,  el presente texto es “una delicia”.




 

Otro libro de viajes, pero este escrito un siglo atrás. A través de los trabajos de Walter Benjamin sobre París como capital cultural, por antonomasia, del siglo XIX y la obra de Baudelaire, todos conocemos la genealogía de la figura del flanêur : personaje anónimo de las ciudades que vaga de aquí a allá, como sordo testigo de la decadencia, de los márgenes huecos de la historia. Lo que no sabíamos es que un escritor alejado, en principio,  de Baudelaire, aunque quizá no tanto, como fue Dickens, se dedicaba a publicar sus crónicas secretas de paseante solitario por el Londres brumoso de la época, o como viajante  incógnito en tierras francesas, para acaso, confundirse con un flanêur más. Bajo el explícito título de El viajero sin propósito, se reúnen, por primera vez en español una selección de estas crónicas.

 


Un conocido, maliciosamente, me había avisado de que la poesía de Eloy Sánchez Rosillo es gris y que el propio Sánchez Rosillo es gris, también. Entonces, en estos términos, ¿lo contrario, en Murcia, de un Eloy Sánchez Rosillo sería un Soren Peñalver, por ejemplo?

Me he leído El sueño del origen, y me ha gustado. Cada uno define su territorio al trote que lo hace. A estas alturas, lo que nos interesa es que los poetas que tenemos a nuestro alrededor escriban, hagan obra. Que nos den señales de que siguen ahí. Que cierta complicidad no se haya disuelto. La veracidad de un poeta reside en la franqueza de su escritura. Con la poesía de Rosillo se levanta un debate interesante, para quien lo quiera ver así, entre expresividad y autenticidad. Quizá,  leyendo a Rosillo uno no vaya  a tener una experiencia psicodélica arrebatadora, ¿pero quién me asegura que no, otro tipo de experiencia más venerable?

 

RBA editó hace pocos años un conjunto de textos autobiográficos de Augusto MonterrosoLa letra E, inicia este volumen, al que le siguen otros que, indistintamente, podrían habérsele sumado sin título que los especificara: Pájaros de Hispanoamérica, y Literatura y vida. Como para hacer mucho caso a los títulos que Monterroso pone a sus deslizantes obras. Un fino humor como bajo continuo, aderezado de amistosa agudeza, constituyen el  motor de la escritura monterrosiana. Sus memorias son las de alguien que ha concebido la literatura como un juego sutil, pero huyendo con pánico, de cometer el pecado de la pedantería.



 

El maestro de la brevedad y del equívoco, evoca en breves retratos a figuras como Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Luiz Cardoza, Horacio Quiroga…, o nos habla de sus encuentros con otros escritores por Europa,  su fobia a las conferencias y las anécdotas con los editores.
La obra de Monterroso merodea los márgenes de lo literariamente centrífugo y lo aforístico. En estas páginas menciona a Stanislaw Jerzy Lec, autor que poco antes de adquirir el volumen de Monterroso, descubrí en una librería, a través de una edición reciente en Pre –textos.

 

 

La obra que hace famoso a Jerzy Lec y que es a la que Monterroso alude, es su vitriólica colección de aforismos Pensamientos Despeinados. Cuando empecé a leer el librillo, desestimé la idea de anotar o subrayar, porque tendría que enfurruñar el volumen entero al no haber, apenas, una línea olvidable. El polaco Jerzy Lec es el autor de alguno de los aforismos más lancinantes y memorables de los que tenemos noticia en este género. Maestro de la agudeza y del desamparo, Lec hace suyo aquello de que un pesimista es un optimista bien informado.

 
Las rosas huelen profesionalmente.


No seas snob. No mientas nunca si la verdad es más rentable.

 
Nos queda poco tiempo. La eternidad nos sigue amenazando.


Lo que nace sin vida tarda mucho en morir.
 

Los muertos callan…hasta que el tiempo hable en su favor.

 
La fe ciega mira de reojo.

 
El hecho de que estuviera muerto no probaba que hubiera vivido.

 
Estoy a punto de reprivatizar la vida interior.


Lo más difícil es pegarle fuego al infierno.

 
 
El aforismo que parece tener algo de frívolo, que parece un lujo del pensamiento, desmiente en Lec lo meramente lúdico. Lec pasó por la guerra y sufrió los totalitarismos de ambos bandos: el de los nazis y el de los comunistas. De ahí que su trabajo se revista de valentía y su palabra, debidamente contextualizada, nos haga valorar sus incisivas fulguraciones aforísticas como una ácida reacción ante un mundo en decadencia.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias por la información y por dar a conocer libros que no sabía ni que existían .
Diferentes maneras de ver lugares del mundo a través de la lectura , según la manera de ver y describir de varios escritores .
Si mi economía me lo permite algún día , me compraré Pensamientos Despeinados .
Saludos

José María Piñeiro dijo...

Gracias Elena.
El libro de aforismos del polaco es francamente bueno.
Yo tampoco estoy en muy buenas condiciones económicas. Cometo la locura de gastarme en libros el poco dinero del que dispongo. Ya veremos lo que pasará en un futuro inmediato.

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