viernes, 29 de mayo de 2015

OBSERVACIONES POETIFORMES I. LOS RODETES FRACTALES DE LA DAMA DE ELCHE





Evidentemente, es el descubrimiento científico, el hecho cultural, lo que ingresa o inaugura la secuencia histórica. Lo descubierto puede haber permanecido en la naturaleza hace siglos, en espera de esa formulación que lo librara de su estado virtual. Los fractales son un descubrimiento muy reciente, aunque puedan rastreare, en el ámbito de la investigación geométrico-matemática, interesantes vislumbramientos que tendríamos que ubicar un par de siglos atrás.   ¿Podría ocurrir lo mismo en el seno de la creación artística, es decir, registrar el tácito funcionamiento de fractales como elementos configuradores positivos de la representación artística? Si los fractales se definen por la autosimilitud  y la iteración, definición, mas bien incompleta y provisional, algo de ello podemos constatar en el universo de las formas que es el arte plástico. Infinidad de motivos arquitectónicos, adornos, figuras geométricas, arabescos y grutescos, parecen evocar funcionamientos fractales o algo muy similar a ello.

Una casualidad ha hecho que fuera a fijarme en una famosa escultura cuya fascinación y belleza casi yace enterrada por el sinfín de efigies y copias que la arqueología popular y el turismo han hecho de ella. Ya lo dije en una entrada anterior de este blog y lo repito: si hay una escultura invisibilizada por sus propias reproducciones y el estereotipo, esa es la Dama de Elche. Podríamos decir que la percepción de la finura, la belleza y la complejidad de esta escultura ha estado durante bastante tiempo embotada, obstaculizada por las veces en que la industria nos ha hecho ver la imagen a través de billetes, recuerdos postales, convertida en motivo patriótico o sello postal. Pero la vulgarización del misterio no disuelve el misterio. Cuando los parámetros con los que ensayamos interpretaciones de algo, cambian, ese algo nos surte de mensajes no esperados.






La estructura interna de los rodetes de la Dama de Elche insinúan cierta génesis fractal de la materia. Si los observamos, comprobaremos que los radios de los rodetes conforman series de casillas cuadradas – que se convierten en cuadrangulares al estirarse alrededor del homocentro de los círculos - . Este fraccionamiento del espacio circular que crean los rodetes, se produce en ambas caras, produciendo esa sensación de cuerpo de tres dimensiones indeterminadamente agujerado o vaciado, sensación visual que multiplica la articulación giratoria de los propios radios. Estas dos características se adaptan   a las propiedades de la definición elemental del fractal: autosimilitud e iteración. Autosimilitud:  las casillas o celdillas conformando el rodete o  poblando su extensión; iteración: la serie de motivos geométricos – las celdillas – reproduciéndose indeterminada e indefinidamente.

Los fractales describen progresiones de regularidad caótica. Valga la paradoja, pues cómo calcular regularidades en un ámbito caótico, es decir, impredecible.  En los rodetes observamos una continuidad, la de las celdillas, propiedad fractal, que produce una sensación vertiginosa: la infinita autofragmentación de la materia, que crece así, de este contradictorio modo, multiplicándose en fragmentos idénticos a la forma original de la que parten.  

Observando los rodetes uno experimenta enseguida una sensación táctil que tiene que ver con este principio contradictorio de la formación de los fractales: independientemente de su solidez evidente, parecen esponjas. Al tacto visual, la sensación es grata y curiosa: la compacidad de los rodetes es blanda al estar infinitamente dividida en celdillas, en compartimentos, en cámaras y recámaras que sumen en el vacío la forma que crean y atraviesan. Si observamos las celdas de una colmena, parece que un espacio concreto se congratule en manifestarnos el laborioso y geométrico vaciamiento del propio espacio que ocupa y es. Podríamos decir que una colmena es la exhibición de la virtuosa fragmentación del espacio en que consiste tal colmena. Algo parecido ocurre con las pequeñas cámaras que ahuecan los rodetes de la Dama.

 



 


Las celdillas dispuestas de modo circular y progresivamente más pequeñas o de tamaño, al menos, variable,  dibujan una espiral truncada en el mismo centro. En realidad se trata de círculos concéntricos de celdillas, pero la espiral no deja un tanto de estar insinuada teniendo en cuenta la proximidad de los oídos y la simbolización expresa de la recepción ondulatoria de los sonidos arcanos de la que los rodetes se hacen sagrado cargo.

Del mismo modo que los romanos colocaban en los extremos de los teatros grandes recipientes de bronce con agua para que el sonido de las voces de los actores rebotase y se extendiera por las anchuras del recinto, el escultor vidente que cinceló la Dama de Elche, diseñó una suerte de auriculares litúrgicos de alta fidelidad gracias a la utilización del sistema fractal.

 La distribución de las celdillas como cámaras vacías girando sobre un centro permitía que se filtraran con mayor limpieza los flujos ondulatorios del sonido para de este modo poder hacerse eco de las solicitudes de la divinidad. El poeta visual Joan Brossa colocó unos auriculares modernos a una reproducción suya de la Dama, sin saber que, lo que pretendía ser un gesto irreverente rendía tributo a una función sagrada. En el instante de las evocaciones los sonidos de las cítaras conjuratorias se verían, a través del seccionamiento sistemático de las celdillas vacías, gratamente diferenciados entre sí y unidos en un solo flujo final que la radiación de tales casillas no dejaría de potenciar en vórtices consecutivos.  

Podemos imaginar que las celdillas continúan produciéndose, infinitamente, en las secciones internas de los rodetes. Eso confirmaría la naturaleza fractal de un objeto votivo como este. El artista se conformó sabiamente con la sugerencia  de ese seccionamiento infinito, peo su trabajo fue lo suficientemente complejo como para que la obra aunara en sí majestad, minuciosidad y delicadeza. La percepción superficial de los rodetes confirman el fraccionamiento continuo de la materia y la razón de esta derivación en la configuración  de los aditamentos sacrales de la estatua.        





Los objetos matemáticos pueden ser creaciones ideales que pretendan reflejar ciertos funcionamientos naturales. Lo que no es mera adaptación lingüística es el orden mayor que el arte, en su inocencia primordial, hace surgir a través de los eones formales de sus ciclos. Los rodetes de la Dama de Elche efectivamente, ruedan y ruedan en una soberbia quietud y se seccionan con el movimiento continuo que los alienta y los configura, del mismo modo que la convergencia molecular de todos envites del artista han materializado una figura extraordinaria que es la Dama de Elche. Los fractales sugeridos en los rodetes no son una casualidad sino el producto específico y lógico de una concreción jerarquizada de energía. Lo que nos hace pensar que, independientemente de su definición matemática, los fractales atraviesan la naturaleza y acuden a la llamada de las musas, desde ese atemporal ahí, desde ese siempre ahí sin tiempo, como escuadrones de un canon indescifrable. Por ello, podemos afirmar que también son fractales las ruinas de los grabados de Piranesi, como lo es el acribillamiento de ojivas de una iglesia, las ramas de los fresnos, los cirros de una alborada, la frondosidad de una rosa, las espirales melosas de un ágata, o  como lo es el sueño, porque sé que estoy soñando, porque estoy soñando que sueño y quizá un sueño mayor aún englobe mis sueños y mi consciencia de esos sueños.      

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