Evidentemente,
es el descubrimiento científico, el hecho cultural, lo que ingresa o inaugura
la secuencia histórica. Lo descubierto puede haber permanecido en la naturaleza
hace siglos, en espera de esa formulación que lo librara de su estado virtual.
Los fractales son un descubrimiento muy reciente, aunque puedan rastreare, en
el ámbito de la investigación geométrico-matemática, interesantes
vislumbramientos que tendríamos que ubicar un par de siglos atrás. ¿Podría ocurrir lo mismo en el seno de la
creación artística, es decir, registrar el tácito funcionamiento de fractales
como elementos configuradores positivos de la representación artística? Si los
fractales se definen por la autosimilitud
y la iteración, definición, mas bien incompleta y provisional, algo de
ello podemos constatar en el universo de las formas que es el arte plástico.
Infinidad de motivos arquitectónicos, adornos, figuras geométricas, arabescos y
grutescos, parecen evocar funcionamientos fractales o algo muy similar a ello.
Una
casualidad ha hecho que fuera a fijarme en una famosa escultura cuya
fascinación y belleza casi yace enterrada por el sinfín de efigies y copias que
la arqueología popular y el turismo han hecho de ella. Ya lo dije en una
entrada anterior de este blog y lo repito: si hay una escultura invisibilizada
por sus propias reproducciones y el estereotipo, esa es la Dama de Elche.
Podríamos decir que la percepción de la finura, la belleza y la complejidad de
esta escultura ha estado durante bastante tiempo embotada, obstaculizada por
las veces en que la industria nos ha hecho ver la imagen a través de billetes,
recuerdos postales, convertida en motivo patriótico o sello postal. Pero la
vulgarización del misterio no disuelve el misterio. Cuando los parámetros con
los que ensayamos interpretaciones de algo, cambian, ese algo nos surte de
mensajes no esperados.
La
estructura interna de los rodetes de la Dama de Elche insinúan cierta génesis
fractal de la materia. Si los observamos, comprobaremos que los radios de los
rodetes conforman series de casillas cuadradas – que se convierten en
cuadrangulares al estirarse alrededor del homocentro de los círculos - . Este
fraccionamiento del espacio circular que crean los rodetes, se produce en ambas
caras, produciendo esa sensación de cuerpo de tres dimensiones
indeterminadamente agujerado o vaciado, sensación visual que multiplica la
articulación giratoria de los propios radios. Estas dos características se
adaptan a las propiedades de la
definición elemental del fractal: autosimilitud e iteración. Autosimilitud: las casillas o celdillas conformando el
rodete o poblando su extensión;
iteración: la serie de motivos geométricos – las celdillas – reproduciéndose indeterminada e indefinidamente.
Los
fractales describen progresiones de regularidad caótica. Valga la paradoja,
pues cómo calcular regularidades en un ámbito caótico, es decir, impredecible. En los rodetes observamos una continuidad, la
de las celdillas, propiedad fractal, que produce una sensación vertiginosa: la
infinita autofragmentación de la materia, que crece así, de este contradictorio
modo, multiplicándose en fragmentos idénticos a la forma original de la que
parten.
Observando
los rodetes uno experimenta enseguida una sensación táctil que tiene que ver
con este principio contradictorio de la formación de los fractales: independientemente
de su solidez evidente, parecen esponjas. Al tacto visual, la sensación es
grata y curiosa: la compacidad de los rodetes es blanda al estar infinitamente
dividida en celdillas, en compartimentos, en cámaras y recámaras que sumen en
el vacío la forma que crean y atraviesan. Si observamos las celdas de una
colmena, parece que un espacio concreto se congratule en manifestarnos el laborioso
y geométrico vaciamiento del propio espacio que ocupa y es. Podríamos decir que
una colmena es la exhibición de la virtuosa fragmentación del espacio en que
consiste tal colmena. Algo parecido ocurre con las pequeñas cámaras que ahuecan
los rodetes de la Dama.
Las
celdillas dispuestas de modo circular y progresivamente más pequeñas o de tamaño,
al menos, variable, dibujan una espiral
truncada en el mismo centro. En realidad se trata de círculos concéntricos de
celdillas, pero la espiral no deja un tanto de estar insinuada teniendo en
cuenta la proximidad de los oídos y la simbolización expresa de la recepción
ondulatoria de los sonidos arcanos de la que los rodetes se hacen sagrado cargo.
Del
mismo modo que los romanos colocaban en los extremos de los teatros grandes
recipientes de bronce con agua para que el sonido de las voces de los actores
rebotase y se extendiera por las anchuras del recinto, el escultor vidente que cinceló
la Dama de Elche, diseñó una suerte de auriculares litúrgicos de alta fidelidad
gracias a la utilización del sistema fractal.
La distribución de las celdillas como cámaras
vacías girando sobre un centro permitía que se filtraran con mayor limpieza los
flujos ondulatorios del sonido para de este modo poder hacerse eco de las
solicitudes de la divinidad. El poeta visual Joan Brossa colocó unos
auriculares modernos a una reproducción suya de la Dama, sin saber que, lo que pretendía ser un gesto irreverente rendía
tributo a una función sagrada. En el
instante de las evocaciones los sonidos de las cítaras conjuratorias se verían,
a través del seccionamiento sistemático de las celdillas vacías, gratamente
diferenciados entre sí y unidos en un solo flujo final que la radiación de
tales casillas no dejaría de potenciar en vórtices consecutivos.
Podemos
imaginar que las celdillas continúan produciéndose, infinitamente, en las secciones
internas de los rodetes. Eso confirmaría la naturaleza fractal de un objeto
votivo como este. El artista se conformó sabiamente con la sugerencia de ese seccionamiento infinito, peo su trabajo fue lo suficientemente complejo como para que la obra aunara en sí majestad, minuciosidad y delicadeza. La
percepción superficial de los rodetes confirman el fraccionamiento continuo de
la materia y la razón de esta derivación en la configuración de los aditamentos sacrales de la estatua.
Los
objetos matemáticos pueden ser creaciones ideales que pretendan reflejar
ciertos funcionamientos naturales. Lo que no es mera adaptación lingüística es
el orden mayor que el arte, en su inocencia primordial, hace surgir a través de
los eones formales de sus ciclos. Los rodetes de la Dama de Elche efectivamente,
ruedan y ruedan en una soberbia quietud y se seccionan con el movimiento
continuo que los alienta y los configura, del mismo modo que la convergencia
molecular de todos envites del artista han materializado una figura
extraordinaria que es la Dama de Elche. Los fractales sugeridos en los rodetes no
son una casualidad sino el producto específico y lógico de una concreción
jerarquizada de energía. Lo que nos hace pensar que, independientemente de su
definición matemática, los fractales atraviesan la naturaleza y acuden a la
llamada de las musas, desde ese atemporal ahí, desde ese siempre ahí sin
tiempo, como escuadrones de un canon indescifrable. Por ello, podemos afirmar
que también son fractales las ruinas de los grabados de Piranesi, como lo es
el acribillamiento de ojivas de una iglesia, las ramas de los fresnos, los
cirros de una alborada, la frondosidad de una rosa, las espirales melosas de un
ágata, o como lo es el sueño, porque sé
que estoy soñando, porque estoy soñando que sueño y quizá un sueño mayor aún
englobe mis sueños y mi consciencia de esos sueños.
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