Ceuta.
Sensación
de precariedad, de desbarajuste, de caos, tras haber visto un reportaje en
Antena 3 sobre el famosamente conflictivo barrio de El Príncipe, en Ceuta.
Pensar que “aquello” es territorio español resulta un tanto risible. Cómo no
van a pensar los jóvenes en largarse, en embarcarse en destinos confusos y
peligrosos pero que les produzcan algo de entusiasmo, ante un panorama tan
desolador. Recuerdo que Fernando Arrabal, hace unos años, radicaba la
capitalidad de España en Melilla, ya que en un espacio pequeño conviven las
tres grandes religiones: la judía, la cristiana y la musulmana. Siempre he
pensado que Ceuta y Melilla, son estupendas ocasiones frustradas de cohesión,
de mestizaje cultural. No hay acontecimiento de orden cultural que nos obligue a citarlas aquí, en la península.
El
abandono institucional de aquel paraje ceutí potencia aún más su estado de
peligrosa y desesperanzadora dispersión.
¿Por
qué no organizar allí un concierto superesectacular, algo que dinamite, aunque
sea episódicamente, el ambiente de pobreza y desamparo, y nos permita creernos
la ilusión de que la miseria se aniquila potenciando la vida?
Palabras, consignas.
Sensación
irritante cada vez que los periodistas mencionan la palabra yijad. Parecen
justificarla como un discurso más.
Más
palabras: Alá akbar, Alá es grande". La infinitud
del desierto es, quizá, el soporte remoto de este calificativo. De expresión
estremecida, - también sinónimo del
famoso fatalismo árabe, a ojos críticos -, pasa a convertirse en la consigna
del nihilismo más feroz en boca de los terroristas actuales. Comprendida en un
contexto religioso, es incontestable porque lo justifica todo: el que, por una
casualidad, yo me haga rico o que un terremoto acabe conmigo al día siguiente
obedece al cariz de este enunciado: los designios indescifrables del Señor, a
quien, sea dicho de paso, yo puedo importarle bien poco, en mitad de tales
trances. Si una expresión resulta válida tanto para la confesión temerosa como
para el acto más bestial, una desesperante impotencia se cierne sobre nosotros:
¿qué hacer: censurar ese enunciado, censurar al espíritu que lo produjo,
censurar al lenguaje, no hacerlo ya que este es neutral, censurar las
utilizaciones de este enunciado ya que tales utilizaciones comportan una
mentalidad y una alienación concretas..?
Humor y falta de humor.
Leo
un artículo de Juan Benet sobre el humor publicado en su día por la Revista de
Occidente, en 1962. Benet define el humor como una forma muy refinada de
conocimiento crítico, indispensable para la buena salud de una cultura o país,
y critica su decadencia a través del humorismo profesional ya que el humor
tiene que ser un estado, un ánimo general de la percepción y del sentir, no una
dosificación dirigida desde fuera.
El humorismo producido por los humoristas no
obedece sino a algunos motivos socialmente acordados, pudiendo tornarse muy
prontamente en algo rutinario, incapaz de restituir aquel nivel psíquico que el
humorismo idiosincrásico y soberano ostentaba. Como ejemplos de lugares y
sociedades faltos de la savia del humor, Benet cita la Unión Soviética de las
purgas o la China del momento (de escribir el artículo, obviamente).
A propósito de este tema, para mí siempre ha
sido un enigma la cuestión del humorismo árabe, es decir, de su existencia o
no. ¿Existe el humorismo específicamente árabe? Me dicen que hay humor en Las
Mil y una noches, en la literatura popular. De todos modos uno se pregunta si
no es la falta de humor lo que ha esclerotizado el funcionamiento de las
sociedades árabes, lo que ha impedido ese sano distanciamiento de los códigos
propios. Recuerdo el retrato de Edmundo de Amicis sobre los turcos, en su obra Constantinopla, cuando habla de individuos
sin psicología y de la extinción del pensamiento. En donde falta el inteligente
relax del humor, se robotizan los ánimos, se uniforma estérilmente la sociedad.
La prontitud en escandalizarse ante gestos medianamente libertarios, - obvio el
tema de las caricaturas sobre Mahoma – y la facilidad del anatema como
respuesta, muestran a las claras esta falta de lubricante en la mentalidad
oriental . ¿Por qué no intentan imitar a
los otros orientales, a los chinos, que colocan sus obesos y rientes budas en
las puertas de sus restaurantes? He ahí un signo de permeabilidad. Si no hay
permeabilidad, a la sociedad sólo le toca obedecer ciegamente, convertirse en
un conjunto de robots blandos, reaccionar
sólo a la defensiva, sumirse en la rudeza de los extremos.
Las ruinas de Palmira.
Qué
curiosa coincidencia: ahora que los ejércitos del estado islámico, es decir, un
montón de furibundos iconoclastas y asesinos están sitiando los alrededores de
Palmira, en Siria, arreglaba yo unos paquetes cuando me he encontrado con un
libro que compré hace un par de años en una feria del libro de ocasión y que
había olvidado: Las ruinas de Palmira, de Volney. Ante el confuso período de
conflictos religiosos y culturales que estamos viviendo no vendría nada mal
echar algún que otro vistazo a alguno de los pasajes de esta obra, recuperar
esas antiguallas que son la razón y el
pensamiento laico, instrumentos de los que algún listillo dice que nos hemos hartado,
mientras en otros puntos del planeta aún están en pañales en el vislumbramiento de los mismos. Eligiendo como escenario más que simbólico los
restos de la antigua ciudad de Palmira, Volney cita a todos los caudillos y
profetas, a los representantes de todas las religiones, y les obliga a
dialogar entre ellos para esclarecer qué puesto le toca a cada uno en el concierto
universal y cómo podrán convivir, de ahora en adelante, en paz.
Volney, como ilustrado y librepensador,
defiende un clima de atemperado ateísmo, y les hace recordar a los sacerdotes y representantes de todas las
religiones, teniendo como prueba de sus argumentos las ruinas de la ciudad, es decir, lo que quedó de un gran imperio que se creía inmortal, que
todas – todas las religiones y cultos – tienen una limitada existencia sobre la tierra. El siglo XXI
será religioso o no será, escribió Malraux. Pero los siglos pasarán, y los
milenios, y lo que quedará de nuestros dioses será sólo una herencia de formas.
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