En
1838 Victor Hugo emprende un viaje a Alemania. Su intención es recorrer el país
y sus ciudades más importantes surcando el Rin. El río adquiere en el texto de
Hugo una fuerte y multidireccional metaforización: no sólo es motivo natural de
belleza atravesando frondosos lugares, sino vehículo de leyendas locales, línea
divisoria entre la Europa meridional y la septentrional, frontera de enclaves
históricos, guía móvil de ruinas de castillos y
palacios, ciudades y pueblos impregnados de historia, edificados a sus
orillas. El Rin es un relato de la
belleza de la historia y de su espectralidad: batallas y ruinas.
El
libro se articula en forma de cartas que el escritor dirige a un amigo, a quien
hace confidente de sus rutas y sorpresas. Hugo advierte que no viaja como un
turista sino que tiene un concepto cultural y comunicativo del viaje. Va a
Alemania para recuperar vínculos culturales, para hacer encantado recuento de
los numerosos puntos con los que la historia antigua y moderna ha sembrado estos fecundos parajes.
La
cantidad de nombres de caudillos, margraves, jefes y príncipes hacen cierto
efecto estético de cascada verbal que como el caudal del propio Rin se
esparciera en la memoria del tiempo y que Hugo también quisiera atravesar
aunque sólo fuera por medio de su evocación. La mención y descripción de ruinas
casi parece una sección temática. Aquí, Hugo no puede ser más típicamente
romántico y hace fácil el examen de las obsesiones de ese movimiento.
Resulta
curioso encontrarse con la breve descripción de una sensación que yo también he
experimentado cuando inspeccionaba casas abandonadas en las landas
torrevejenses en mi adolescencia: “ese olor acre de las plantas de las ruinas
de que tanto gusté en mi infancia”.
Hasta
qué punto el romanticismo de Hugo fundamenta estereotipos, lo comprobamos
cuando al visitar un pueblecito cercano a la orilla del Rin, observa que todos
sus habitantes, desde los niños y jóvenes hasta las personas afectadas de bocio
tienen un vago pero indiscutible aire del siglo XIII en sus semblantes, lo que viene
a ser algo así como que identifica los rasgos físicos de aquellas gentes como los
correspondientes a la etnia representada en las miniaturas medievales
germánicas.
Del
libro, escrito con precisión y humor, emerge una sugerencia: invita a los
europeos a descubrir Europa. ¿Por qué no hacemos lo mismo que hizo Hugo, pero
escogiendo el río Volga, por ejemplo?
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