Acabo de enterarme de la muerte de Laura Antonelli. Mi primera reacción ha sido de
rabia y he pensado en Schopenhauer: esta vida es un horror, un engaño, una
porquería. Por qué tiene que desaparecer
lo bello, lo más delicado. Luego he estado al borde de la lágrima al constatar
la amarga realidad- la amarga realidad concreta del fallecimiento de la actriz,
y la amarga realidad general de la muerte que nos devendrá a todos, tonta
constatación, por otro lado - …
El erotismo de Laura Antonelli, era sobre todo, un erotismo
delicado: no suscitaba crudas fantasías sino deseos de cuidar aquella
fragilidad, de deleitarse con la claridad que destilaba su mirada. Sus ojos
y aquella frente tan limpia hacían pensar que podría haber sido, perfectamente,
modelo de alguna madonna del Renacimiento.
Cuando desaparece o muere una mujer bella, pienso enseguida
en la divinidad y me pregunto: qué tipo de insensata jugada lleva a cabo la
creación, la naturaleza, Dios permitiendo esta muerte.
Ahora, de pronto, incomprensiblemente,
Laura Antonelli no está. Imagino que ha pasado al otro lado. En ese otro lado
¿cómo será?
Ángel Gabilondo, en uno de los aforismos de su libro Máximas
Mínimas, dice que al contemplar una imagen de sí mismo de joven, piensa que así
será él. Aplico este pensamiento al recuerdo de Laura Antonelli, a la eternidad de su bonita
alma.
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