Hace
un par de semanas, pasaron por el canal Tcm
la película El mundo está loco, loco, loco, de Stanley Kramer. La crítica suele decir
que el film es un homenaje al cine cómico mudo: las inverosímiles cabriolas
locomotrices y persecuciones de coches
de los policías de Mack Sennett y compañía ya se encargaron de hiperventilar la
adrenalina del público apenas desvanecida la Belle Epoque.
Yo
preferiría que esta película no fuera sólo homenaje a ese tipo de cine,
preferiría ubicar su aparición como una lúdica singularidad del cine que comienza a hacerse a principios de los sesenta, y aquí, confieso que soy bastante
subjetivo.
Hace
infinitos años, discurriendo una tarde por entre las páginas de la enciclopedia
Salvat, dí con un fotograma de la película en la entrada dedicada al director. Claro
está que no conocía ni al director ni había visto la película, se trató de un
hallazgo azaroso, pero la imagen que reproducía a un par de tipos revolcándose
en el suelo, perteneciente al film con ese título El mundo está loco, loco, loco, me sugirió la idea de una gran
comedia que representaría la vida en todas sus facetas. No sé por qué pensé que
se trataría de una gran película, es decir, una película de larga duración y
con intención narrativa totalizante, al modo de las sagas y semejantes, pero
conjuntado en una sola obra todos los probables episodios de las vidas de los personajes.
Mi ocurrencia de que se trataba de un film espectacular,
implicaba tácitamente una noción de espacio; y, efectivamente, esa noción centra la casi totalidad de la realidad semiótica del film: si hay algo que se hace notorio
en la película, que se despliega y repliega y vuelve, jocosamente, a
desplegarse es el espacio. Literalmente la película es espacio recorrido, y yo
diría que uno, especialmente, el que constituye la loca linealidad de la
carretera a lo largo de la costa, aderezada por la explosiva llegada a destino
de los sucesivos automóviles y la dispersión final de los personajes.
Si
hay algún artefacto de orden estético que reparte imaginarios, que informe
sobre modas y tempos sociales, ambientes, contrastes y apariencias, ese es el cine. Con respecto
a ello, la idea de que una película de 1963 pudiera resultarnos vertiginosa, tanto
en acción, como en sonido y montaje puede parecernos ingenuo, teniendo
en cuenta las cuotas de acción, imposibles de asimilar, de las películas
actuales, potenciadas por el delirio tecnológico de los efectos especiales. Pero, viendo la película el otro día, me daba cuenta cómo el mito
de que la lentitud pertenece a épocas pasadas, es eso, un mito: el mundo está loco, loco, loco es descarga continua, pura acción, y el
ritmo alcanza varios clímax en el desenlace final, es decir, satisface las expectativas de diversión de un
espectador actual.
El mundo está loco se adscribe al cine de la típica locura norteamericana,
una de las más jubilosas expresiones emergidas del Nuevo Mundo, entretenimiento
de principio a fin, tobogán gigante de feria, y sugiere, como el mejor cine, el
juego infinito, permitirnos porque sí la felicidad, al fin.
Digo
que no ha pasado el tiempo para esta película, que roza el exceso, pero sí,
lamentablemente, para nosotros. Hoy no haríamos una película como esta, no creo
que nos embarcásemos tan tranquilamente en una empresa semejante: hemos
perdido la inocencia. O al menos, sí somos demasiado conscientes del exceso.
El mundo está loco… vista ahora es compacta y divertida, redonda y sin fisuras. ¿Serían tan conscientes los espectadores de los años sesenta de la locura que estaban visionando como lo somos nosotros ahora? Esto me preguntaba mientras veía a una pandilla de individuos subirse al último piso de un edificio abandonado, después de casi dos horas y pico de persecuciones, saliendo despedidos por los aires al estar rota la escalera de incendios, cayendo uno en una fuente, otro en la mesa de un banquete, otro sobre un puente, otro penetrando por una ventana del edificio de enfrente, otro sobre una palmera, otro encima de un montón de arena y otro aterrizando en una tienda de venta de perros.
El mundo está loco… vista ahora es compacta y divertida, redonda y sin fisuras. ¿Serían tan conscientes los espectadores de los años sesenta de la locura que estaban visionando como lo somos nosotros ahora? Esto me preguntaba mientras veía a una pandilla de individuos subirse al último piso de un edificio abandonado, después de casi dos horas y pico de persecuciones, saliendo despedidos por los aires al estar rota la escalera de incendios, cayendo uno en una fuente, otro en la mesa de un banquete, otro sobre un puente, otro penetrando por una ventana del edificio de enfrente, otro sobre una palmera, otro encima de un montón de arena y otro aterrizando en una tienda de venta de perros.
1 comentario:
El mundo está loco pero no tanto como para que no aproveche solo a unos pocos. O quizá esa sea su locura.
Un saludo
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