(Espero que estas modestas apostillas
sean el mero y lógico producto de la reacción a la lectura de un texto y no alcancen
el temible término de reaccionarias, que, entonces, denotarían cambios
drásticos en mi persona. Tengamos en cuenta, además, el aceptable rango de “apuntes”
que la escritora da a su texto, lo que mitiga la dimensión de la provocación
aunque no su carácter incisivo).
Chantail
critica el individualismo cristiano y el egocentrismo cultural de Occidente.
Parece inclinarse por las modalidades del budismo como opción a encarar la
trascendencia.
Por
un lado, sin ese individualismo no existirían ni los santos, ni los líderes
religiosos ni las órdenes religiosas. Habría que considerar si este detalle es
algo importante o no dentro de su crítica; no, claro está para la historia de
la iglesia y de las sociedades cristianas. Las grandes obras místicas y
literarias de esos santos supongo que son también un fenómeno que podamos
hallar en Oriente: las distintas escuelas de budismo por ejemplo.
Chantail
insiste en lo del individualismo, pero no sé hasta qué punto ese individualismo
es un problema en la música gregoriana o en la vida de retiro de cartujos y benedictinos
o en las instituciones de inspiración cristiana que se dedican a la caridad.
Por
lo tanto si del cristianismo podemos derivar un humanismo seglar no veo que tal
individualismo elimine la práctica o la enseñanza de valores buenos para todos.
Por
otro lado, a la elocuencia occidental de
ese criticado individualismo, está ligada la la noción tan occidental de “genio”, en las artes, la
música, la literatura o las matemáticas, concepto y figura que no veo claramente
rastreable en el mundo Oriental. ¿Existe el Leonardo da Vinci tailandés, el
Bach mozambiqueño, el Rimbaud hindú, el Mozart nepalés? No hay diferencias,
actualmente, entre una obra orquestal de un norteamericano y un japonés porque
ambos manejan un mismo discurso sonoro: el que ha inaugurado y vehiculado occidente.
Pregunto
si la mayor capacidad de iniciativa de Occidente frente al resto – la Luna roja
se funda como imitación de la Cruz Roja – es un problema o no hace sino indicar
la carencia de reacción de ese resto.
Podríamos
contemplar la Declaración Universal de los derechos Humanos como una
manifestación de la prepotencia occidental, pero seguro que todo el mundo
agradece que exista tal Declaración.
Si
Occidente lidera la cultura mundialmente no es por el asunto mediático, sino
porque su afán creativo ha resultado mucho más elucubrador y elocuente y es el
que ha permitido mixturas en un lenguaje superior.(Me molesta este adjetivo,
pero creo que su pertinencia es justa).
Lezama
Lima: No hay la novela de Afganistán ni la metafísica americana. Europa hizo la cultura.
Me
temo que el concepto crítico de “antropocentrismo” y eurocentrismo son conceptos nacidos, cómo no, en Europa o
Norteamérica.
Maillard
critica el concepto de centro de los griegos y lo juzga como no tan
perentoriamente necesario. El mundo cambia y es posible que cambiemos no sólo
de gustos y tempos sino de indumentarias mentales. Bueno, ha sido en América
donde no sólo se han producido los mayores mestizajes étnicos, lingüísticos y
culturales, sino en donde la europeidad ha sido más criticada. En América, se ubica la nueva centralidad cultural hecha, animada, fundamentalmente, por el mestizaje más triunfador.
Maillard
critica los excesos de la cultura occidental y las servidumbres que produce la
complicada asunción de determinados conceptos. Los abusos del lenguaje, la no
necesidad de conceptos como la identidad, vista como un lastre, o la de esencia
y sustancia, cuyo origen explica.
En
cuanto a lo de la identidad. Estoy de
acuerdo: la identidad como concepto es un fardo, una vaciedad, una etiqueta
pesarosa, pero basta echar un vistazo una tarde a un álbum de fotos para que
nos sumemos en fascinaciones interrogativas con respecto a quiénes somos y a
quienes hemos sido, a la belleza que hemos encarnado. Por otro lado no sé si lo
que pretende Maillard es que olvidemos nuestra “gracia” particular y nos zambullamos
en ese limbo de la indistinción oriental para solucionar expeditivamente el
problema.
En
cuanto a toda la rebosante producción de metafísica de siglos pretéritos, bueno,
convirtámoslo todo en literatura y disfrutémoslo así. A fin de cuentas le ocurrirá
como a la escolástica, su destino será convertirse en sacra retórica.
En
Maillard se nota un cansancio de los trabajosos e innúmeros conceptos
tradicionales occidentales, como vemos. Un cansancio que es tanto mental como vital. Afirma que lo que estrictamente aporta
Occidente al mundo es la tecnología. Meridiano, pero taxativo. Lo
que podríamos denominar “el lenguaje de las vanguardias plásticas” que nace en o se articula desde
Occidente también se ha vuelto universal: todo artista turco, japonés,
senegalés incluso iraní, utilizan ese lenguaje así como conocen bien la
historia del arte europeo, y la de sus propios países aplicándose a sí
mismos un concepto netamente occidental: historia.
Maillard
culpa a la raza blanca de haber modificado, alterado o roto el ritmo de algunas
sociedades o culturas. Obviando que eso no es algo típico de ninguna raza
porque es lo que todo grupo poderoso, tanto militar como culturalmente ha hecho
a lo largo de la historia de la humanidad, - imperio romano, imperio persa,
imperio español, inglés, etc – también se queja de que se haya violentado el
reino de las bestias, es decir, de los animales. Espero no tener que imaginar a
una incipiente fanática del partido animalista agitándose en las interioridades de nuestra admirada
Chantail.
Maillard
critica la mercantilización del arte, asunto antipático, pero que, finalmente,
los artistas saben capear. A pesar de su realidad, no creo que este asunto determine
inspiraciones ni coarte la producción artística. Los artistas salen vencedores,
a pesar de todo. Los artistas como los actores son luchadores y su trabajo
está en la brecha de lo relevante.
Estamos
de acuerdo en que el lenguaje es una facultad que desatada, provoca las
servidumbres y los equívocos más desquiciantes para nuestro intelecto, pero
también para nuestras vidas. Para Maillard no hace falta que la facultad lingüística
esté fuera de control, ya contiene en sí cierto mecanismo pernicioso. Si algún
tipo de relación o de sensación no está contemplada por el lenguaje,
simplemente tal cosa no existe. Por otro lado, su poder materializador es tan
fuerte que basta con nombrar lo que tememos para que se instale en nuestro ánimo: soledad,
muerte, etc.. Hay, pues que poetizar el lenguaje, educarlo de nuevo, doblegar esa lógica cuando se vuelve inercial y maniática. Pero el lenguaje se modificará sólo y cuando seamos nosotros quienes hayamos dado el paso y cambiemos un poco de perspectiva, cuando enfoquemos los conceptos desde otro punto más vibratorio y menos fijo, cuando no hagamos tan automáticamente frontal la vivencia de la realidad y de sus realidades. Entonces, será cuando el lenguaje reflejará paulatinamente nuestros virajes.
Creo que se trata de una buena idea, de una
apreciación interesante y justa considerar el idealismo filosófico del XIX como
un epígono del hinduismo; ahora bien, no veo tan claras las conexiones del
lieder alemán con las ragas hindús, como tampoco la mórbida explotación de las
ruinas románticas con los ribetes dorados de los templos de adoración. Ahora bien,
si Chantail advierte esto, algo, por otro lado, que la crítica y la historia no niegan, yo podría reivindicar del mismo modo la presencia e
influencia nada trivial de lo gitano en las músicas populares de España,
Bulgaria, Rumanía o Hungría, reconociendo que muchos de los episodios de la
historia cultural de Europa han sido posibles por la incorporación de elementos
foráneos aunque llevando a cabo tal incorporación a través de una metamorfosis
y potenciación paradigmáticas.
En
definitiva, casi suscribo todo lo apuntado por Chantail Maillard; lo que molesta
es que la crítica adquiera una sola dirección mientras el mundo oriental
permanece engastado en no sé qué pureza estática.
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