Leo
en una obra de Emilio Lledó, El surco del
tiempo, lo que la escritura supuso para la cultura y sociedad universales:
la aparición de una memoria artificial, que tras “amenazar” a la tradición
oral, pronto se convirtió en el nuevo medio de transmisión de toda suerte de
contenido. Al ser capaz de retener y reproducir el fluir del tiempo, la
escritura dejó de ser mero registro de cosas, para estimular proyectos,
abriendo las vías “a la esperanza y al
deseo”. La revolución de la escritura supuso modificar el sentido y la fatalidad
del tiempo, vencer “la absoluta caducidad”
a que irremediablemente tendía la existencia humana. Ya no
hablaban sólo los mitos, ya no se escuchaba sólo una voz sino que ahora el
tiempo de la vida se enriquecía con nuevas presencias que desde sí mismas abrían
corrientes de pensamiento.
Estas
lecturas han coincidido con el azaroso visionamiento de algunas tomas falsas de
grandes clásicos del cine de los setenta. En pocos instantes hice,
superficialmente, la analogía con la escritura. No ya el inmenso arte que es el
cine, sino también todo ese material tan variopinto como son las fotos de
sesión de rodaje, los objetos y decorados, así como las tomas falsas
constituyen un depósito informativo que atraviesa décadas y yo diría que, simbólicamente,
milenios.
El
cine no es mero registro de cuerpos en acción, tampoco documento de civilizaciones. Su dimensión representacional
abre todas la brechas de lo anímico y lo emotivo.
Decimos
que la escritura alteró el carácter monolítico del tiempo al hacer surgir de su
percepción voces y diálogos.. Si hay algo, en el cine, entre su material de bastidores, que sacuda sorpresivamente
nuestros recuerdos de la película que vimos hace años, son las tomas falsas.
Ver
tomas falsas de La guerra de las galaxias o
de Tiburón, como me sucedió el otro día, no es, exclusivamente, un
chocante viaje al tiempo, implica una reflexión sobre lo que construimos sobre
el mismo, es darnos cuenta, de la liberadora falibilidad final de todo
(quedando nosotros como los únicos soberanos de toda ficción, de todo mito, de
toda utopía) Jugamos a tomarnos el universo en serio, y, efectivamente, lo
hacemos, pero el Juego se ha efectuado a través de nosotros, el relato lo ha
sido gracias a nuestra carnal mediación, el misterio se representó por nuestra
implicación en ello.
Aquellas
películas tan emblemáticas, casi fetiches de una época, que visionamos con
total inocencia siendo unos adolescentes de quince años, sobre las que no cabía
retocamientos, que eran en nuestra memoria una narración cerrada, de pronto, con las tomas falsas, y
sin que el mensaje estético quede perjudicado, se “actualizan” revelando su carácter
de artificio.
Es tremendamente significativo de qué manera
las tomas falsas nos sacan del recinto cerrado de la ficción y nos devuelven al
presente, al ahora mismo desde el que observamos con fascinación nuestro
desprendimiento del otro tiempo, del tiempo determinado del film y de su
universo imaginario.
Los
griegos temían que la escritura obrara en contra de lo que, finalmente, se
demostró que perpetuaba y que enriquecía, temían que el pueblo, confiado en las
líneas consignatorias de los escribas olvidara de hecho el tesoro preservado
por la oralidad. La tecnología cinematográfica nos da un respiro sobre el
asunto, y nos dice que, aun labrando las obras más estremecedoras, estas pueden
surcar los laberintos del tiempo sin problema de que se pierdan porque sus
hacedores volveríamos a ser nosotros que jugamos a idear universos.
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