Este
sábado pasado entré en la tienda de segunda mano, Tras Troc, que se encuentra
en el barrio del Carmen, en Murcia, muy cerca de la estación. Pasaba por fuera
y piqué el anzuelo, podríamos decir, ya
que en la puerta, casi en la calle, habían colocado un tenderete con un montón
de libros a un euro y a 50 céntimos. No encontré nada que valiera la pena, y
entré dentro a ver si había más libros. Como ocurre con todas las tiendas de
segunda mano en las que se vende y se halla todo tipo de artículo, se respiraba
esa atmósfera como enrarecida en la que se hallan sumidos los objetos, una
especie de herrumbre aparentemente no tóxica pero sí grasienta y densa. Mi
intención era buscar libros, pero sentí cierta vergüenza al entrar porque me
parece que en una tienda como esta el tipo de objeto que se vende menos y que
menos interesa tanto vender como comprar son los libros, precisamente. Entre
montones de útiles electrónicos, móviles, cámaras fotográficas, cargadores,
discos DVDS, arquetas, sillas, sillones y pequeños objetos decorativos,
encontré montones de viejos libros más o menos ordenados en estanterías de
mediano tamaño que interesaba vender antes que el indistinto contenido que
soportaban.
Hurgué
y requetehurgué en ese “indistinto contenido”, convencido de que se cumpliría
la ley alquímica de hallar en lo aparentemente mísero, la joya escondida, como
dice Lezama Lima : de la pobreza surgirá
la riqueza; o bien, seguro de que las coordenadas espacio temporales se
tensarían de la más óptima manera según reza el azar objetivo definido por
Breton, para que yo diese con el libro que me estaba esperando. Efectivamente. Con
las manos pesadas del polvo que llevaba encima, con los dedos ligeramente
ennegrecidos por la mugre que se adhiere a los lomos y filos de los libros con
la idea de momificar estos recónditos, casi secretos recintos del conocimiento,
desenterré varios volúmenes que sí valían la pena ser rescatados de aquel
osario de papel: Exposición personal de Papini; Lo que yo creo, de Louis
Pauwels; El hombre en desazón, de Gonzalo Fernández de La Mora; El visitante y
otras historias, de Dylan Thomas; y Nueva Antología Personal de Jorge Luis Borges.
La muy setentera y circunstancial portada del libro de Pauwels |
No
sé si Louis Pauwels es un buen escritor, rescatable o interesante, digno de tener en cuenta, pero su Lo que yo
creo, tiene páginas de nervio literario y trazos autobiográficos que por la
sinceridad y el modo claro e incisivo con que están escritos y por tratarse de tan valiosa materia, han llamado mi
atención. Audaz, dinámico, adicto al tabaco con pipa, periodista y escritor profesional,
Pauwels alcanzó fama universal con su mítico libro El retorno de los brujos. Inquieto
y viajero, Pauwels se convirtió en un “escritor de moda” al centrar parte de su
atención literaria en lo misterioso y lo desconocido. En Lo que yo creo, ensaya
una confesión personal acerca de sus inquietudes últimas y religiosas, o bien, intenta
enfocar el tema trascendental del alma a través de vías laicas.
El mismo libro sin la sobrecubierta |
Algunos
de los pasajes del libro tiene una sorprendente actualidad.
El
libro está escrito en 1973. La edición que encontré en Trac Troc es de 1975.
Escribe
Pauwels: Un peón de albañil argelino ha
asesinado a un conductor de autobús en Marsella, y antirracistas de izquierda y
xenófobos de derecha se agitan en la calle. Estas noticias de la actualidad me
son repetidas y comentadas diez veces al día en la radio, la televisión y los
periódicos. Se les da gran relieve. Implican grandes cosas. Y a mí se me obliga
a hacer de equilibrista en el circo de las últimas veinticuatro horas. Toda mi
condición humana está en el alambre de la actualidad. Balancín a la derecha,
balancín a la izquierda. Mañana el mismo ejercicio.
El
libro de Dylan Thomas me obligará a leer por fin a un autor que sé que me va a
gustar, aunque todavía no lo haya leído como se merece. Cómo llegar a ser poeta
es un divertido texto de este volumen en donde se critican los modelos de
poetas del mundo universitario inglés y se burla de la utilización y del alarde
social de la producción poética emergida de tales circuitos de la elite.
Siempre
es una delicia volver a Borges - ¿es que lo hemos abandonado? – y su Nueva
Antología personal de 1980 es otra ocasión para hacerlo.
El
texto del libro de Fernández de la Mora es abundoso y serioso. Pero la buena
edición y el limpio estado del libro, fueron determinantes para que lo me
llevara a casa por el precio de 2 euros. Escribe el intelectual y político: Entre el hombre real actual y el ideal
futuro habría la aproximación asintótica que se da entre los números infinitos
y los infinitos matemáticos.
Exposición personal del huraño Papini, es una suerte de diario o de colección
temática de aforismos. Reflexiones sobre Platón, los libros, la música, la
fisiología, la Biblia, la muerte o la política atraviesan las breves pero despiertas
páginas de este breviario íntimo.
Mi
madre me dice que sueña repetidas veces con mucha agua. Escribe Papini:
Dios y el agua.
Aquel Dios que salvó a Noé – el segundo
Adán – de los abismos del diluvio; que salvó a Moisés, portador de la Ley, del
Nilo; que salvó a César, el fundador del imperio, de la tempestad adriática;
que salvó a Pedro, Primer Pontífice romano, de las olas del lago Tiberíades;
que salvó a Pablo, el Apóstol de las gentes, del naufragio mediterráneo; que
salvó a Colón, el Portador de Cristo, de los tifones atlánticos, es el mismo
Dios que ha instituido como primer sacramento del hombre el Bautismo, es decir,
la inmersión en el agua. Nadie podrá salvarse sin haber sido salvado antes por
las aguas.
Obviando
las rústicas significaciones de los exámenes freudianos, le digo a mi madre que
soñar con mucha agua significa encontrarse con la otra vida, que tiene,
probablemente, una significación trascendente. Mi madre tuerce el gesto: no le hace ninguna
gracia tal significación.
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