Contemplando esta escultura observo dos
cosas casi simultáneamente: la delicadísima factura de los pliegues, la morbidez espectral de la figura –
casi hablaríamos del erotismo de una aparición o un fantasma – y el prodigio de
la obra misma, es decir, la capacidad del hombre para, más allá del poder de
dioses y demonios, crear semejantes obras, ya sean artísticas, arquitectónicas o
musicales. También me viene a la cabeza un abanico de adjetivos o etiquetas
que podrían aplicarse a las característica de las formas que veo: decadentismo,
hipersensualismo, barroquismo... Pero no
sé si son sólo eso, etiquetas, encasillamientos conceptuales que la historia
del arte ha producido generosamente con la intención de definir el flujo soberano de
las imágenes. No creo que Corradini, el autor de la escultura, concibiera exclusivamente su obra
magistral, esta "La Pudiczia" o "Verdad Velada", después de una escapadita al fumadero de opio, tal y como el
credo decadente, simbolista o surrealista podrían estipular. Si estamos en el
siglo XVIII tal aplicación de maniobra no puede ser tan automática. Más bien, creo
que Corradini empleó todas sus fuerzas e ingenio para crear la que sería su
obra maestra, - su propia creatividad fue su mayor estimulante - lo que ocurre
es que esta pieza, producto de la sensibilidad barroca, exhibe en sí toda la
capacidad del propio arte, es decir, esta obra muestra el obrar mismo de lo
artístico a través de todo un virtuoso despliegue.
Otro aspecto que sorprende de esta obra es su modernidad: es formalmente barroca, pero también podría calificársela de surrealista, de gótica, lo que me lleva a pensar que, aunque el artista trabaje a partir de ciertos supuestos formales y técnicos, su obra final pertenece al gran juego de la inteligencia y del arte que festeja el mundo a través de la multiplicidad de la forma, autónoma y libremente conexa.
Otro aspecto que sorprende de esta obra es su modernidad: es formalmente barroca, pero también podría calificársela de surrealista, de gótica, lo que me lleva a pensar que, aunque el artista trabaje a partir de ciertos supuestos formales y técnicos, su obra final pertenece al gran juego de la inteligencia y del arte que festeja el mundo a través de la multiplicidad de la forma, autónoma y libremente conexa.
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