lunes, 4 de abril de 2016

JUAN -DAVID GARCÍA BACCA. EL BINOMIO FILOSÓFICO: PARMÉNIDES-MALLARMÉ Y LO TRANSFINITO




 
 

Los filósofos, como los escritores tienen su estilo escritural. Si me gusta leer a Ortega, a Foucault, a Barthes o a Paz es por la suntuosidad  y nitidez con que fluyen sus exposiciones conceptuales. Precisamente, a Ortega y a Foucault se les ha reprochado el exhibicionismo de su escritura como si ello distrajera del entendimiento de la misma. Conocida es la decisión que tomó Borges ante los tirabuzones sintácticos con que Ortega adornaba sus escritos, mientras que a Foucault, algún crítico le objetó que escribiera demasiado bien siendo filósofo, como si semejante virtud fuera incompatible con tal profesión, presuntamente severa y poco lúdica. Personalmente, estos reproches y objeciones me parece que obedecen a una manía supersticiosa un poco desilusionante.

La exigencia de una escritura sencilla y clara es tan retórica como la contraria, la que preferiría desarrollos elusivos y barrocos en los temas. Es como si se planteara que ante los brotes de una escritura atrevidamente libre se produjera fatalmente una escisión entre forma y contenido cuando resulta que  tal presunto antagonismo se esfuma ante el placer intelectual del lector que  visualiza y asume sin problemas la totalidad de la expresión lingüística. La escritura transmite y guarda contenidos, pero también es, de modo especial y determinante, forma. Incluso para algunos pensadores la forma es algo prioritario, y la comprensión de las distintas alusiones no escapa a esta implicación fundamental de la forma.   

Reconozco que la escritura de García Bacca no es de mis favoritas, - siendo muy loable su intento de enseñar filosofía desde un lenguaje más llano y popular, libre de la maleza de las jergas - pero hay algo en ella que me atrapa y que, sobre todo, me convence. Si su estilo es seco, escueto, sin ornatos ni especulaciones, diagramático y puntual, poco atractivo para el goce lector, también es cierto que puedo estar seguro con respecto al rigor de los conceptos presentados y a la pulcritud de lo expuesto. La escritura de Bacca se atiene con literalidad al objeto de la reflexión y no suma otras inventivas léxicas que las que precisa la exposición racional de lo analizado.  Las perífrasis filosóficas de Bacca pueden cansarnos, pero son el jalonamiento positivo de su discurso: enfatizan y marcan la serie de propiedades analizadas sin el engrosamiento de otras apelativas. 

Bacca más que aportarnos una interpretación nueva sobre lo que investiga, nos da una suerte de informe, una constatación de lo que lógicamente se compone y consta aquello  sobre lo que investiga.

 Su originalidad radica en no especular sino en constatar. De ahí lo seco de su escritura, su rigidez, a veces chocante.  Pero su constatación se traduce en un informe preciso, objetivo. Ese informe es una representación cabal de los conceptos y temas alusivos y no se le  puede reprochar, desde luego, ser más científico.


 
 
 

De Bacca acabo de leer Infinito, Transfinito, Finito y Parménides - Mallarmé: Necesidad y Azar. Ambos libros son un ejemplo de ese tipo de pensamiento filosófico que integra los conocimientos de la ciencia moderna, las teorías de vanguardia de la física y un didactismo destinado a hacer inteligibles los contenidos complejos y englobantes.

 
A veces, con esa idea de llegar al gran público, Bacca emplea ejemplos inventados que semejan artefactos surreales. Para que escenifiquemos con sencillez e inmediatez su idea de lo Transfinito, Bacca imagina un piano con más de doscientas teclas que ejecutarían treinta octavas, lo que significaría que sería capaz de tocar “todas las teorías físico-matemáticas del universo”. Démonos cuenta del sutil matiz tocar teorías. La filosofía de la ciencia como algo más que un auxiliar en el trance de superar antinomias e inerciales oposiciones.

Bacca ve con transparencia cómo la historia del hombre puede articularse a través de una condensada serie de episodios en los que lo infinito y lo finito han trazado un hilo dialectico de mutuas definiciones y des – definiciones hasta alcanzar su último estadio contemporáneo en la transfinitud, que no denota ningún estado de embriaguez supernatural o mística, sino que se revela como el destino final del sucesivo desalojo de nuestros conceptos de espacio y tiempo.  

Lo Transfinito sería ese estado de cuasi ubicuidad espacio-temporal que el hombre actual ha alcanzado a través de los desarrollos tecnológicos aplicados a los medios de transporte y comunicaciones.

El incremento de la velocidad en ambos ámbitos- transportes y comunicación- ha tenido como consecuencia no sólo un achicamiento del espacio sino una reducción temporal asombrosa en abarcarlo, es decir, en controlarlo y vivenciarlo. Todo lo que para el hombre de otras épocas era un límite no sólo a sus conocimientos sino a su capacidad para “tomar la tierra” y habitarla, y que como tal límite conformaba un grado de concepto de mundo, se ve ahora traspasado y desarticulado, hiperpotenciado por la evolución tecnológica y científica. Bacca no lo dice expresamente pero su exposición lo insinúa: lo Transfinito no deja de ser en sí otro límite, el límite que queda a nuestra traslimitación de todos los límites perpetrados por el mítico y mitificado progreso científico. Qué es lo que implicará, vital, cultural, moralmente el haber llegado al no va más es lo que el siguiente episodio de la filosofía y de la historia debiera ofrecernos como un reto o un interrogante. Si Bacca hubiera conocido internet, creo que habría formulado la definición de la Mente y de la Memoria universal en que nos hemos convertido ante la dispersión-transformación del concepto tradicional de materia y el flujo multidireccional de la información. 

 
 
 

Bacca nos dice que es Heráclito uno de los primeros que percibe lo infinito actuando de modo concreto en la naturaleza, alrededor de la vida de los hombres. Lo finito se desfinita, lo infinito abre su abanico de desfinitaciones. La dinámica concepción que  Heráclito tiene de la naturaleza  supone la aparición de la movilidad precisa y pululante de la infinita infinidad.

 

El desarrollo vertiginoso de la técnica en todos los ámbitos, desde la medicina hasta el transporte, la función de la prensa, la televisión y, actualmente, internet, provocando la comunicación global, en suma, el avance general de todos los saberes, representan los agentes de lo Transfinito, son los responsables de la modificación morfológica de la sociedades y de la mente. Lo Transfinito se define por estos cambios intensivo-extensivos de nuestra percepción del espacio y el tiempo. Y si la sociedad cambia, también ello afecta a nuestro cuerpo y al despliegue consecuente de nuestro imaginario que amplía zonas ante la tácita epifanía que permite la trascendencia silenciosa de lo que era un límite insuperable para nuestros inmediatos antepasados.                                                                                                                                                                                                                                              

Con cierta gracia, Bacca historia breve pero lúcidamente, lo que denomina “encerronas”, tanto  conceptuales como naturales, es decir, momentos de la evolución del hombre y del pensamiento, en que la humanidad ha quedado aparentemente satisfecha del tenor de sus logros, creyendo o admitiendo la consecución final de la evolución cultural en la que se hallaba sumida. El remoto “culpable” de la formación de tales eslabones sería Aristóteles, quien creía que las cosas debían tener una definición precisa y suficiente. De la definición de las cosas y de la sistematización de conjuntos y jerarquías, se derivaría un mundo ordenado y estático, el infinito definido, que cuajaría en una época del saber. Que el saber se despliega en edades consecutivas, es decir, que es algo que está destinado a incrementar sus regiones cognoscitivas y a incorporar con el tiempo más lenguaje y nuevas disciplinas,  es algo que ya sospechaban los presocráticos al definir la razón como aquello “que va creciendo”. Tal crecimiento implica una modificación cualitativa del estatus de lo que ya se conoce y, por tanto, una complicación en el reparto de las disciplinas que se suman a la configuración del saber total. Los problemas “cuantitativos” del conocimiento ya estaban pergeñados, pues, en la aurora del pensamiento occidental.  

Una de las prácticas y originalidades de Bacca es la utilización de diagramas. El riesgo loable de Bacca es afrontar la precisión del gráfico no para exponer operaciones abstractas sino para dilucidar la historia del hombre a través de la compleja relación entre progreso tecnológico, períodos conceptuales transhistóricos y significaciones intelectuales corroboradoras de esa evolución. El diagrama no es sólo una síntesis sino la flamígera descripción de una red de relaciones. Para Bacca el vector narrativo de un diagrama ordena la sucesión de los acontecimientos y los aclara, no los inventa. Visión general de los hechos y objetos y derivas significativas de la germinación de los mismos componen los elementos de un diagrama. Bacca para ilustrar el devenir de lo Transfinito en el hombre nos ofrece diagramas sobre la relación de las capacidades del hombre y el espectro electromagnético, del ciclo del universo según Aristóteles, del ciclo del carbono para la producción de energía estelar según Weizsacker, de la distribución de electrones entre los átomos, del crecimiento humano desde el paleolítico hasta los tiempos modernos, de los estadios de la tecnología en el mundo, del empequeñecimiento del planeta por el incremento de la rapidez en transportes y comunicaciones, de la finitud y la transfinitud en ontología, etcétera.

 
 
 


La transfinitud, groso modo,  postula trascender cuantitativamente la capacidad de experimentar el espacio y el tiempo. En su obra sobre el Azar y la Necesidad, Bacca tratará sobre las directrices que se derivan  de tales magnitudes.

Dos poemas filosóficos distantes en el tiempo se convertirán en los polos opuestos de un mismo binomio cósmico, el que propone la relación de principios opuestos como definición de la dinámica general y la naturaleza del universo. Bacca al fijar su atención filosófica en el poema de Parménides y en Una jugada de dados no abolirá el azar de Mallarmé, tienta al abismo del tiempo trazando una singular relación entre dos manifestaciones del pensamiento de signo contrario, propiciando no tanto la definición milenaria del fatum de eras milenarias como la compleja imagen de una dualidad sólo resoluble por la imaginación escrita del filósofo que investiga.

Con respecto a la redacción de ambos poemas podríamos decir lo que vulgar pero acertadamente se dice: cada cual es hijo de su época, pues sorprendente y algo turbador hubiera sido que Parménides hubiese empleado los acendrados registros del simbolismo literario para adornar las inseguridades conformativas de un Ser posible hace más de veinticinco siglos , mientras que la fundación de la ontología en Occidente hubiera tenido que esperar a las sesiones de los martes en casa de Mallarmé, para producirse en el seno del París decimonónico e industrial.

La consabida linealidad de la historia nos dice otra cosa igual o más sensata. Para Parménides, el mundo es increado e indestructible, siempre ha estado donde está, su origen es indescifrable y resulta una locura, el extravío de una ficción, suponer que hubiera sido de otra manera a como es. Ser y pensamiento son una sola cosa  y conforman la harmónica esfera que habita en la eternidad. Sólo el Ser es desde siempre. 






La perspectiva que anima la poética desprendida de la pieza magistral de Mallarmé instruye tronos menos seguros y más accidentales, buscando también semejante soberanía: no podemos afirmar la perdurabilidad de la conformación del cosmos y de nuestro mundo, la naturaleza de su creación incluye al azar como componente esencial. Todo puede ser y dejar de ser. El Azar llama al cálculo de probabilidades como reflejo matemático de su ejecución posible y su imperio teórico es el mundo de los sistemas.

La elección de Bacca es sutil y reveladora. Las interpretaciones de mundo que se derivan de ambos principios se oponen desde la noche de los tiempos, refrendadas cada una por mitologías, filosofías y literaturas. Ambos principios generan visiones distintas, propician cosmogonías y teogonías disímiles, aunque uno se teme que para la grata confusión moderna ambos principios podrían sumirse con fascinación en lo primigenio que comparten: esa noche de los tiempos en la que, según la imaginación apocalíptica y la querencia decadente, parece que habitamos hace ya tiempo. Determinaciones o indeterminaciones, fulgor del Ser y del pensar o nutricio caos, giran como proposiciones y mundos posibles en la polémica secular de una discusión que los poemas de Parménides y Mallarmé absorben como textura de su viaje semántico.  

 
 

En esta ocasión, la eminencia de la palabra que dice el misterio es de índole poética, por ello, el encuadre que merecen ambos poemas, de qué modo podemos representarlos es algo que para Bacca está claro: el poema de Parménides es música vocal a través de hexámetros; el de Mallarmé se presenta como música instrumental sinfónica. Si para  Parménides  Ser y Pensar constituyen una misma realidad, parece justificado que su poema no se nos presente bajo cualquier versión sonora, sino que escuchemos la voz del Ser mismo enunciando los principios fundamentales desde los que se emite la verdad de todo origen y del mundo. Por otro lado, la multitud sinfónica es una representación adecuada de la multiplicidad posible que el azar mallarmeano propicia como generatriz de las cosas en su poema.   

Bacca se fija en las observaciones del Prefacio del poema de Mallarmé, y pretende seguirlo a rajatabla con la intención de que su  representación discursiva dilucide con la mayor fuerza los componentes y actores simbólicos de este poema, una de las obras fundacionales de la estética moderna.

Pero Bacca no nos brinda un comentario de texto, nos descifra qué concepto, qué intencionalidad se halla tras los grandes motivos y personajes filosóficos que Mallarmé utiliza en sus dos poemas cruciales, Una jugada de dados e Igitur o  la Maldición de Elbehnon.

 
 
 

 

En un mundo trepidantemente evolutivo que finalmente parece admitir la operatividad de las dos ideas o conceptos antitéticos, Bacca no se detiene en un análisis exhaustivo de las oposiciones virtuales que podrían definir a un universo parmenídeo o a otro mallarmeano; lo medular de su libro es la efectividad que alcanza su particular “comentario” – que no lo es, tampoco – del poema de Mallarmé.


La particular incidencia filosófica del poema de Mallarmé, no escapa a los ojos de Bacca que lo elige como proverbial y antitética pareja del poema parmenídeo, conformando entre ambos el crucial binomio Azar-Necesidad.

 Afirmar el poder omnímodo del azar más que indicar un abandono fatalista sugiere valorar, saber ver, a través del flujo de las circunstancias, la formación del diamante ocasional, concebir la belleza de lo real como  producto virtuoso de lo fugaz y lo impredecible.  No en vano, Mallarmé confiesa en su epistolario haber sido tocado por lo Absoluto y quizá una de las condiciones de saberse cautivo de las procelosas vicisitudes de la Idea es tener el poder de detectar las fragilidades de lo sublime y sus trances. De todos modos Mallarmé no se pliega meramente a ningún dictado arcano, sino que el curso en que libera su preciosa especulación remite al azar como fugitiva razón de todo origen. Azar se mantiene indoblegable ante el acecho continuo del número, ante la repetición infinita de las jugadas. Y sin embargo, no podemos negar que la belleza, el orden constituyan este mundo cuya aparición y génesis dependen del azar.

Afirmar el azar, curiosa contradicción es propiciar una idea del universo como caos, como ente de entes impredecibles, desacralizar un concepto de los principios para sustituirlo por una afirmación del devenir, por la potencialidad de la construcción.   

En todo caso, Bacca tilda a Igitur como el máximo racionalista, e imagina que el poema Igitur o la locura de Elbenhon  es un palimpsesto de una jugada de dados. Esto explicaría el itinerario que Mallarmé inicia con este personaje, la trayectoria filosófica de las metáforas y el resultado final tanto de la escritura de una jugada como de su composición versal aparentemente fragmentaria, cuya plasmación en el papel recuerda a Bacca el sinfónico despliegue de las constelaciones.

Una jugada de dados es la respuesta, la consecuencia de Igitur. Tengamos en cuenta que Bacca traduce “Igitur” como : “se sigue”, “por tanto”, “por consiguiente”. La metaforización del personaje se explica por esta sublimada matematización que  el discurso poético supone a través de los conjuntos específicos de los versos.

El análisis filosófico del poema de Mallarmé resulta tan intelectualmente interdisciplinar, tan formalmente bello – adjudicación de gráficos, notas musicales y compases concretos al tema de poema – que la exposición de Bacca parece un juego surrealmente meticuloso o una sorpresiva empresa que parece un juego complicado.




 

En su libro sobre la transfinitud Bacca no derivaba consecuencias morales tras aquel examen.  El resultado final, sin embargo, del embate entre Azar y Necesidad, sugiere, más allá de la inevitable oposición, el vislumbramiento de una sorpresiva vinculación de ambos principios.

Nuestro universo lógico y paradójico parece firmar con tinta invisible un tratado de secreta harmonización en el que se confirmaran informuladas complicidades. En un par de líneas, Bacca apunta a tal dirección, tras desechar que cualquiera de los dos principios sea la respuesta exclusiva al enigma del origen y del cómo del universo.

Todo ha estado ahí desde el principio y el caos produjo lo necesario para que todo adquiriera el “orden” necesario… El mundo es como de ningún otro modo podía haber sido y ha sido el azar lo que dio el pistoletazo de salida a lo impredecible que condujo a la forma óptima.  

Entre la indistinción de Ser y Pensar y la afirmación mallarmeana de la inevitabilidad del azar como configuración del universo, más que una oposición insuperable existen, finalmente, términos colindantes de su concepto, quizás, si se nos permite la licencia, una secreta necesidad uno  del otro, como si el universo no constase de un solo término, sino de la mitigada convergencia de ambos supuestos o interpretaciones.

Resumiendo. Hay dos formas de concebir el origen del mundo: todo tiene un origen, todo es, por tanto como tiene que ser, porque no es accidental la formación del Ser; y, por otro lado, nada posee un origen concreto y divinal, todo lo que es o no es, o ha sido o será o no, es  a través del azar. El trabajo de Bacca ha consistido en detectar en la historia de los productos intelectuales humanos, dos expresiones por antonomasia, digamos, de tales principios, y estas no han sido ni dos sistemas filosóficos, ni religiosos, ni sociales, sino dos poemas lejanos en el espacio y en el tiempo. Bacca expone con sencillez el alcance y el contenido de ambos textos, sin detenerse en el examen de los orígenes complejos de lo que enuncian. Lo que hay que agradecer es que el bienintencionado didactismo de Bacca nos haya puesto en contacto con tan bello misterio del intelecto y del mundo.  

 

 
 


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