Los filósofos, como los escritores tienen su estilo
escritural. Si me gusta leer a Ortega, a Foucault, a Barthes o a Paz es por la
suntuosidad y nitidez con que fluyen sus
exposiciones conceptuales. Precisamente, a Ortega y a Foucault se les ha
reprochado el exhibicionismo de su escritura como si ello distrajera del
entendimiento de la misma. Conocida es la decisión que tomó Borges ante los tirabuzones
sintácticos con que Ortega adornaba sus escritos, mientras que a Foucault,
algún crítico le objetó que escribiera demasiado bien siendo filósofo, como si
semejante virtud fuera incompatible con tal profesión, presuntamente severa y
poco lúdica. Personalmente, estos reproches y objeciones me parece que obedecen
a una manía supersticiosa un poco desilusionante.
La exigencia de una escritura sencilla y clara es tan
retórica como la contraria, la que preferiría desarrollos elusivos y barrocos
en los temas. Es como si se planteara que ante los brotes de una escritura atrevidamente
libre se produjera fatalmente una escisión entre forma y contenido cuando
resulta que tal presunto antagonismo se
esfuma ante el placer intelectual del lector que visualiza y asume sin problemas la totalidad
de la expresión lingüística. La escritura transmite y guarda contenidos, pero
también es, de modo especial y determinante, forma. Incluso para algunos pensadores
la forma es algo prioritario, y la comprensión de las distintas alusiones no
escapa a esta implicación fundamental de la forma.
Reconozco que la escritura de García Bacca no es de mis
favoritas, - siendo muy loable su intento de enseñar filosofía desde un
lenguaje más llano y popular, libre de la maleza de las jergas - pero hay algo en
ella que me atrapa y que, sobre todo, me convence. Si su estilo es seco,
escueto, sin ornatos ni especulaciones, diagramático y puntual, poco atractivo
para el goce lector, también es cierto que puedo estar seguro con respecto al
rigor de los conceptos presentados y a la pulcritud de lo expuesto. La
escritura de Bacca se atiene con literalidad al objeto de la reflexión y no
suma otras inventivas léxicas que las que precisa la exposición racional de lo
analizado. Las perífrasis filosóficas de
Bacca pueden cansarnos, pero son el jalonamiento positivo de su discurso:
enfatizan y marcan la serie de propiedades analizadas sin el engrosamiento de
otras apelativas.
Bacca más que aportarnos una interpretación nueva sobre lo
que investiga, nos da una suerte de informe, una constatación de lo que
lógicamente se compone y consta aquello
sobre lo que investiga.
Su originalidad
radica en no especular sino en constatar. De ahí lo seco de su escritura, su
rigidez, a veces chocante. Pero su
constatación se traduce en un informe preciso, objetivo. Ese informe es una
representación cabal de los conceptos y temas alusivos y no se le puede reprochar, desde luego, ser más
científico.
De Bacca acabo de leer Infinito,
Transfinito, Finito y Parménides -
Mallarmé: Necesidad y Azar. Ambos libros son un ejemplo de ese tipo de
pensamiento filosófico que integra los conocimientos de la ciencia moderna, las
teorías de vanguardia de la física y un didactismo destinado a hacer inteligibles
los contenidos complejos y englobantes.
A veces, con esa idea de llegar al gran público, Bacca
emplea ejemplos inventados que semejan artefactos surreales. Para que
escenifiquemos con sencillez e inmediatez su idea de lo Transfinito, Bacca
imagina un piano con más de doscientas teclas que ejecutarían treinta octavas,
lo que significaría que sería capaz de tocar “todas las teorías
físico-matemáticas del universo”. Démonos cuenta del sutil matiz tocar teorías. La filosofía de la
ciencia como algo más que un auxiliar en el trance de superar antinomias e
inerciales oposiciones.
Bacca ve con transparencia cómo la historia del hombre puede
articularse a través de una condensada serie de episodios en los que lo
infinito y lo finito han trazado un hilo dialectico de mutuas definiciones y
des – definiciones hasta alcanzar su último estadio contemporáneo en la
transfinitud, que no denota ningún estado de embriaguez supernatural o mística,
sino que se revela como el destino final del sucesivo desalojo de nuestros
conceptos de espacio y tiempo.
Lo Transfinito sería ese estado de cuasi ubicuidad
espacio-temporal que el hombre actual ha alcanzado a través de los desarrollos tecnológicos
aplicados a los medios de transporte y comunicaciones.
El incremento de la velocidad en ambos ámbitos- transportes
y comunicación- ha tenido como consecuencia no sólo un achicamiento del espacio
sino una reducción temporal asombrosa en abarcarlo, es decir, en controlarlo y
vivenciarlo. Todo lo que para el hombre de otras épocas era un límite no sólo a
sus conocimientos sino a su capacidad para “tomar la tierra” y habitarla, y que
como tal límite conformaba un grado de concepto de mundo, se ve ahora traspasado
y desarticulado, hiperpotenciado por la evolución tecnológica y científica.
Bacca no lo dice expresamente pero su exposición lo insinúa: lo Transfinito no
deja de ser en sí otro límite, el límite que queda a nuestra traslimitación de
todos los límites perpetrados por el mítico y mitificado progreso científico.
Qué es lo que implicará, vital, cultural, moralmente el haber llegado al no va
más es lo que el siguiente episodio de la filosofía y de la historia debiera
ofrecernos como un reto o un interrogante. Si Bacca hubiera conocido internet,
creo que habría formulado la definición de la Mente y de la Memoria universal
en que nos hemos convertido ante la dispersión-transformación del concepto
tradicional de materia y el flujo multidireccional de la información.
Bacca nos dice que es Heráclito uno de los primeros que
percibe lo infinito actuando de modo concreto en la naturaleza, alrededor de la
vida de los hombres. Lo finito se desfinita, lo infinito abre su abanico de
desfinitaciones. La dinámica concepción que Heráclito tiene de la naturaleza supone la aparición de la movilidad precisa y
pululante de la infinita infinidad.
El desarrollo vertiginoso de la técnica en todos los
ámbitos, desde la medicina hasta el transporte, la función de la prensa, la
televisión y, actualmente, internet, provocando la comunicación global, en
suma, el avance general de todos los saberes, representan los agentes de lo
Transfinito, son los responsables de la modificación morfológica de la
sociedades y de la mente. Lo Transfinito se define por estos cambios
intensivo-extensivos de nuestra percepción del espacio y el tiempo. Y si la
sociedad cambia, también ello afecta a nuestro cuerpo y al despliegue
consecuente de nuestro imaginario que amplía zonas ante la tácita epifanía que
permite la trascendencia silenciosa de lo que era un límite insuperable para
nuestros inmediatos antepasados.
Con cierta gracia, Bacca historia breve pero lúcidamente, lo
que denomina “encerronas”, tanto
conceptuales como naturales, es decir, momentos de la evolución del
hombre y del pensamiento, en que la humanidad ha quedado aparentemente
satisfecha del tenor de sus logros, creyendo o admitiendo la consecución final
de la evolución cultural en la que se hallaba sumida. El remoto “culpable” de
la formación de tales eslabones sería Aristóteles, quien creía que las cosas
debían tener una definición precisa y suficiente. De la definición de las cosas
y de la sistematización de conjuntos y jerarquías, se derivaría un mundo
ordenado y estático, el infinito definido, que cuajaría en una época del saber.
Que el saber se despliega en edades consecutivas, es decir, que es algo que
está destinado a incrementar sus regiones cognoscitivas y a incorporar con el
tiempo más lenguaje y nuevas disciplinas,
es algo que ya sospechaban los presocráticos al definir la razón como
aquello “que va creciendo”. Tal crecimiento implica una modificación cualitativa
del estatus de lo que ya se conoce y, por tanto, una complicación en el reparto
de las disciplinas que se suman a la configuración del saber total. Los
problemas “cuantitativos” del conocimiento ya estaban pergeñados, pues, en la
aurora del pensamiento occidental.
Una de las prácticas y originalidades de Bacca es la
utilización de diagramas. El riesgo loable de Bacca es afrontar la precisión
del gráfico no para exponer operaciones abstractas sino para dilucidar la
historia del hombre a través de la compleja relación entre progreso
tecnológico, períodos conceptuales transhistóricos y significaciones
intelectuales corroboradoras de esa evolución. El diagrama no es sólo una
síntesis sino la flamígera descripción de una red de relaciones. Para Bacca el
vector narrativo de un diagrama ordena la sucesión de los acontecimientos y los
aclara, no los inventa. Visión general de los hechos y objetos y derivas
significativas de la germinación de los mismos componen los elementos de un
diagrama. Bacca para ilustrar el devenir de lo Transfinito en el hombre nos
ofrece diagramas sobre la relación de las capacidades del hombre y el espectro
electromagnético, del ciclo del universo según Aristóteles, del ciclo del
carbono para la producción de energía estelar según Weizsacker, de la
distribución de electrones entre los átomos, del crecimiento humano desde el
paleolítico hasta los tiempos modernos, de los estadios de la tecnología en el
mundo, del empequeñecimiento del planeta por el incremento de la rapidez en
transportes y comunicaciones, de la finitud y la transfinitud en ontología,
etcétera.
La transfinitud, groso modo,
postula trascender cuantitativamente la capacidad de experimentar el
espacio y el tiempo. En su obra sobre el Azar y la Necesidad, Bacca tratará sobre
las directrices que se derivan de tales
magnitudes.
Dos poemas filosóficos distantes en el tiempo se convertirán
en los polos opuestos de un mismo binomio cósmico, el que propone la relación
de principios opuestos como definición de la dinámica general y la naturaleza
del universo. Bacca al fijar su atención filosófica en el poema de Parménides y en Una
jugada de dados no abolirá el azar de Mallarmé, tienta al abismo del tiempo
trazando una singular relación entre dos manifestaciones del pensamiento de signo
contrario, propiciando no tanto la definición milenaria del fatum de eras milenarias como la
compleja imagen de una dualidad sólo resoluble por la imaginación escrita del
filósofo que investiga.
Con respecto a la redacción de ambos poemas podríamos decir
lo que vulgar pero acertadamente se dice: cada cual es hijo de su época, pues
sorprendente y algo turbador hubiera sido que Parménides hubiese empleado los
acendrados registros del simbolismo literario para adornar las inseguridades conformativas
de un Ser posible hace más de veinticinco siglos , mientras que la fundación de
la ontología en Occidente hubiera tenido que esperar a las sesiones de los
martes en casa de Mallarmé, para producirse en el seno del París decimonónico e industrial.
La consabida linealidad de la historia nos dice otra cosa
igual o más sensata. Para Parménides, el mundo es increado e indestructible,
siempre ha estado donde está, su origen es indescifrable y resulta una locura,
el extravío de una ficción, suponer que hubiera sido de otra manera a como es.
Ser y pensamiento son una sola cosa y
conforman la harmónica esfera que habita en la eternidad. Sólo el Ser es desde
siempre.
La perspectiva que anima la poética desprendida de la pieza
magistral de Mallarmé instruye tronos menos seguros y más accidentales, buscando
también semejante soberanía: no podemos afirmar la perdurabilidad de la conformación
del cosmos y de nuestro mundo, la naturaleza de su creación incluye al azar
como componente esencial. Todo puede ser y dejar de ser. El Azar llama al
cálculo de probabilidades como reflejo matemático de su ejecución posible y su
imperio teórico es el mundo de los sistemas.
La elección de Bacca es sutil y reveladora. Las
interpretaciones de mundo que se derivan de ambos principios se oponen desde la
noche de los tiempos, refrendadas cada una por mitologías, filosofías y
literaturas. Ambos principios generan visiones distintas, propician cosmogonías
y teogonías disímiles, aunque uno se teme que para la grata confusión moderna
ambos principios podrían sumirse con fascinación en lo primigenio que
comparten: esa noche de los tiempos en la que, según la imaginación
apocalíptica y la querencia decadente, parece que habitamos hace ya tiempo.
Determinaciones o indeterminaciones, fulgor del Ser y del pensar o nutricio
caos, giran como proposiciones y mundos posibles en la polémica secular de una
discusión que los poemas de Parménides y Mallarmé absorben como textura de su
viaje semántico.
En esta ocasión, la eminencia de la palabra que dice el
misterio es de índole poética, por ello, el encuadre que merecen ambos poemas,
de qué modo podemos representarlos es algo que para Bacca está claro: el poema
de Parménides es música vocal a través de hexámetros; el de Mallarmé se presenta
como música instrumental sinfónica. Si para
Parménides Ser y Pensar
constituyen una misma realidad, parece justificado que su poema no se nos
presente bajo cualquier versión sonora, sino que escuchemos la voz del Ser
mismo enunciando los principios fundamentales desde los que se emite la verdad
de todo origen y del mundo. Por otro lado, la multitud sinfónica es una
representación adecuada de la multiplicidad posible que el azar mallarmeano propicia
como generatriz de las cosas en su poema.
Bacca se fija en las observaciones del Prefacio del poema de
Mallarmé, y pretende seguirlo a rajatabla con la intención de que su representación discursiva dilucide con la
mayor fuerza los componentes y actores simbólicos de este poema, una de las
obras fundacionales de la estética moderna.
Pero Bacca no nos brinda un comentario de texto, nos
descifra qué concepto, qué intencionalidad se halla tras los grandes motivos y
personajes filosóficos que Mallarmé utiliza en sus dos poemas cruciales, Una jugada de dados e Igitur o la Maldición de Elbehnon.
En un mundo trepidantemente evolutivo que finalmente parece
admitir la operatividad de las dos ideas o conceptos antitéticos, Bacca no se
detiene en un análisis exhaustivo de las oposiciones virtuales que podrían
definir a un universo parmenídeo o a otro mallarmeano; lo medular de su libro
es la efectividad que alcanza su particular “comentario” – que no lo es,
tampoco – del poema de Mallarmé.
La particular incidencia filosófica del poema de Mallarmé,
no escapa a los ojos de Bacca que lo elige como proverbial y antitética pareja
del poema parmenídeo, conformando entre ambos el crucial binomio Azar-Necesidad.
Afirmar el poder
omnímodo del azar más que indicar un abandono fatalista sugiere valorar, saber
ver, a través del flujo de las circunstancias, la formación del diamante
ocasional, concebir la belleza de lo real como producto virtuoso de lo fugaz y lo
impredecible. No en vano, Mallarmé
confiesa en su epistolario haber sido tocado por lo Absoluto y quizá una de las
condiciones de saberse cautivo de las procelosas vicisitudes de la Idea es
tener el poder de detectar las fragilidades de lo sublime y sus trances. De
todos modos Mallarmé no se pliega meramente a ningún dictado arcano, sino que
el curso en que libera su preciosa especulación remite al azar como fugitiva
razón de todo origen. Azar se mantiene indoblegable ante el acecho continuo del
número, ante la repetición infinita de las jugadas. Y sin embargo, no podemos
negar que la belleza, el orden constituyan este mundo cuya aparición y génesis
dependen del azar.
Afirmar el azar, curiosa contradicción es propiciar una idea
del universo como caos, como ente de entes impredecibles, desacralizar un
concepto de los principios para sustituirlo por una afirmación del devenir, por
la potencialidad de la construcción.
En todo caso, Bacca tilda a Igitur como el máximo racionalista, e imagina que el poema Igitur o la locura de Elbenhon es un palimpsesto de una jugada de dados. Esto
explicaría el itinerario que Mallarmé inicia con este personaje, la trayectoria
filosófica de las metáforas y el resultado final tanto de la escritura de una jugada como de su composición versal
aparentemente fragmentaria, cuya plasmación en el papel recuerda a Bacca el
sinfónico despliegue de las constelaciones.
Una jugada de dados es la respuesta, la consecuencia de
Igitur. Tengamos en cuenta que Bacca traduce “Igitur” como : “se sigue”, “por
tanto”, “por consiguiente”. La metaforización del personaje se explica por esta
sublimada matematización que el discurso
poético supone a través de los conjuntos específicos de los versos.
El análisis filosófico del poema de Mallarmé resulta tan
intelectualmente interdisciplinar, tan formalmente bello – adjudicación de
gráficos, notas musicales y compases concretos al tema de poema – que la
exposición de Bacca parece un juego surrealmente meticuloso o una sorpresiva
empresa que parece un juego complicado.
En su libro sobre la transfinitud Bacca no derivaba
consecuencias morales tras aquel examen. El resultado final, sin embargo, del embate
entre Azar y Necesidad, sugiere, más allá de la inevitable oposición, el
vislumbramiento de una sorpresiva vinculación de ambos principios.
Nuestro universo lógico y paradójico parece firmar con tinta
invisible un tratado de secreta harmonización en el que se confirmaran
informuladas complicidades. En un par de líneas, Bacca apunta a tal dirección,
tras desechar que cualquiera de los dos principios sea la respuesta exclusiva
al enigma del origen y del cómo del universo.
Todo ha estado ahí desde el principio y el caos produjo lo
necesario para que todo adquiriera el “orden” necesario… El mundo es como de ningún
otro modo podía haber sido y ha sido el azar lo que dio el pistoletazo de
salida a lo impredecible que condujo a la forma óptima.
Entre la indistinción de Ser y Pensar y la afirmación
mallarmeana de la inevitabilidad del azar como configuración del universo, más
que una oposición insuperable existen, finalmente, términos colindantes de su
concepto, quizás, si se nos permite la licencia, una secreta necesidad uno del otro, como si el universo no constase de
un solo término, sino de la mitigada convergencia de ambos supuestos o
interpretaciones.
Resumiendo. Hay dos formas de concebir el origen del mundo:
todo tiene un origen, todo es, por tanto como tiene que ser, porque no es
accidental la formación del Ser; y, por otro lado, nada posee un origen
concreto y divinal, todo lo que es o no es, o ha sido o será o no, es a través del azar. El trabajo de Bacca ha
consistido en detectar en la historia de los productos intelectuales humanos,
dos expresiones por antonomasia, digamos, de tales principios, y estas no han
sido ni dos sistemas filosóficos, ni religiosos, ni sociales, sino dos poemas
lejanos en el espacio y en el tiempo. Bacca expone con sencillez el alcance y
el contenido de ambos textos, sin detenerse en el examen de los orígenes complejos
de lo que enuncian. Lo que hay que agradecer es que el bienintencionado didactismo
de Bacca nos haya puesto en contacto con tan bello misterio del intelecto y del
mundo.
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