La
gran virtud de la poesía es que al recrear mundos no los inventa, meramente, sino que
dice la verdad sobre tales mundos.
La
vocación imaginativa del poeta, pues, sortea no solo los mundos que han sido
sino los mundos posibles y descubre tanto su razón de ser como el carácter y el
destino que a tales mundos les ha deparado no ya su historia sino el capricho o
interés de los cronistas.
Consecuente
con la naturaleza de la imaginación poética, Manuel García inicia una exploración
sobre esos territorios propicios, a pesar de todo, al poder de la palabra: los
territorios innominados de la memoria. Innominados porque han sido olvidados
voluntariamente o porque no han llegado a constituirse en acontecimiento por su
carácter obsceno y culpable.
Podríamos
definir las imágenes que nos legan estas exploraciones de Manuel García como
las pertenecientes a la España Negra, a la España del franquismo de la
posguerra, a las del conflicto bélico mismo, o incluso a las de siniestras épocas anteriores.
Estas etiquetas iconográficas nos servirían para situar históricamente la
memoria que se pretende rescatar o al menos, invocar o recordar; pero lo
importante, yo creo, es considerar esa posibilidad de recuperar en nuestra emotividad
las realidades que fueron y que no desembocaron sino en el olvido, para hacer de
este modo justicia. Así se demuestra que la justicia poética no sólo hace
justicia a través de figuras y sorpresivas rotaciones del destino sino directamente a través
de fulgor oscuro de las palabras.
Y para
que esa exposición de lo que fue, pero que fue tan horrible que negamos su
realidad o simplemente nos confabulamos para olvidar, se materialice en toda su
crueldad hay que colocare en el lugar de los ejecutores y escuchar sus
operaciones y “razones”: asesinamos
porque se aprende inmediatamente y parece puro.
Nada
que invisibilice tanto al ejecutor como repetir su crimen.
Y cuando
el horror extiende su imperio no habrá piedad ninguna para quien se atreva a
cuestionar tal extensión: Quien quiso
contar las cicatrices/ fue extirpado de la luz.
Cada
poema semeja la secuencia fílmica de una película de terror, pero no del terror
de ficción que puedan producirnos seres sobrenaturales sino de ese terror más
agudo e indescifrable que practican algunos seres humanos con otros.
Ese terror
se ha dado, configura los márgenes más sórdidos de la historia y sólo la poesía
puede conjurarlo de un modo específico y satisfactorio. Como decía Mario Benedetti:
El olvido está lleno de memoria. De esa memoria enterrada y sumida en el desamparo hace un vívido mapa
de sentires y chispazos el poemario de Manuel García.
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