No
es tanto cruzar las distancias que marcan los puntos desde los que se tensa la
cuerda como la composición insólita de la figura atravesando el espacio sobre
el vacío, lo que interesa examinar.
Sin
embargo la figura y la hazaña del equilibrista remiten a una teoría de la física,
del mismo modo que tal teoría puede dirigirnos a una representación de la misma
materializada en el caso del equilibrista.
Qué
es el equilibrio sino la horizontalidad de lo que no era horizontal, la
suspensión de la mole íntegra en un punto, la harmonía de “lo sin límites”, la
relación de espacios antagónicos, la interconexión de puntos extraños.
El
virtuosismo del equilibrio supone el encuentro en una misma recta de dos puntos
distantes y no conexos. A partir de ahí esa relación es algo más que
geométrica, pues puede ser emotiva, simbólica, representativa del drama de las
almas rotatorias que convergen, instantáneamente, gracias a los suculentos
caprichos del azar.
El
equilibrista reta al orden de la física para ensayar un nuevo orden: el que se
basa en la excepcionalidad o en lo infrecuente, en forzar espectacularmente las circunstancias.
El
equilibrista segmenta el cielo, pulsa coordenadas desde puntos ajenos, dibuja
un diagrama de ubicaciones allí donde no se extendía sino el vacío o la inercia
de las posiciones.
Si
somos capaces de imaginar lo que poéticamente escribimos por qué no hacer lo
mismo con esta repentina sublimación de las leyes físicas que el equilibrista
propone.
Lo
que el equilibrista dice es: el universo es capaz de superarse a sí mismo, dar
una voltereta y caer cabeza abajo para recuperar tanto su posición habitual
como las potencialidades de su desenlace. Es decir, la pirueta sobre el abismo
no pretende sino confirmar que nosotros somos los soberanos y que no deseamos
otra cosa que el orden corriente de las cosas. Cruzar abismos es una
reivindicación de la soberanía de nuestra normalidad alcanzada.
Lo
habitual es andar por el suelo pero para justificar esta regularidad demostraré
que puedo andar o desplazarme sin superficie, que puedo, literalmente, cruzar
el abismo sobre una línea.
El
equilibrista pone en contacto bloques de espacio horizontal con bloques de
espacio vertical para, tras mostrar esta
posibilidad de relación, hacerlo desaparece todo, pues, por si acaso, no hay
que olvidar el carácter precario de todo paso que da en el cable y de esta
misma demostración. Se iría como ha venido: a y de la nada.
La
esfera y la pértiga aseguran estabilidades en las operaciones de equilibrio.
La
pértiga introduce una fuerza que parte de los extremos y que atraviesa el pecho
del artista del aire tal y como en la estatuaria griega se trazaba la cruz como
punto harmónico de altura en ese mismo punto.
Una
línea enérgica y vibratoria apoya e impulsa los pasos del equilibrista,
mientras que la esfera que pende debajo estabiliza la verticalidad del conjunto.
La
esfera actúa como una boya en el aire, detectando todo embate peligroso del
viento al moverse como un péndulo; la pértiga es una varita mágica gigante:
nada nos dice que, ante una posible caída, el equilibrista no necesite
convertirse, de pronto, en mago, para evitar desperfectos en la armadura que
constituye su cuerpo.
De
los extremos de la pértiga parten las líneas imaginarias que segmentan los
bloques de espacio entre los cuales el equilibrista podrá moverse.
Esfera
pendular, pértiga vibratoria y cable tendido forman el instrumental con el que
el equilibrista de chatarra podrá surcar el vacío, toda distancia imaginable.
El
prodigio consiste en la práctica ausencia de superficie en la que apoyarse para
cruzar distancias calculadas. Sólo la escueta línea del cable es el único punto
fijo y continuo sobre el que ir avanzando, contando con los puntos estáticos de
apoyo y de refuerzo de la pértiga y el globo no aerostático.
La poética del equilibrista consiste, pues, en geometrizar una porción de espacio allí donde no había ni puntos de apoyo, y basándose en esa representación imaginaria materializar una evolución imposible.
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