sábado, 8 de octubre de 2016

LOS CENTINELAS DE HIERRO


 
 
 

A cinco metros de altura, los vigilantes hechos de chatarra prensada, escoltan el paso de los transeúntes de un lado al otro del puente.
Escoltan sin moverse. Su estatismo produce más ferocidad que si hicieran algún movimiento mecánico violento para impedirnos el paso o reclamarnos algún tipo de documento.
Su aspecto bizarro y su rostro borrado, hecho de virutas de hierro aplastadas,  imponen lo suficiente como para que uno se limite a discurrir sin presentarles batalla con la mirada o discutir alguna posible orden. Pero hay gente que se pregunta, si ningún conflicto grave se ha producido últimamente, por qué estos personajes intimidan nuestro tranquilo discurrir por la ciudad. Precisamente, dicen los consejeros que aprobaron el proyecto, porque tal tranquilidad en las fronteras internas de la ciudad es más que cuestionable.
No es sólo un par de pequeños hurtos, denunciados a regañadientes, y el gesto antipático de algún transeúnte hacia otro, al pasar, lo que ha elevado la alarma entre los vecinos, es, con una brumosa evidencia que a muchos obsesiona, que algo hay de enrarecido en el ambiente urbano que ha elevado las cotas de sospechas de unos hacia otros.
La democracia vela por nuestros derechos pero para que esto funcione debemos saber con quién estamos conviviendo. Por ello, los centinelas, han sido diseñados para exterminar a todo extraño al orden social y democrático de nuestra urbe.
Un fruncimiento del ceño, un rápido echar la mano al bolsillo, incluso abrir demasiado los ojos o sacar la lengua, son gestos lo suficientemente provocadores como para que actúen al instante, y detengan o fulminen, directamente, al sujeto. Hasta ahora no se han recibido quejas formales de ningún exceso y hasta se está programando que ante los flujos numerosos, los centinelas de hierro, para evitar apelotonamientos y grumos humanos, ordenen el tráfico según el color de camisas y tipos de peinado.
Larga vida se prevé para esta loable iniciativa municipal.



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